Oprah Winfrey es, sin lugar a dudas, una de las mejores entrevistadoras estadounidenses de los últimos 40 años. Entrevistadoras, en este caso, es inclusivo, incluye a los hombres también. Comparable a Larry King y Mike Wallace, ya fallecidos, y a Bárbara Walter, en el campo femenino, hoy retirada.
Sobre todo en el caso de los dos últimos, los entrevistados siempre iban prevenidos. Walter entrevistó a Chávez una vez, si mal no recuerdo, para 20-20, en ABC. Wallace entrevistó al ayatolá Jomeini, en 1979, cuando todavía había en Irán rehenes norteamericanos sacados de la embajada. En un momento de la entrevista, Wallace le preguntó al entonces temible ayatolá sobre comentarios hechos por el presidente egipcio de la época, Anwar Sadat. Contando ya con la reticencia del intérprete iraní de traducir sus preguntas, le dijo en tono de súplica a Jomeini: «Él lo llamó, perdóneme, Imán, sus palabras, no las mías, ‘un lunático».
Larry King, igual que la Walter, eran más cordiales. King llegó a decir que no iba tan preparado a sus entrevistas, que no indagaba demasiado sobre sus personajes. Que eso le ayudaba a hacer buenas preguntas, preguntas más auténticas. King, Wallace y Walter son, coincidencialmente, de origen judío. Oprah, quien es afroamericana, hizo el domingo una de las mejores entrevistas de su carrera, al conversar con los duques británicos de Sussex, Harry y Meghan.
Fueron dos horas transmitidas por la cadena CBS, que una articulista de The Washington Post calificó como el Super Bowl de la realeza, con una audiencia estimada en Estados Unidos de 17 millones de personas, antes de ser vista en el Reino Unido. La clave del éxito de la entrevista, expresada en la cantidad de noticias que generó, fue dejar hablar a los entrevistados, sin interrupciones extemporáneas, y regresando a puntos específicos que no dejaba pasar con oportunas repreguntas de seguimiento. Si algo que llamaba la atención se deslizaba entre un cúmulo de generalidades, la entrevistadora permitía que la respuesta continuara hasta que veía el momento de regresar al punto en cuestión.
Como cuando Harry, quizás menos experto lidiando con los medios que su esposa, deslizó, sin que se lo preguntaran, que su padre, el príncipe Carlos, le suspendió el habla por un tiempo después que decidió mudarse a Canadá. O cuando Meghan reveló que empezó a tener problemas de salud mental mientras residía en el palacio real. Oprah pidió una precisión, sobre si había tenido ideas de suicidarse, y la duquesa de origen norteamericano le respondió: “Estaba avergonzada de admitírselo a Harry. Sabía que si no lo decía, lo haría. Simplemente no quería más estar viva”.
En líneas generales, la pareja también se desenvolvió muy bien durante la entrevista. Ambos trataron de ser muy cuidadosos en sus respuestas, sin mostrar rencor o una agresividad negativa hacia la familia real británica o hacia la propia institución de la monarquía.
La entrevista ofreció luces sobre las razones que llevaron a la pareja a desvincularse formalmente de la realeza y su visión sobre el funcionamiento de la monarquía como institución. La razón más resaltante: racismo. A Archie, el retoño de Harry y Meghan, no le concedieron el título de príncipe, a pesar de que por tradición y desde el punto de vista legal tiene ese derecho. No se trata, por supuesto, de un mero título, sino que además de lo que implica en la línea de sucesión al trono, se trata también, en la práctica, de la seguridad personal del primogénito, que fue eliminada cuando la pareja decidió mudarse a Canadá, parte de la Mancomunidad Británica.
Desde antes de nacer el niño, alguien de muy alto rango de “la Firma”, que es como también llaman a la parte institucional de la monarquía, hizo comentarios sobre cómo se vería si el más reciente nieto de Lady Diana lucía morenito, de piel oscura, dado que la madre es birracial, mitad blanca y mitad negra.
Otra interesante revelación fue la perspectiva de la pareja sobre la relación entre los tabloides sensacionalistas londinenses y la familia real y la institución monárquica. Lo que hizo que Meghan se sintiera deprimida, a punto de suicidio, fue la forma como los tabloides crearon falsas especies sobre su persona y su vida en palacio, y las presentaciones agresivas de corte discriminatorio hacia su persona. Cuando Meghan pidió ayuda, incluso a Recursos Humanos (sí, hay un departamento de Recursos Humanos para los miembros de la corte real), para recibir apoyo en su defensa frente a los medios, como sí lo hizo el Parlamento, o a través de asistencia psicológica, ambas le fueron negadas. La primera simplemente no se produjo y sobre la segunda, le dijeron que no era posible, que tenía que sobrellevar la carga por su cuenta.
¿Quién te dijo eso?, preguntó Oprah, y Meghan contestó que no podía revelar el nombre porque sería muy dañino para la institución; mientras que sobre los comentarios racistas, Harry señaló que no compartiría con quién tuvo esa conversación.
Meghan describió la relación entre los tabloides y la familia real británica como una relación simbiótica, donde unos se nutren de los otros. Los medios venden más periódicos ocupándose de los chismes de la familia real, mientras que esta se siente favorecida por la alimentación del mito que ella representa. Harry, por su parte, dijo que existe un “contrato invisible” entre la familia real y los tabloides, en el que la Casa de Windsor está dispuesta a compartir vino y cenas con los medios para obtener un mejor tratamiento informativo. “Tienen un agudo temor de que los tabloides se volteen contra ellos”, expresó, y dijo que se trataba de un “control a través del miedo”, por parte de medios que ambos no dudaron en considerar racistas.
Casi al final de la entrevista, Harry dijo que para él, su padre y su hermano mayor, herederos directos de la corona real, están entrampados en una situación en la cual él también lo estaba, y recordó que no quería revivir la situación de su madre, Lady Diana, que tuvo una situación similar y también vivió acosada por los tabloides, sola, lo cual él no repetiría, porque al menos él y su esposa se tenían el uno al otro.
Harry criticó que la familia real y la institución monárquica no aprovecharan precisamente la condición birracial de su esposa para consolidar una nueva relación con los países miembros de la Mancomunidad Británica, que en su mayoría son de una variada gama de diversidad racial. Meghan hubiera jugado en ello un importante rol. En ese sentido, trajo implícitamente a la memoria el caso de su madre, a quien llamaban la princesa del pueblo, y tanto que costó cuando murió trágicamente en París que la reina le rindiera tributo público, hecho solo por la presión popular, que mostró avasalladoramente su dolor en las calles de Londres, y la insistencia por parte del primer ministro Blair de que la reina Isabel se manifestara.
En el plano meramente familiar, tanto Meghan como Harry descartaron una mala relación con la reina. La duquesa afroamericana dijo sentirse querida y bienvenida por la monarca, mientras que Harry aseguró que sus relaciones con la abuela eran ahora mejores que nunca.
El hueso duro de roer como que está con quienes corren el mayor riesgo de desatarse una crisis de la monarquía, los herederos primarios del trono, el príncipe Carlos, en primera instancia, y el príncipe William (o Guillermo). Harry reconoció distanciamiento con ambos y por las preguntas no respondidas de la pareja, pudiera deducirse que el padre y el hermano mayor forman parte (o al menos Carlos) de la imbricación de la parte institucional con la familiar que llevó a Harry y Meghan a desistir de sus privilegios reales y obligaciones.
Harry dijo que de no haber sido por el legado económico que le dejó su madre no hubiera podido afrontar su nueva situación, como lo ha hecho hasta ahora, especialmente por los gastos que demanda la protección de su familia.
Este drama de la vida “real”, pone nuevamente a prueba la capacidad de la monarquía británica de mantener vigente una institución de origen medieval que sobrevivió a la Guerra de las Tres Rosas, el cisma de la corona con la Iglesia Católica, se adaptó a la Revolución Industrial y al capitalismo, y aun después de la Segunda Guerra Mundial, la actual monarca continúa como jefa del Estado de países como Australia, Canadá, Jamaica, Belice, Nueva Zelanda y Papúa Nueva Guinea, además de tener posesiones territoriales alrededor de los cinco continentes del mundo.
@LaresFermin
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