La ciudad portuaria alemana de Hamburgo posee una extensión similar a Caracas (entre 700 y 800 kilómetros cuadrados como zonas metropolitanas), de modo que no será difícil hacer un ejercicio de empatía y pensar lo que padeció en la Segunda Guerra Mundial. Muchas veces he soñado que mi ciudad es bombardeada; la causa quizás sea el haber vivido y visto a los aviones de nuestra Fuerza Aérea bombardear algunas partes en el intento de golpe de Estado del 27 de noviembre de 1992; y el leer y ver tantos documentales bélicos. Pero en esas pesadillas todo es lejano; nunca me siento en una ciudad que arde por los cuatro costados generando las inimaginables temperaturas de 800° C y vientos de 240 km/h (“tormenta de fuego”), lo cual lleva a que desaparezca el oxígeno y el asfalto se convierta en una especie de “barro” que atrapa a las personas convirtiéndolas en antorchas humanas. Los habitantes de Hamburgo conocieron este infierno en la semana que fue del 24 de julio al 3 de agosto de 1943, y que asesinó a más de 40 mil ciudadanos e hizo desaparecer 2/3 de sus edificios. Fue llamada “Operación Gomorra”, y consistió en el casi diario bombardeo de la ciudad por parte de la Royal Air Force (RAF) y la United States Army Air Force (USAAF). Hasta el momento la crueldad humana no había inventado tal nivel de destrucción. Y es la demostración, siguiendo las palabras del Papa Francisco en el Ángelus del domingo 8 de octubre de 2023 al comentar el reinicio de la guerra entre Israel y las organizaciones terroristas de Palestina, que “la guerra siempre es una derrota”.
En mayo pasado dedicamos dos artículos a la ofensiva de bombardeo estratégico de los aliados angloestadounidenses durante la primera mitad de 1943, ahora esperamos concluir el analizas de dicho año. Se siguieron manteniendo las directrices establecidas en la Conferencia de Casablanca (Marruecos, 18 al 24 de enero de 1943): “el desmembramiento y progresiva destrucción del sistema industrial, económico y militar alemán, y minar la moral del pueblo germano”, junto a la importantísima eliminación del dominio aéreo de la Luftwaffe. Eran los requisitos para que a finales de la primavera de 1944 se llevara a cabo el desembarco en Francia. La contribución de los bombarderos en la destrucción de los astilleros y puertos de las bases de submarinos alemanes ayudó a la derrota de los u-boots (submarinos alemanes); pero también en esos primeros seis meses la RAF se dedicó a la llamada “Batalla del Ruhr” con importantes éxitos aunque no paralizó la industria del Tercer Reich. Después de una disminución de la actividad entre junio y julio por razones meteorológicas y el apoyo a la campaña italiana; el máximo comandante del Mando de Bombardeo de la RAF (Arthur Harris) planteó retomar con fuerza su idea de destruir las ciudades industriales (y dejar a los obreros sin viviendas), y pidió la cooperación de la Eighth Air Force en la “Operación Gomorra”.
El gran problema era que la Luftwaffe había incrementado el número de cazas en la Defensa del Reich contra los bombarderos, y las pérdidas que estos sufrían eran crecientes debido a que solo la escolta de caza (P-47 Thunderbolt) llegaba hasta la costa alemana (a finales de año se amplió este margen). Cuando los B-17 de Estados Unidos retomaron los bombarderos, en la última semana de julio más de cien unidades fueron derribadas o quedaron dañadas. Pero la tecnología y la mejora en las tácticas ayudarían a disminuir dichas cifras en los meses siguientes. “Gomorra” incorporó las contramedidas “window” (lanzamiento de tiras de papel metalizado) que cegaron los radares alemanes tanto de sus terribles cañones antiaéreos (Flak) como los de sus cazas nocturnos. El objetivo que se propuso era lograr la mayor destrucción posible combinando la acción de ambos mandos de bombarderos sobre un mismo objetivo: la RAF atacaría las viviendas con 5 ataques nocturnos, y la USAAF con 2 destruiría el puerto, barcos, depósitos de combustibles y la central eléctrica. Algunos historiadores afirman que la intención era calmar a Stalin que exigía un segundo frente en Europa y estaba molesto porque el mismo se iniciaría en 1944. Sea o no la razón, se estaba siguiendo la doctrina de bombardeo de Arthur Harris, que ahora sí pudo reunir todas las condiciones para desatar el infierno en la Tierra.
La historiografía le da una gran importancia a esta operación, porque no hay un libro que trate todo el conflicto (salvo inexplicablemente el de sir Winston Churchill) que deje de nombrarlo. Incluso algunos se atreven a decir que es el verdadero punto de inflexión y no Stalingrado como tanto se ha repetido. Dos buenos ejemplos al respecto son el del as y comandante de la Luftwaffe: Adolf Galland, el cual le dedica un capítulo entero (“Capítulo XXVII. Hamburgo: hora crucial de la Luftwaffe”) en sus memorias (1954, Los primeros y los últimos); y las del ministro de armamento Albert Speer: (1969, Dentro del Tercer Reich). A continuación dejemos que ellos hablen, empezando por Galland que explica también la campaña aérea que le sigue:
El golpe asestado a Hamburgo (…) demostró la necesidad de aprovechar todos los progresos técnicos y tácticos para dar con la masa el golpe más poderoso. Con esta serie de ataques en gran escala, el enemigo pasó de los bombardeos de zona a una ofensiva de aniquilamiento planificado. (…) Se lanzan bombas incendiarias y latas de fósforo de forma concentrada (1.500 toneladas que lanza en tan solo 20 minutos).
El primer bombardeo la noche del 24 al 25 de julio destruyó las tuberías de agua impidiendo que los bomberos apagaran los incendios. El fuego se avivó con el ataque diurno de los B-17, para después seguir ardiendo el 27 de julio por una nueva visita nocturna de casi 800 cuatrimotores británicos. Es en este momento que sumado a las condiciones del verano se da algo inédito: “la tormenta de fuego” descrita por el informe secreto de la jefatura policial que transcribe Galland:
“Lo terrible de la situación se manifiesta en los rugidos furiosos del huracán de fuego, el ruido infernal de las bombas al estallar y los gritos de muerte de las personas. El idioma no tiene palabras ante la magnitud de los horrores que durante diez días y sus noches agitaron a la población”.
Galland explica que “psicológicamente quizás la guerra había alcanzado su punto crítico”; porque la tan nombrada Stalingrado se encontraba a miles de kilómetros, en cambio todos los alemanes supieron la magnitud del horror del puerto más importante del Reich; y sabían que “aquello que ayer sucedió en Hamburgo puede tocarnos mañana a nosotros”. Una parte de los berlineses comienzan a ser evacuados, y en las altas esferas de la burocracia se repite una frase en voz baja: “la guerra está perdida”. Adolf Hitler exige una reunión con los altos comandos de la Luftwaffe pero no escucha las propuestas que estos le ofrecen: iniciar una política defensiva, por el contrario propone dedicar el esfuerzo al ataque de Londres. Speer por su parte explica las consecuencias del bombardeo con las siguientes palabras:
Lo ocurrido en Hamburgo me alarmó en extremo. (…) Tres días después comuniqué a Hitler que la producción de armamentos se había visto seriamente afectada por aquellos ataques y que, si seguían y se ampliaban a otras seis grandes ciudades, quedaría paralizada en toda Alemania. Hitler me escuchó sin ninguna emoción.
En la segunda mitad de 1943 este tipo de ataques sobre las ciudades alemanas se repetiría cada vez con mayor frecuencia por parte de la RAF, aunque nunca con tal intensidad. Ana Frank los ve desde su refugio en Ámsterdam y escribe en Diario el 4 de agosto: “Centenares de aviones vuelan sobre Holanda, en ruta hacia Alemania para bombardear y destruir sus ciudades; (…) entre la una y las cuatro de la madrugada no es raro que nos sorprendan los aviones y los disparos ininterrumpidos”. Por su parte la Eighth Air Force trató de no ser distraída de su objetivo: destruir la Luftwaffe al centrar el bombardeo en sus aeródromos y sobretodo en la industria que la mantenía volando (buen ejemplo de ello fue la industria de rodamientos en Schweinfurt, que el propio Speer señala que generó una caída de la producción del 38 %). A finales de año se iniciará una campaña de destrucción de Berlín; pero de ella hablaremos, Dios mediante, el año que viene cuando retomemos la batalla aérea sobre los cielos europeos, que esperamos coincida con el anunciado estreno de la serie Masters of the Air (26 de enero de 2024).
Sobre su reconstrucción en el cine no conozco ninguna película pero sí algunos documentales. Las fuentes usadas son las mencionadas en las series de años anteriores dedicadas al tema, pero también las dos obras del historiador británico Keith Lowe: Infierno: la devastación de Hamburgo, 1943 (2007) y Prisioneros de la historia (2021). Al concluir nuestro ejercicio de empatía con Hamburgo y compararla con Caracas, piensen solamente que el infierno que se desató en ella fue de tal magnitud que si lo padeciéramos éste podría verse desde Valencia, San Juan de los Morros e incluso en Boca de Uchire en la frontera con el estado Anzoátegui. La semana que viene, Dios y “trabajos alimenticios” mediante, regresamos al frente del Pacífico y Asia.