La edición que tengo en mi Kindle es la correspondiente a la que Monte Ávila editores latinoamericana puso en circulación para regocijo y gozoso júbilo de los lectores de la lengua de Cervantes en noviembre de 1996. Se trata de un pequeño poemario de 89 páginas de intensa y vibrante lirismo agonístico que resuma por doquier una vida pletórica de angustia ontológica, es decir, vital en el más estricto y riguroso sentido etimológico del término griego antiguo, esto es, una biós, total, íntegra, absoluta, que comporta de suyo a su opositum complementario; la muerte como autorrealización plena y natural de la vida.
La poesía contenida en este magistral y por demás maravilloso libro le habla al azaroso e hipotético lector de una poderosa facultad de prognosis que le asistía a la poeta como forjadora de mundos paralelos. Cuenta la escritora que el día que murió el escritor argentino Jorge Luis Borges ella presintió su muerte porque en mitad de la noche se asomó a la ventana de su estudio unos minutos antes de seleccionar un voluminoso tomo contentivo de las obras completas del argentino universal y, justo en ese instante observó un asombroso fenómeno celeste: una inmensa bola de fuego cruzó la bóveda celeste y se encontró con otro fenómeno ígneo e incandescente al otro extremo de la elipsis celeste. A la poeta Ossott no le cupo la menor duda: se trataba del espíritu de Borges que iba al encuentro de Heráclito.
No deja de exhibir en la poesía de Ossott un discreto tono confesional que pone en evidencia las terribles y dolorosas lastimaduras causadas a su psique golpeada por incurables depresiones y crueles e insoportables insomnios que le herían sin tregua su atolondrada existencia, las más de las veces, vivida poéticamente. ¿Acaso pudo haber vivido la escritora una vida que no fuera auténticamente poética?
“Oigo voces, oigo voces,
(…) voces de niños
jugando al fútbol
Y yo no tengo un niño
que me explique esa voz
Me ando entre viejos,
entre viejos psiquiatras
Eso
solo
confunde
Me aumentaron las
dosis de Litio”.
(Mayo, 1991)
De asombros, hechizos y maravillas está compuesta la materia verbal de Ossott. Un gato llamado Ulises que recibe muchos nombres; Mizi, Monstruo, Abelardo… y el sujeto lírico interroga al actante imaginario invencionado por la escritora intentando un “diálogo” entrambos; o mejor, un monólogo. La escritora de pregunta a su gato:
-Mizzi, ¿qué haces allI?
-¡Dormir! –contesta en silencio…
Y me dice: Miau.
(p.23)
En el poema titulado «Solo un cuerpo» la escritora hace patente su impotencia ante el desgarrador acto de la autoabolición de un ser amado y deja expreso su desazonado desacuerdo con la terrible lógica de lo inevitable. En el poema antes citado nada colma el sentimiento de pena causado por la pérdida del ser amado ni la paz del Señor ni la paz de la noche ni nada es suficiente para confortar un ánima
(estado de ánimo) lacerado por la pérdida física de quien fue alguien sustantivamente importante en la vida de la poeta. Únicamente queda la locura y la muerte después de la nada que queda flotando como una bruma evanescente en el ánimo de la poeta. Cómo avergüenzan –dice la escritora-.
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