“El pasado no existe, ni siquiera es pasado”. William Faulkner
Una de las interrogantes que nos hacemos en este momento histórico los venezolanos consiste en una apreciación que comienza en negativo: ¿Por qué no siento que haya porvenir -me demando- si realmente puedo pensar que lo habrá?
Dos tercios de los compatriotas votaron el 28 de julio 2024 con la esperanza de reconquistar existencialmente, con legitimidad racional, moral y material un cambio y, con el susodicho, una perspectiva prometedora hacia el tiempo que viene.
Maduro perdió porque pocos votaron por él, salvo los oscuros enchufados y los altísimos dignatarios del régimen, pensando que para el país la continuidad sería favorable. Después de 25 años del chavomadurismomilitarismocastr ismoideologismo, ninguno en su sano juicio, a excepción del lumpanato zombi, dañado irreparablemente en su plano antropológico, por cierto, puede concluir que seguir con la revolución de todos los fracasos convenga a la nación.
Una oligarquía que gobierna sostenida por las armas, la represión y la impunidad, y que desafiante viola derechos humanos de los coterráneos, sean estos políticos, civiles, culturales o ambientales. La mentira está presente y dominante; la verdad perseguida, desestimada, irrespetada.
Hay en curso un golpe de Estado contra la soberanía popular. Nos quieren robar el voto, nos despojan impúdicamente de nuestra decisión soberana, cual sátrapas, se pretenden de legibus solutus. Se burlan de la Constitución, de la ley y, sobre todo, de la justicia. No les importa la patria, sino su permanencia en el mando de una institucionalidad sesgada, contaminada, purulenta.
Los números y los análisis económicos muestran un declive manifiesto de la producción y del consumo. La inflación se exhibe acelerada. La canasta de consumo familiar se encarece diariamente y el salario no alcanza para nada. No luce mejor el negocio petrolero y la opinión del mundo especialmente después de la confiscación del resultado electoral es tan mala que eleva el riesgo país, cuando más necesitamos del ahorro externo para financiar el urgente resarcimiento de nuestra actividad productiva. Nos hacemos más pobres y no se sustenta en ningún escenario que las grandes cuentas mejoraran, nos han traído al peor de los mundos, estancados o, peor aún, en recesión y con fuerte presión sobre los precios.
Desde Santa Elena de Uairén, ya hace semanas, se está produciendo el éxodo diario de varios centenares de venezolanos que se dirigen hacia Brasil. También se mueve la frontera con Colombia, pero más numerosa es esta otra emigración que supera los 1.000 por día y el rancho ardiendo. Esos paisanos piensan que si hay opciones de mejor vida no será por estos tan queridos predios de su país natal. Se desarraigan entonces y reabren, si alguna vez se restañó, la herida que nos desangra para seguir inflando la diáspora.
El deber nuestro y aun cuando respetamos la opinión de todos, incluidos los que deciden marcharse, es permanecer en la patria y acompañarla en sus tribulaciones. Resistir es el lema que nos toca repetir hasta que se produzca lo que se producirá, el desenlace que nos regrese la soberanía hoy quebrantada, secuestrada, conculcada y retornemos para retomar el control de nuestro destino.
Siempre me viene al espíritu san Agustín de Hipona: “La vida es lucha”.
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