La guerra entre Hamás e Israel ha cumplido ya su primer mes y nada parece indicar que el desenlace este cerca. Peor aun, cualquiera sea el resultado en el campo militar lo seguro es que en el campo político las consecuencias se vivirán por tiempo prolongado.
Este columnista adopta sin reserva la posición favorable a Israel. Sin embargo, necesario es reconocer que en cualquier guerra existe la posibilidad de que alguna o ambas partes cometan excesos que en forma genérica suelen denominarse “crímenes de guerra”. Este enfrentamiento no ha estado exento de esos excesos, pero los mismos no pueden ser percibidos de igual manera sin tomar en cuenta quien los comete: agresor o agredido o sea quien inicia el conflicto y establece la ferocidad de sus acciones (Hamás), frente a quien tiene que defenderse de una acción que tiene por fin confeso y altamente publicitado la destrucción del Estado de Israel. Sobre este dilema rescatamos una intervención del rabino Pynchas Brener (que lideró la comunidad judía en Venezuela durante cuarenta años) quien en una entrevista señaló la diferencia entre la interpretación teórica y la interpretación práctica del derecho a la defensa explicando que la vertiente teórica tiene limitaciones muy razonables pero que no lucen aplicables cuando se trata de una situación en la que -como ahora- el objetivo del agresor es la aniquilación del agredido. Suscribimos esa diferenciación.
No deja de ser cierto que los palestinos tienen legítimos reclamos que han abierto y mantienen vigentes importantes grietas interpretativas. También es cierto que sus propios dirigentes son los que una y otra vez han frustrado la posibilidad de alguna solución más o menos definitiva al tema, desde los Acuerdos de Oslo y Camp David rechazados o desoídos por sus propios representantes. También es cierto que el problema es suficientemente complejo como para que su faz actual venga durando ya casi un siglo sin que los más relevantes dirigentes locales y mundiales hayan podido encontrar una solución mutuamente satisfactoria. El Medio Oriente ha sido y sigue siendo zona de conflictos desde los tiempos bíblicos y especialmente desde que Moisés lideró al pueblo judío, escapado de la opresión de los faraones egipcios, para establecerse en la “tierra prometida “de Canaan (Israel de hoy). Ello no condena al conflicto para ser perpetuo pero ciertamente dificulta una solución estable.
Claro está que la actual etapa se inicia con una incursión nocturna salvaje y desenfrenada de elementos terroristas dirigida contra civiles israelíes resultando en muerte indiscriminada y toma de rehenes. La primera y necesaria reacción es la defensa inmediata. ¿O no?
Sigue la consideración de si el contraataque a la zona desde donde se planificó y lanzó la operación debe tener ciertos límites y -de ser así- cual es son ellos.
Sobre el particular es bueno recordar que el contrataque israelí fue precedido por días de advertencias y gestiones internacionales instando a los habitantes de las zonas mas críticas para que dejaran el área antes de los ataque aéreos. La dirigencia de Hamás hizo la campaña contraria aconsejando que permanezcan y de tal manera constituirse en escudos humanos.
Parece suficientemente documentado el hecho de que los informes de inteligencia detectaron casos en los cuales terroristas se escondieron en instalaciones civiles además de otros muchos en los que se detectó que debajo de residencias, mezquitas, etc., se encontraron las entradas al sofisticado sistema de túneles que son parte crucial de la estrategia bélica de Hamás. Lamentablemente, Israel enfrenta el insoluble dilema de un caso de “perder-perder”. Si no se contrataca Israel pierde, si se contrataca Israel también pierde en la batalla de la opinión pública mundial. Cualquiera de las alternativas es mala. Toca al actual gobierno israelí decantarse por una de ellas y asumir las consecuencias.
Estimamos apropiado abordar aquí la responsabilidad que asumen los pueblos cuando eligen sus autoridades. En tal sentido hay que saber que los ciudadanos de Gaza, en elecciones libres y democráticas en 2005 eligieron por amplia mayoría a Hamás para conducir la Autoridad Palestina. Este grupo, ostentando la legítima representación popular logró desalojar de Gaza a su rival Fatah limitándola ahora a la región de Cisjordania y asumiendo, como siempre, la actitud extrema y la via terrorista para resolver el diferendo con Israel. ¿Será que los pueblos, especialmente cuando se expresan libremente, asumen alguna responsabilidad y consecuencia por las acciones de sus representantes?
El argumento anterior sirve también para nuestra Venezuela. Chávez ganó cómodamente la elección de 1989 y varias más de las que siguieron. Mientras mantuvo legitimidad representó al pueblo venezolano que como tal -muy a nuestro pesar- hubo de asumir éxitos y fracasos de esa gestión democráticamente elegida (distinto el caso posterior cuando el gobierno pierde la representatividad por ser producto del fraude, la represión y es hoy apenas una reducida minoría).
Como venezolanos que somos expresamos desacuerdo con la postura no pro-palestina sino militantemente pro-terrorismo asumida por quienes ocupan Miraflores y sus secuaces. Lamentablemente no están solos y en nuestro propio continente hay gobiernos que también acompañan esa posición con mayor o menor volumen de voz. Desde Colombia, Honduras, Chile, Nicaragua, Cuba hasta Bolivia, que en insólito entusiasmo ha sido el primer país en romper relaciones diplomáticas con Israel (Venezuela las tiene rotas desde 2009).
@apsalgueiro1