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Harrods

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Harrods, los grandes almacenes londinenses, corazón de Knightsbridge, era un símbolo del Imperio británico, como lo es todavía «Fortnum & Mason» en la calle Piccadilly, donde los empleados visten de chaqué para pasmar a la clientela turística. Pero Harrods era especial, y así lo prometía uno de sus mensajes publicitarios. «Nada hay en el mundo que no pueda comprar en Harrods». Este mensaje, tamaña afirmación, molestaba sobremanera a Gordon Mulligan IV, multimillonario tejano, propietario de más pozos de petróleo que bogavantes en una comida de dirigentes sindicalistas. Y una mañana, que amaneció incordiante y aburrido, embarcó en su ‘jet’ particular y ordenó a los pilotos que volaran hasta Londres. A la mañana siguiente, abandonaba el Hotel Dorchester rumbo a Harrods. «Se van a enterar estos pretenciosos ingleses».

Ya en Harrods preguntó por el stand de Información al cliente. Fue atendido por una atractiva empleada. «Señorita, quisiera saber en qué planta de estos almacenes se venden los rinocerontes vivos». La empleada respondió con toda naturalidad formulando a su vez otra pregunta: «¿Rinocerontes blancos o rinocerontes negros?». Gordon Mulligan IV simuló su desconcierto. «Rinocerontes blancos, señorita».

Y ella continuó imperturbable. «Los rinocerontes negros no se pueden comerciar por haber sido declarados en peligro de extinción. Para adquirir rinocerontes blancos, quinta planta al fondo derecha, box 14».

En la quinta planta, Gordon Mulligan IV buscó y encontró el box 14. Lo atendía un señor calvo, muy de Harrods.

«Buenos días. Soy Gordon Mulligan IV de Texas, USA, y quisiera adquirir un rinoceronte blanco». El empleado se identificó. «Encantado de atenderle, señor Mulligan. Soy Spencer Goring, jefe del departamento de Grandes Mamíferos. En este momento, no tenemos en el almacén ningún rinoceronte blanco disponible, pero si usted me facilita una dirección, lo tendrá en su casa en veinte días». Y Mulligan le proporcionó su dirección tejana. En el «Dorchester» no admitirían el envío.

Spencer Goring le informó de las condiciones. «El rinoceronte blanco adulto, con los gastos de envío a su rancho de Texas, y los impuestos correspondientes, suman un total de 177.952 libras esterlinas. De acuerdo con nuestras normas, nos deberá abonar 50% del total. Confirmada la operación, nuestro representante en Tanganyka procederá a enviárselo inmediatamente. Si desea recibirlo por vía aérea en lugar de por transporte marítimo desde Dakar, Senegal, tendrá que abonar un suplemento de 8.700 libras. En tal caso, recibirá al rinoceronte blanco en 8 días como máximo plazo». Y Gordon Mulligan IV, abonó el suplemento.

En Texas, se olvidó del rinoceronte. Tenía demasiadas amantes para perder el tiempo en rinocerontes blancos. Se desperezaba una mañana junto a Elleanora Bonetti, hija del encantador mafioso Luigi Bonetti III, cuando fue avisado de la llegada del rinoceronte. No le habían preparado ni cobertizo ni espacio adecuado a la especie. Se lo regaló al Zoo de Houston, que aceptó el regalo a regañadientes porque estaba sobrado de rinocerontes.

«Tengo que reconocer que soy un perfecto gilipollas», le confesó a Elleanora. «Totalmente de acuerdo», ratificó ella, muy belleza italiana, algo ordinaria, a mi modo de ver.

La estupidez le salió por un ojo de la cara.

Y Harrods agigantó su prestigio.

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