Pensar que un pasado de corte ideológico socialista o comunista puede llevar a Gustavo Petro y Nicolás Maduro a compartir un modelo de desarrollo económico social para cada uno de los países que administran es una equivocación garrafal. Es bueno recordar que el régimen venezolano hace muchas lunas que no profesa otra ideología que no sea la del beneficio de sus jerarcas y de los uniformados que los rodean.
Así es como mientras el nuevo inquilino de la Casa de Nariño ha comunicado la formulación de un plan de rescate de su país, con propuestas específicas en cada área de la dinámica colombiana ―educativa, agrícola, pensiones, energía, ambiente, pacificación, militar― el residente de Miraflores no tiene otra mira que mantenerse en el poder para continuar usufructuando de los turbios negocios que se cocinan desde lo alto del poder y, al mismo tiempo, resguardándose en su cargo de las consecuencias de cada uno de los juicios que tienen pendientes él y su cohorte en diferentes instancias internacionales por crímenes de todo género.
Los diez proyectos que propone el nuevo mandatario de Colombia pueden ser una quimera inalcanzable o un sinsentido histórico, pero hay allí un esfuerzo suyo, y de quienes lo acompañan, por estructurar soluciones a los principales problemas que el Pacto Histórico considera indispensables para alcanzar una sociedad más justa.
Escuchar con atención las opiniones emitidas por el candidato a presidente durante su campaña, y que circularon profusamente en las redes, permite evidenciar la evaluación que hace Petro de los dislates cometidos en Venezuela en las dos últimas décadas y divorcian a sus políticas claramente de los logros económicos fallidos del socialismo del siglo XXI. “Lo que hoy ocurre en Venezuela puede convertir a Colombia en su espejo” decía el hoy presidente de los neogranadinos cuando hablaba de sus temores en replicar del lado colombiano los desastres venezolanos. Petro califica de “retórica seudosocialista” lo que los maduristas aún siguen denominando la Revolución del Siglo XXI.
Sin que haya hecho referencia al tema, la etiqueta de corrupción que viene adosada a cuanta actividad ejecuta el madurismo y sus adláteres ha debido hacer reflexionar a la nueva autoridad sobre la importancia de desasociarse cuanto antes de las ejecutorias del régimen de al lado.
La protección de Maduro a la insurgencia armada colombiana y su estrecha vinculación con las actividades de los carteles de la droga que operan en los dos países no debe facilitar en nada la relación entre ambos líderes. Gustavo Petro debe tener muy claro, a esta fecha, cuáles ofertas pondrá sobre la mesa a la hora de negociar la desmovilización de los insurgentes y conseguir el silencio de sus armas, pero seguramente no necesitará de Nicolás Maduro para convencerlos, conociendo Petro, como lo conoce, el monstruo desde adentro. ¿Puede alguien creer que el régimen bolivariano renunciará en forma espontánea a los proventos que proporciona el lucro criminal del narcotráfico en favor de la paz vecina?
Colombia no ignora la importancia de buscar y conseguir con Estados Unidos una vía que sea útil para vaciar de su contenido al narconegocio que castiga a su país y que alimenta la inseguridad en el campo neogranadino. ¿Será de la mano de Nicolás Maduro que Bogotá se acercará a Washington para trabajar una estrategia que logre que Colombia deje de ser el primer productor de cocaína y que Estados Unidos deje de ser el primer consumidor de esta sustancia criminal?
Seguramente habrá gestos de condescendencia y de acercamiento diplomático de lado y lado, que es lógico que exista entre países fronterizos. No debe extrañar que las relaciones consulares se reactiven muy temprano y que señale al comercio binacional como el nuevo eje de integración binacional. Si se piensa el asunto dos veces, se pone de bulto que ni Colombia se convertirá de la noche a la mañana en un país con capacidades exportadoras, ni el venezolano cuenta hoy con los recursos para nutrirse de los excedentes productivos del vecino, cuando los haya.
Lo que es más relevante, sin embargo, es que el mundo atraviesa una crisis que urge de actitudes, planes y proyectos con una alta dosis de ortodoxia en cada país que desee beneficiar de las corrientes comerciales y financieras globales y de la cooperación que se ponga en marcha entre los países desarrollados y los otros. En ese terreno, también Colombia está mejor equipada que Venezuela porque no solo Petro cuenta con el apoyo de buena parte de las élites y del empresariado empeñado en sacar al país adelante, también Petro cuenta con un mayor apoyo de sus electores que Maduro. Es decir, el cordobés en Colombia tiene una mayor capacidad de interlocución con su país y con su pueblo. Maduro ―lo dice el propio Petro― ha perdido todo peso político y hoy únicamente consigue hablar con su cúpula militar:“No quedan más comensales a quien sentar en su mesa: solo quienes tienen las armas. El pueblo ha salido de su mesa”.
¿Con lo anterior como decorado, cuánto podrán conseguir entenderse ambos jefes de Gobierno? Muy poco. Además, el nuevo presidente puede equivocarse ya que tiene frente a si un mundo de cosas por hacer. Petro está al inicio de su mandato. Maduro está en el fin del suyo.