Los venezolanos tenemos fatiga crónica. Por eso es que si se nos convoca para una manifestación contra el régimen, ni escuchamos la convocatoria o nos hacemos los locos. Si, por ejemplo, nos dicen que el covid es peligroso y que hay que guardar las normas mínimas de seguridad, no nos importa y andamos sin tapabocas, sin guardar la distancia.
Es indiferencia, no celebratoria (en verdad la indiferencia celebratoria solo se da en ese sector muy pequeño que en Venezuela se conoce con el despectivo nombre de enchufados), tampoco desesperada, es simplemente indiferencia casi vacía, como si no tuviéramos deseo, lo cual tampoco es cierto. Es solo el clásico ritual venezolano que dice “eso no nos puede pasar a nosotros”, puesto de moda cuando apenas se iniciaba Chávez en el poder con los primeros indicios de un gobierno autoritario y procubano y nos pasa ahora con el covid, con sus matices. Unos abiertamente negacionistas, al estilo Trump: “Esa vaina es una gripe”; otros al estilo teoría de la conspiración: “Eso no existe, es solo para meternos miedo y que nos quedemos en la casa”; y otros, cínicos darwinistas, hasta hablan de que el covid es un proceso de selección natural: “Se está llevando a los más viejos y a los enfermos”.
Ya comienzan a evidenciarse derrumbes emocionales, pero eso suele ocurrir en otras latitudes. Aquí no.
Nos agobia una gran crisis de naturaleza estructural: económica, social, política, humanitaria. Y los venezolanos aun cuando la sufrimos y que se ha instalado en nuestras vísceras, seguimos pensando que a nosotros “no chico, eso no nos va a pasar”, pero caramba, ya tenemos 20 años que nos pasa de todo, que nos han arruinado el país y hace un año que nos mata una pandemia y seguimos indiferentes.
Eso todavía pasa en el venezolano común, ese que una vez que consigue llenar el tanque de gasolina o le llega la caja CLAP o consigue los medicamentos de alto costo en las farmacias del Seguro Social, vuelve tranquilo a su casa y se olvida de que su tragedia se repetirá en tan solo tres días.
Pero lo que es imperdonable es que eso ocurra en los sectores opositores que, si bien es cierto son buenísimos en el diagnóstico de la situación del país, son verdaderos chambones en la busca de una solución viable, duradera y válida para todos.
Espeluzna que las voces que claman por otro gorila empiezan a gritar otra vez. El lunes un buen periodista le gritaba a los militares, por un canal de TV venezolano en Miami, que intervinieran y les confieso que, por mucho respeto que merece el periodista, me dio miedo y me dije: caramba, otra vez, como si no aprendiéramos, llamamos a los gorilas.
Y ese miedo que me recorrió el cuerpo se acentúa más porque los llamados a recuperar la política, la negociación política y los acuerdos comienzan a ser rechazados por los sectores más radicales, que son los que gozan de cierta popularidad en densos sectores de la población que quisieran un día despertar en un mundo diferente, aun cuando este mundo estuviera regido por un chafarote que tarde o temprano le gustará quedarse por siempre, igual que lo que ha ocurrido con los chavistas.
Mientras eso suceda, a la frase que de vez en cuando se enarbola como un mantra: “Ya se ve la luz al final del túnel”, hay que responderle que “sí, es cierto… es un tren que viene de frente”.