Cuando meses atrás empezó a correr la idea de adelantar las elecciones generales para salir de la (permanente) crisis de la política peruana, agravada por la presencia del mafioso e inepto Castillo Terrones en la Presidencia de la República, mi primera reacción fue de rechazo a la propuesta. Siendo honesto, no le presté tanta atención al contenido sino a la forma como se presentó.
La historia de un providencial Sagasti respaldando a un grupo de jóvenes “sin ningún vínculo con el Partido Morado” quienes prepararon un proyecto de ley para el adelanto de elecciones me parecía un burdo engaño. Luego vino la agresiva campaña de recolección de firmas, las entrevistas de estos jóvenes en el prime time de la televisión nacional, los titulares en La República y el rebote de “La Propuesta” a través de las redes sociales.
Si todo lo anterior no había sido suficiente para tener serias sospechas respecto de los fines de quienes impulsaban dicho proyecto, fue la narrativa del “que se vayan todos” la que convirtió mis conjeturas en firme oposición: de ninguna manera apoyaría una alternativa que atenuaba la responsabilidad del hoy presidiario Castillo al equiparar su nefasta gestión con la del Congreso de la República.
Lamentablemente, hoy las instituciones del Perú agonizan en una situación precaria y nuestra república se está hundiendo en una crisis política que parece no tener fondo. Sucesos recientes como el desenlace golpista del gobierno de Terrones y las violentas “protestas espontáneas” impulsadas por oscuros intereses nacionales y extranjeros solo han acelerado la debacle.
En este caótico contexto, el escenario político ha cambiado drásticamente. Así, lo que hace seis meses me parecía una burda coartada oportunista de los caviares, hoy me parece una propuesta, cuando menos, sensata.
Y es que cada día que pasa sin que caiga el gobierno de Dina Boluarte es una hazaña. Sin los apoyos de la izquierda que la llevó al poder en esa plancha presidencial, con un apoyo condicionado y receloso de quienes fueron oposición a Castillo y sin la protección de “Los Niños” que su antecesor mantenía en planilla; es cuestión de tiempo para que se reanuden los combates entre el Ejecutivo y el Legislativo y, como siempre, las instituciones y los ciudadanos terminamos atrapados en el fuego cruzado.
Teniendo en cuenta lo anterior, si bien un adelanto de elecciones servirá para refrescar el panorama político, esta medida por sí misma no soluciona ningún problema de fondo. Si queremos dejar de tener un presidente en promedio por año, dejar de llevar la cuenta de cuestiones de confianza denegadas y dejar de acumular sellos en el DNI, es imperativo que se reforme en profundidad el sistema republicano.
Un panorama desolador
Si bien, hoy podemos afirmar que existe un consenso entre los principales actores políticos sobre la necesidad reformar, no es posible decir lo mismo respecto de cuáles deben ser esas reformas o el contenido de las mismas.
En el debate parlamentario, las propuestas de reforma van desde la modificación del procedimiento de acusación constitucional hasta la incorporación de la figura de la Asamblea Constituyente; pasando por la eliminación del voto de confianza o el retorno a la bicameralidad.
Sin entrar a discutir la conveniencia de una u otra propuesta de reforma constitucional (lo cual será tema de una siguiente columna), hay un hecho incontrovertible: el procedimiento para aprobar reformas constitucionales requiere de un alto nivel de consenso entre las fuerzas políticas representadas en el Congreso.
En ese sentido, considero inviable que dos tercios del altamente fragmentado Parlamento actual acuerden aprobar (en dos legislaturas consecutivas) al menos una reforma constitucional de alcance profundo y de verdadera trascendencia para nuestro sistema republicano.
La otra opción es la aprobación de las reformas mediante referéndum. Esto implicaría dejar en manos de una ciudadanía harta de políticos y arrastrada a votar so pena de multa las decisiones que podrían implicar la continuidad o la destrucción de nuestro país, ¿qué podría salir mal?
Espero estar equivocado. Espero que los debates parlamentarios no sean estériles y que se alcancen los consensos necesarios para sacar adelante las reformas que nuestra república necesita. Soñar no cuesta nada.
Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú