Con una notoria, pública y comunicacional, ilegitimidad de origen (fraude masivo y autogolpe); y con una notoria, pública y comunicacional, ilegitimidad de desempeño (represión, persecución y violación extensiva de derechos humanos a la oposición, entre muchas otras realidades despóticas); la hegemonía imperante sólo puede sostener su continuismo en la imposición de la fuerza.
Sus aliados o beneficiarios, externos o internos, siguen disimulando que no pasó lo que pasó y pasa. Salvo estos, nadie en el país o fuera de él, concede un mínimo de credibilidad y legitimidad a la hegemonía.
La apuesta del poder establecido es que pase el tiempo y vaya bajando la presión doméstica y foránea. Se han salido con la suya muchas veces en esta apuesta. Ahora es distinto. El fraude colosal y sus terribles consecuencias no son eventos que puedan desaparecer de la escena, «con nervios de acero». No. Esta vez no.
Sugiero revisar las recientes declaraciones de Guillermo Tell Aveledo, un académico sensato y valiente: la precariedad de la situación es obvia. Y digo que a pesar de la propaganda oficial, no se puede disolver. Al contrario.
María Corina y el presidente Edmundo merecen todos los tributos por su firmeza en la lucha por el conjunto de la nación. Y junto a ellos, millones de compatriotas que no se van a rendir, sino que se mantendrán en la defensa de los derechos democráticos.
No sólo hasta el final de la patética hegemonía, sino también hasta el principio de un cambio de raíz, como es la voluntad soberana del pueblo.
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