OPINIÓN

¿Hay que premiar las buenas prácticas de los funcionarios?

por Francisco Velázquez Francisco Velázquez

La falta de motivación de los funcionarios es utilizada frecuentemente para justificar la escasa eficacia de las políticas públicas y sirve de alibí a los responsables políticos, que esconden de esta forma sus dificultades o su incapacidad de llevar a cabo las promesas que han hecho a sus electores. Esta escasa motivación es con frecuencia real, pues a la situación de provisionalidad suelen unirse retribuciones bajas o moderadas, así como la inexistencia de incentivos de carácter profesional.

En la República Dominicana, bajo la dirección del ministro Ventura Camejo, se ha desarrollado una Semana de la Calidad y de premiación de buenas prácticas en el país. A ello ha contribuido sin duda la larga permanencia de Camejo como responsable primero de la Oficina Nacional de Administración Pública, más tarde Secretaría de Estado de Administración Pública y finalmente Ministerio de Administración Pública. Esta longevidad administrativa y política es sin duda inusual en el mundo, pero aparece como un factor positivo ante la inexistencia en muchos países de una función publica profesional que garantice el cumplimiento de la política pública correspondiente, en este caso la relativa a la administración pública.

Los funcionarios tienen diversos tipos de motivación, algunos de ellos racionales como la identificación con los objetivos de las instituciones públicas, el deseo de ayudar a otras personas o la lealtad hacia las instituciones públicas. En consecuencia, son conscientes de que los alicientes retributivos son escasos y sometidos a la transparencia y control ciudadano, que genera situaciones individuales incómodas. Perry y Wise, por su parte, señalan que la motivación de los funcionarios se explica por la predisposición de un individuo a reaccionar por motivos vinculados principalmente o únicamente con organizaciones públicas.

Por ello, la búsqueda de premios a la buena labor de instituciones o de funcionarios individuales debe ser bienvenida. He podido asistir a escenas de una considerable emoción entre grupos de funcionarios esperando el fallo de los jurados de los premios y la intensa satisfacción que denotaban sus rostros cuando resultaban agraciados. Los empleados públicos valoran más tener un trabajo importante y valorado por los responsables o los colegas. Probablemente, un premio en dinero no produciría los mismos resultados, aunque nunca se debe despreciar: los funcionarios tienen necesidades como los demás ciudadanos.

La realización de buenas prácticas genera emulación entre las personas que se dedican al servicio público: los mejores arrastran a los demás a realizar las tareas con mayor diligencia y corrección. Por eso son también importantes las medallas, diplomas o reconocimientos públicos, que no tienen reflejo presupuestario, pero generan un inmensa satisfacción en quien los recibe.

Desde el interior de las organizaciones públicas es esencial también que estas ceremonias sean dirigidas y presididas por las más altas autoridades, siempre que estas estén realmente comprometidas y no aparezcan solo el día de los premios.

A veces, además, el trabajo funcionarial genera lamentablemente situaciones adversas: dos funcionarios en República Dominicana han fallecido y otros están heridos, mientras desarrollaban su labor. Premiarlos cuando hacen bien su trabajo parece justo.