Foto El Tiempo

Gustavo Petro, con solo tres años ya para poder dejar una estela de ejecutorias válidas en su país, debería acometer la más urgente tarea social que es la de encontrar y poner en marcha acciones capaces de aliviar el hambre de los colombianos.

A inicios del 2022 la FAO sostuvo en un informe sobre este tema que 7,3 millones de sus compatriotas necesitarían asistencia alimentaria en 2022, y comparó la situación de los vecinos con Etiopía, Sudán del Sur, Nigeria y Yemen. De acuerdo a sus investigaciones, Colombia tiene brechas de retraso de crecimiento entre niños ricos y pobres similares a las de Camboya, India y Pakistán. La airada reacción del gobierno de Iván Duque ante tamaña aseveración fue grande porque ese es un pecado únicamente atribuible a la inacción o a la in eficiencia de los gobiernos. Hoy por hoy, en manos de una administración que poca credibilidad otorga a los análisis de los órganos del Sistema de Naciones Unidas, el tema está siendo deleznado de manera olímpica.   Pero de acuerdo a cifras del órgano oficial a cargo de las estadísticas nacionales, el DANE, y según su Encuesta Nacional de Presupuesto de los Hogares, 40% de la población gana menos de un salario mínimo. Estos 5,7 millones de hogares pobres destinan a su alimentación menos de 40$. Uno de cada tres colombianos solo hace una comida al día.

Tendemos a creer que Colombia es un país que se autoabastece de alimentos y la situación está lejos de ser esa. El peso de las actividades agropecuarias en la economía se acerca a  al 6%.Durante los tres pasados lustros el sector agroalimentario creció una vez y media por debajo del sector comercial. La demanda que no se satisface con producción local se satisface con importaciones y cada día se requieren más pesos para comprar un dólar.   Con estas variables en el escenario colombiano el panorama futuro no es, evidentemente, prometedor. Una situación de esta naturaleza requiere que el sector sea declarado un área prioritaria de actuación gubernamental exige reformas económicas de fondo.

Sin embargo el abordaje de este crucial tema por parte del presidente Petro no puede ser mas simplista. En la Cumbre Mundial de Seguridad Alimentaria, en septiembre pasado,  el mandatario, luego de confesar que de las 30 millones de Hectáreas con potencial de producción de alimentos Colombia apenas destina 6 a esa actividad económica, puso sobre los hombros de las naciones ricas la tarea del empoderamiento del campesinado de los países más pobres.  Para él, no es tarea del gobierno establecer las condiciones macroeconómicas dentro del país que son necesarias para asegurar inversiones que impulsen el sector, más si lo es el “empoderamiento” de los trabajadores de la tierra una m eta a ser alcanzada por las naciones ricas. Petro aseguró, de cara a lo más granado del mundo en materia de seguridad alimentaria, que de conseguirse la plena capacidad de producción alimentaria, el labriego colombiano no tendría necesidad de producir plantas dedicadas a la producción de narcóticos.

No existe tal cosa en  el Plan de Desarrollo como una solución estructural ni una  política de impulso a la producción de alimentos Su estrategia de “ Hambre Cero” que no es otra cosa que transferencias en dinero, bonos de  mercado o alimentos para la población vulnerable a ser distribuidas a través de organizaciones populares y campesina, deriva únicamente de un  populismo con el que piensa fidelizar a los sectores afectados.

En lugar de dedicarse Petro a pasear su humanidad por el mundo para exhibir su condición de Jefe de Estado y arengar en cada foro o encuentro acerca de las responsabilidades de las naciones ricas en aliviar el hambre de los conglomerados más desposeídos, entre ellos, el colombiano, la tarea más inmediata del gobernante debería estar centrada en desarrollar un sector agrario y agroindustrial fuerte.


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