Los pueblos que olvidan su historia, están condenados a repetirla. Cicerón
Me encuentro entre quienes votaron y votarían en el futuro en contra del actual gobierno que ejerce de hecho el mandato en Miraflores. No pretendo polemizar sobre leyes y Constitución. Mi formación fue directa para resolver problemas y conflictos técnicos. Suelo resolver sin sentimentalismos con pura metodología científica los problemas, y al igual que muchas otras profesiones solemos ser pragmáticos. Es decir, no podríamos tener la visión cercenada de resolver un problema sin diagnosticar con exactitud el mal que lo causó.
Algún ejemplo, ¡sí, claro! Ningún profesional de la medicina podría realizar una intervención quirúrgica para salvar una vida, sin estar convencido de que esa vida está en peligro. Un diagnóstico adecuado le daría la certeza de un acertado proceder.
La sociedad venezolana desde hace mucho tiempo ha errado su visión para elegir el futuro que desea. Esa sociedad que surgió post Gómez y Pérez Jiménez carece de la sapiencia para identificar correctamente a los malos gobiernos que en el pasado han arruinado a nuestra patria. No tiene el pueblo venezolano, ni la más mínima idea de nuestra historia y el por qué estamos como estamos. Jamás tuvo conciencia de ello. ¿Porque? No se le instruyó, no se le educó, no se le dijo que nuestro país tenía una sucesión permanente y cruel de caudillismo y militarismo. Jamás se le grito fuerte y claro que por primera vez esa anarquía abusiva, mandona y centenaria, fue sustituida por la democracia de líderes “civilizados” gracias a un movimiento estudiantil y político que podríamos resumir como la generación del 28.
Esa valiente efervescencia de muchos jóvenes universitarios, transformaron el liderazgo social. Coadyuvaron a construir movimientos campesinos, agrarios, y magisteriales. Apoyaron las reivindicaciones laborales a través de los sindicatos y gremios para hacer una sociedad más justa. Pavimentaron el camino para fortalecer un liderazgo civil que estabilizó la democracia durante 40 años.
La democracia fue justa, ¡o al menos lo intentó! Los políticos y jóvenes de esa época, a pesar de sus diferencias, lograron formar una sólida unidad en contra de una historia de caudillismo grotesco y anarquista. Por primera vez en decenas de años se instauró un gobierno civil y alternativo. Una democracia. Poderes independientes. Un Senado con funciones de equilibrar los recursos para el desarrollo integral de los estados y una cámara de diputados con representantes de todos los sectores de la sociedad.
Gracias a la democracia hubo progreso. Servicios, créditos, carreteras y producción. Por la democracia emigramos de una Venezuela rural a un país de progreso. Por la democracia nos educamos millones de venezolanos. Hoy día, por la democracia que conocimos y recordamos tenemos el deber patriótico de darle una oportunidad a nuestros hijos. El concepto de Democracia se ha tergiversado.
Democracia no es repartición de bienes. La democracia no es privilegio para industriales y comerciantes. Democracia no es una zafra económica para los partidos en contiendas electorales. Democracia no es secuestrar tarjetas ni violar los principios éticos y morales, amén de la constitución. Democracia es respeto a las leyes y al derecho ajeno. No es ese intento torpe, raro y grotesco de redefinir la democracia como una mezcla de codicia, conspiración y estafa. Debo oponerme como muchos, e identificarme necesariamente con el cuestionamiento ontológico proveniente del pensamiento de Clarice Lispector.
Vivimos en una sociedad enferma. La hemos fomentado todos, por intervención, por complicidad o por omisión. Este país que es de todos está en terapia intensiva. ¡Hasta que no entendamos que este país es de todos, no será de nadie!
Los jefes y líderes no han interpretado que no es Maria Corina. Es lo que representa en el corazón de todos. El deseo de una vez por todas de execrar el caudillismo y militarismo de nuestra sociedad. Representa el querer transformarnos en mejores hombres y mujeres. En mejores y más honestos ciudadanos, en demostrar que tenemos en nuestro corazón, más cosas buenas, que las malas y horribles que nos ha obligado a sacar de nuestras vísceras este régimen perverso.
Maria Corina es la imagen noble que expresa lo mejor de nosotros. ¿Lo logrará?