Dada la chapuza de las inhabilitaciones, aunada con la supresión de facto del CNE, queda evidenciado que cualquiera que sea el rumbo de la transición venezolana a la democracia no será tranquila ni ordenada.
La dictadura chavista-madurista refundó el país, primero, sobre la mutilación autoritaria de la democracia que ellos llamaron, peyorativamente “puntofijista” (la ironía es que, ahora, bien mirada la cosa, precisamente, la naturaleza del pacto de “Puntofijo”, que solo era un ámbito de un pacto más amplio, que incluía a todos los sectores de la sociedad, era lo mejor que tenía la democracia que se instituyó en el país en 1958).
En segundo lugar, la dictadura produjo de manera traumatizante la pérdida del mundo familiar. No sé si esa pérdida aplica como crimen de lesa humanidad, pero, sin dudas ha sido mas violenta que todos los dispositivos represivos y sus consecuentes muertas, ya producidas en 2014, 2017, 2019, además de la que ejerce el régimen cotidianamente.
Y en tercer lugar, como complemento a lo anterior la dictadura incrementó los “miedos sociales”, miedo al desamparo y a la miseria: 7 millones de personas que deambulan por el mundo en busca de una vida mejor que la que el chavismo-madurismo les ha enajenado es demasiado cruel. Solo en lo que va de año han tomado la opción de atravesar la selvas del Darién 100.000 venezolanos.
De tal manera que estamos frente a una situación de deterioro y destrucción como nunca hubiésemos pensado que una fuerza política que emergió como oferta de salvar el país (no sabemos, al final de qué se proponía salvarlo) lo destruyera construyendo solo estropicios.
De allí la necesidad de la urgente renovación de un nuevo orden. Y es que lo que se plantea hoy en Venezuela es, precisamente, una lucha por el orden y en ese sentido, una vez, con la certeza de que el régimen perdió su iniciativa fundacional y que ha devenido en un pésimo gerente de la crisis que él mismo había producido, el país debe asumir, primero las primarias y luego las elecciones del próximo año como la posibilidad cierta de construir un orden democrático.
Ese es el horizonte temporal propio que la oposición ha creado, de allí que esta no puede permitir que las acciones del régimen con toda la estructura de poder que tiene le impongan a la oposición límites para su acción política.
Por eso es que la expresión de María Corina Machado “hasta el final” adquiere mucha importancia porque nos remite a la naturaleza de la lucha a emprender una vez que se consolide los dispositivos inhabilitantes.
Y esa lucha es una lucha por la recuperación de la democracia, no por la que había antes del advenimiento de la dictadura chavista, esa no tiene vuelta atrás.
Todos los analistas que han abordado la inhabilitación de María Corina Machado y, también, la de Capriles y Superlano, incluso la nota publicada este martes en El Nacional de Fernando Mires, señalan que la única vía para la recuperación de la democracia es la electoral y yo la comparto, pues es inconcebible la derrota del régimen por otra vía que no sea esa.
Pero, en el contexto actual, dado los recursos de poder autoritario del que goza el gobierno que incluye: además de la Fuerza Armada, policía, colectivos armados, al TSJ, CNE y Asamblea Nacional, cuya estrategia es la eliminación del otro, incluso la eliminación física, se hace necesario que junto a la estrategia electoral se cree un vasto movimiento social cuya presencia en las calles, plazas y en todo espacio de la sociedad civil y política le envíe el mensaje al régimen de que el horizonte social y político de las expectativas del grueso de los venezolanos se articulan en torno a la idea de que la democracia solo es posible si se lucha por ella.
Eso significaría reivindicar el “hasta el final” de María Corina Machado e impediría que sea el régimen el que imponga, a la fuerza de la “ley” a los Brito, los Rausseo, los Bernabé Gutiérrez o cualquier otro alacrán.
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