“Actualmente asistimos a una auténtica paradoja en cuanto al acceso a los alimentos: por un lado, más de 3.000 millones de personas no tienen acceso a una dieta nutritiva mientras que, por otro lado, casi 2.000 millones padecen sobrepeso u obesidad», casi exclamó el papa Francisco en su discurso en la ceremonia por el Día Mundial de la Alimentación que celebra la Organización de la ONU para la Alimentación y Agricultura (FAO).
En una ocasión también, el ecólogo Paul Erlich, en 1968 publicó un libro titulado The Population Bomb (La bomba poblacional), en donde al mejor estilo neomaltusiano, había vaticinado que en la década de 1970, cientos de millones de personas morirían de hambre. Esto no sucedió. Así y todo, Ehrlich todavía volvió de nuevo a encender las alarmas de la sobrepoblación. En octubre, se lamentó en la revista Nature de que el exceso de población no era presentado como un factor de importancia en la reciente cumbre de la ONU acerca de los sistemas alimentarios. Si bien es cierto que en algunos lugares todavía padecen de una penuria de alimentos, esta escasez suele ser temporal o causada por la política. La pura verdad es que los alimentos nunca antes habían sido más abundantes, y la población por contrapartida es más numerosa como nunca antes se había visto en la historia de la humanidad. Esto es, más gente está disfrutando de mucho más calorías y de una amplia disponibilidad de alimentos de las que hubiera soñado en el tiempo.
Bajo este contexto, una investigación al respecto dada a conocer recientemente por los especialistas en estos problemas, Mariam L. Tupy y Gale Pooley, explican detalladamente cómo la abundancia personal de alimentos considerando apenas 24 alimentos esenciales se ha acrecentado en un 335,2 %, (tres veces) y en relación con las horas de trabajo para adquirir una canasta básica había disminuido un 77%.
En este sentido, tanto el Banco Mundial como el Fondo Monetario Internacional monitorean ¾desde hace algún tiempo¾ los precios mundiales de 24 alimentos básicos desde los plátanos hasta el trigo, el café y el arroz, y desde el salmón hasta el azúcar. En este orden, primero, se calcula el “precio en tiempo” de cada uno de estos alimentos cada año. Los precios en tiempo son mejores que los precios en dinero o nominales, por varias razones. Un precio en tiempo es simplemente la cantidad de tiempo requerida para ganar suficiente dinero para comprar un producto alimentario. Mientras que los precios en dinero están expresados en dólares y centavos.
Tomemos, como un buen ejemplo, al trigo para darnos cuenta de cómo funcionan los precios en tiempo. El precio nominal de una tonelada métrica de trigo en 1980 era 172,73 dólares y el PIB por hora trabajada era de 3,24 dólares, indicando un precio en tiempo de 53,38 horas. De esta forma, en 2020 el precio nominal había aumentado a 212,01 dólares por tonelada métrica, pero el PIB por hora trabajada aumentó a 16,60 dólares entonces el precio en tiempo ha caído a 12,77 horas. Esto representa una reducción de 76,1%. Por el tiempo requerido para ganar el dinero necesario para comprar una tonelada de trigo en 1980, usted obtendría 4,18 toneladas en 2020. Esto significa que, entre 1980 y 2020, el trigo se volvió más abundante en 317,9%, exhibiendo una tasa compuesta de crecimiento anual de 3,64%. A este paso, la abundancia de trigo se duplicaría cada 19,39 años.
Estos razonamientos, apocalípticos y neo-maltusianos, no son nada nuevos. Ya en los inicios de la revolución industrial, en los tiempos de David Ricardo, se creía que Inglaterra sufría un exceso poblacional y se hasta se acusaba injustamente al capitalismo como causa de la penuria y la carestía de los alimentos. Sea como fuere, la población de Gran Bretaña creció en aquellos años, en que se expandió la industria, y los salarios en términos reales no se deprimieron sino subieron. Durante el siglo XIX la población británica se multiplicó por cuatro, en tanto que el producto nacional bruto aumentó cuarenta y dos veces. En 1865, el gran economista británico, Jevons, escribía:
Las llanuras de Norteamérica y Rusia son nuestros maízales; Chicago y Odesa nuestros graneros; Canadá y el Báltico, nuestros bosques madereros; Australasia contiene nuestras granjas de ovejas, y en Argentina y las llanuras occidentales están nuestras manadas de bovinos; Perú envía su plata, y el oro de Sudáfrica y Australia fluye hacia Londres; los indios y los chinos cultivan té para nosotros, y nuestras plantaciones de café, azúcar y especias están en todas las Indias. España y Francia son nuestros viñedos, y el Mediterraneo nuestro vergel, y nuestros campos de algodón, que durante mucho tiempo ocuparon los Estados Unidos sureños, se extienden ahora por todas las regiones cálidas de la tierra. ( citado en el libro de Paul Kennedy, Hacia el siglo XXI, Barcelona, Editorial Plaza & Janes, p.22).
Estas líneas destacan el papel fundamental en el comercio internacional y el libre desplazamiento de los capitales y de los hombres (migraciones). El poder de la población como dice Paul Kennedy, en el libro citado, se ha visto correspondido no tanto por el poder de la tierra, sino por el de la tecnología, la fecundidad de la mente humana para idear nuevos mecanismos, perfeccionar la organización de la producción. El orden espontáneo a través del sistema de precios según Friedrich von Hayek ha guiado la famosa “mano invisible” hacia usos muy productivos de todos los factores de producción. En la Encíclica Centesimus Annus, del gran pontífice Juan Pablo II, quien en su apartado 32 nos dice expresamente:
Existe otra forma de propiedad, concretamente en nuestro tiempo, que tiene una importancia no inferior a la de la tierra: es la propiedad del conocimiento, de la técnica y del saber. En este tipo de propiedad, mucho más que en los recursos naturales, se funda la riqueza de las Naciones Industrializadas
Es precisamente en las naciones socialistas a ultranza como en los casos de Cuba, Corea del Norte y recientemente en Venezuela, donde hay grandes problemas de alimentación, que llevan a la gente incluso a buscar su comida en la basura. También casi todos los procesos de reformas agrarias en el mundo han fracasado estruendosamente.
Lamentamos que el pontífice Francisco no se asesore debidamente ante estos problemas y actúe como una caja de resonancia de los enemigos sempiternos del capitalismo, de la propiedad privada, y de la libertad y la prosperidad para todos. Creo que el Papa es infalible en materia de fe, pero en otras materias como las sociales, las políticas y sobre todo las económicas, a cada rato se está equivocando continuamente.