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Hacia la democracia: Rómulo y la resistencia adeca en tiempos de jauja (Parte I)

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Rómulo Betancourt | GETTY IMAGES

Imagine luchar con débiles fuerzas de unos partidos políticos desarticulados y en repliegue contra un enemigo poderoso y -en apariencia- invencible:

Dueño del poder militar y represivo…

… usados sin escrúpulos, …

… con abundantes recursos financieros manejados a su antojo…

… y apoyo internacional comenzando por Estados Unidos…

Esa era la dura circunstancia a la que se enfrentaban Rómulo Betancourt, sus compañeros de Acción Democrática y el resto de las organizaciones partidistas opositoras, los resultados obtenidos entre 1948 y 1954 confirmaban que ninguna organización política podía por si sola contra aquel poderoso enemigo.

Las iniciativas alentando salidas de fuerza aguijoneadas por ficciones, habían aterrizado en resultados adversos.

Fueron seis años duros, sin aceptar que la unidad era una condición imperativa para derrotar la tiranía.

Es un pasaje de nuestra historia hacia la democracia que evoca situaciones familiares de hoy, con la salvedad de que entonces se pudo salir de la oscuridad y por ahora seguimos en las sombras.

A recoger velas

El tiempo transcurrido fue de equivocaciones lamentables y penosas, el naufragio ocurrido imponía la revisión de la política a seguir. Persistir en el yerro prolongaría indefinidamente la vida de la dictadura. No fue una encomienda fácil ni rápida. Como suelen ser los cambios de política, era necesario balancear lo ocurrido, formular la nueva propuesta, persuadir a unos e incluso apartar a otros, según fuera el caso.

La apuesta a la conspiración militar para recuperar el poder, espoleada por la desesperación y/o el exceso de confianza de la dirigencia adeca, sobrestimaba el poder de sus contactos militares y por ende subestimaba el de la dictadura.

Sus efectos eran totalmente contrarios a los esperados, tras cada intentona golpista venía  la arremetida represiva que debilitaba el partido.

A partir del fraude del 2 de diciembre de 1952 y la Constituyente de 1953, el régimen se sentía «legitimado», en insólito breve tiempo logró estabilizarse. El viento soplaba en contra de la oposición.

El modo de enfrentar la dictadura de Marcos Pérez Jiménez exigía cambios, un tiempo de aplomo para poner las cosas en su sitio. «A partir de junio, después de la terrible razzia -escribe Rómulo Betancourt-, quedamos quebrantados seriamente. La táctica justa, la indicada, fue recoger velas, amainar en la propaganda, dormirse en la ponzoña». (1)

La actuación aislada de Acción Democrática, principal fuerza política del momento y víctima del golpe de estado del 24 de enero de 1948, como su fe ciega en una solución violenta e inmediata, pensando que la recuperación del poder era cosa de corto tiempo, resultó en múltiples fracasos que debían superarse.

Los continuos reveses, determinaban el abandono progresivo de la creencia en salidas rápidas fruto de la conspiración golpista, de los descabellados proyectos de invasión armada del territorio y de las absurdas «actividades especiales», subterfugio del lenguaje de la resistencia para denominar los actos de factura terrorista continuamente fracasados, que incluían acciones violentas de saboteo e incluso de atentados contra altos funcionarios en la ilusoria creencia de que desencadenarían el derrumbe inmediato del régimen.

En el ingrato recuerdo quedaban los intentos de golpe de Estado, abortados por delación como el del 5 de enero de 1953 dirigido por Alberto Carnevalli, quien había sucedido a Leonardo Ruiz Pineda en la conducción de la clandestinidad; de sus llamados valientes a la «rebelión civil» para combinar la conspiración golpista con la acción de masas, caídos al vacío; de la frustrada invasión militar de la «Operación Berta», dirigida con entusiasmo directamente por el propio Rómulo Betancourt; de las excesivamente riesgosas «actividades especiales», como el frustrado atentado contra Pedro Estrada, jefe de la policía política; de la peligrosa «Operación Pingüino» para la introducción de armas al país.

Fueron acciones de alto costo en vidas y en descalabro organizativo.

Llegaba el «tiempo de revisar la estrategia» y «dar comienzo a la definición de nuevas tácticas políticas».

Urgía el debate, el balance no podía esperar: pedía la reflexión serena.

El deterioro de la organización encubierta de Acción Democrática se evidenciaba en el creciente número de víctimas, apresados y exilados; como también en la excesiva rotación de sus autoridades.

Entre octubre de 1953 y noviembre de 1954, apenas trece meses, AD cambió ocho veces de secretario general del CEN del partido: Leonardo Ruiz Pineda, Alberto Carnevalli, Eligio Anzola Anzola, Rigoberto Henríquez Vera, Hector Vargas Acosta y Jorge Mogna, Roberto Hostos Poleo y Pedro Felipe Ledezma se sucedieron una tras otro.

Un claro ejemplo de cuán mal iban las cosas para el Partido en la resistencia.

Ruiz Pineda vilmente asesinado en una calle de San Agustín, Caracas; Carnevalli muerto por la negativa de la dictadura a permitirle atención médica en la Penitenciaria de San Juan de Los Morros, estado Guárico; el resto «dejó el cargo» por detenciones o persecuciones que los llevaron a salir del país.

La dirección política del exilio estaba consciente de la necesidad de levantar la mirada para ubicar el momento más favorable a la acción y atenuar los impactos de la represión.

El matrimonio de Bertha hay que acelerarlo 

En enero de 1954, Rómulo Betancourt escribía al CEN de Acción Democrática: «Las noticias que me llegan por diversas vías son indicativas de un reflujo en la combatividad popular» y le planteaba, refiriéndose al partido, que debía ser «cancelada totalmente la idea de que la organización debe realizarse sobre la base de brigadas de ‘come cándelas» (2)

La política de la conspiración había fracasado produciendo unos costos elevados en vidas y en desmadre partidista. Sin embargo, todavía en diciembre de 1954 Rómulo todavía seguía acariciando la salida violenta.

En carta a Manuel Pérez Guerrero, le hablaba en clave sobre las urgencias de conseguir recursos para la Operación Pingüino de introducción de armas y la Operación Berta para una invasión militar que recordaba la fracasada «Invasión del Falke», en 1929.

«La operación pingüino -escribe Rómulo-, esa de que te habló el delfín, está en marcha; y el matrimonio de Bertha hay que acelerarlo, porque el padre de la niña ha puesto plazo fijo, improrrogable: o febrero (1955) como fecha límite, o niega el permiso concedido (…). Pero ahora viene lo difícil. Una y otra cosa requieren dinero. Veinticinco mil dólares bastarían, que deben ser enviados a Sierra (Carlos Andrés Pérez), quien está manejando el asunto, de acuerdo con Álvarez (Rómulo Betancourt). No tenemos de donde sacarlos (…). Si ustedes pueden levantar un dinero para esto, deben hacerlo». (3)

El empeño en la invasión con la «Operación Bertha» perdería aliento al siguiente año, cediendo paso a un proceso de revisión de la política que debía seguir el partido. La joven Bertha se quedaría soltera por el resto de sus días.

Entre apuros y penurias, «esta vaina es enojosa»

Betancourt y sus compañeros llevaban años de una vida de estrecheces económicas en el destierro y/o la clandestinidad.

Los apuros materiales y financieros para el funcionamiento de las acciones programadas por el partido estaban a la orden del día.

La apuesta por las opciones de la confrontación militar al régimen ameritaban finanzas cuya consecución se hacía cada vez más difícil.

Las penurias para subsistir eran otro de los asuntos que afectaban su cotidianidad y la de todos los dirigentes del partido. Sin embargo, no detenían su incesante actividad política, poniendo cuidadoso celo en el manejo de los recursos disponibles.

«Querido Sierra: recibí la última tuya – escribe Rómulo a Carlos Andrés Pérez -. Veo la distribución que diste al numerario. Se volvió un «suspiro» en un chinchorro, pero todos eran gastos insalvables (…). Te puse un cable, que veo no has recibido porque me lo dicen de la oficina. Pidiendo un dinero. No quería hablar de esto, pero la situación se me hace difícil. Los turcos atrás (dos permanentemente) resultan tan onerosos como en Cubita. Hay que alimentarlo y comen como unos leones. Instalarme, ya lo decía, costó más de lo previsto. Esta vaina es enojosa y no sé cómo va a solucionarse». (4).

Cada moneda ingresada a las exiguas arcas del partido, se identificaba su origen y era empleada con rigurosa pulcritud por aquellos hombres, cuyo esfuerzo y coraje no arredraba su lucha y su ética.

Así lo atestiguan la contabilidad de la organización, llevadas por Carlos Andrés Pérez bajo el seudónimo “Sierra», en las cuales está relacionado MINUCIOSAMENTE lo gastado en cada una de las adquisiciones materiales necesarias para el funcionamiento del aparato como las actividades propagandísticas, la movilización y hasta lo requerido por la conspiración y el «volandeo», así como para el regreso de algunos desterrados al país.

De igual modo eran anotados los significativos gestos de solidaridad en ayudas monetaria a compañeros en desgracia y a familias de detenidos, difundidas muchos años después en los papeles de su archivo.

Los principios éticos eran un poderoso soporte en la moral de aquellos hombres y mujeres que sostenían la lucha contra la dictadura en condiciones de mucha adversidad.

«La pía intención»

La dictadura siempre estuvo al acecho, incluso fuera del país. Rómulo se había instalado desde agosto de 1954 (luego de una pasantía en San Juan de Puerto Rico) en la zona rural de la isla para concluir su libro «Venezuela Política y Petróleo».

En el cual trabajaba desde 1936 y le asignaba un papel fundamental en la formación política-doctrinaria de la militancia partidista.

Pero la llegada del jefe de Investigaciones de la Seguridad Nacional, Manuel Silvio Sanz, en compañía de otros agentes, «a lo mejor con la pía intención de drozblanquizarme» – escribió Rómulo – encendieron las alarmas de peligro, haciéndole regresar a San Juan (la capital) donde el gobernador Luis Muñoz Marín (su amigo) podía garantizarle protección policial ante un posible atentado.

La feroz represión en el país había acabado con el liderazgo de la clandestinidad: Leonardo Ruiz Pineda es asesinado el 21 de octubre de 1952, Alberto Carnevalli muere el 20 de mayo de 1953 en un calabozo de la Penitenciaria General de Venezuela en San Juan de Los Morros por falta de atención médica, Antonio Pinto Salinas es detenido y muerto por tortura, Luis Hurtado corre la misma suerte luego de haberlo desaparecido.

Muchos otros pagan con su sangre los sueños de libertad y democracia: son muertos por balas asesinas o en las cámaras de tortura del régimen.

Hacía poco la persecución se había extendido al exterior, asesinando al teniente opositor León Droz Blanco, emboscado en una calle deBarranquilla, Colombia, por una comisión encabezada por Braulio Barreto, esbirro de la Seguridad Nacional.

Las precauciones en materia de resguardo no estaban de más para el jefe máximo del principal partido, a quien la dirección de la organización le impusiera la vida fuera del territorio nacional para protegerlo de las fauces criminales de la tiranía.

Los años del Bulldozer

Eran los años del Bulldozer, la gigantesca maquinaria que simbolizaba la expansión de la industria de la construcción en Venezuela. La industria de la construcción era altamente lucrativa y, por sus volúmenes de inversión, también, el terreno ideal para la corrupción.

La etiqueta del proyecto desarrollista de la dictadura era el «Nuevo Ideal Nacional» y el «Bulldozer» su símbolo.

En la industria de la construcción se vinculaban estrechamente los militares y los hombres de gobierno con el empresariado dedicado al ramo.

Según el Banco Central de Venezuela, la floreciente industria absorbía «una tercera parte del total de las inversiones internas» (5)

La dictadura había logrado asociar la modernidad a la inversión en metros cúbicos de cemento armado de obras públicas, una idea legitimadora que, junto a la represión, la  tortura, las desapariciones, la censura oficial y la autocensura, aseguraba la paz social que le proporcionaba estabilidad temporal.

«El tractor -escribía Laureano Vallenilla, ministro de Relaciones Interiores- es el mejor colaborador del gobierno, el más cabal intérprete del elevado y noble propósito de transformar el medio físico. El tractor con bull dozer se convierte en personaje familiar de los venezolanos, como otrora lo fuera el burro de carga. Es un símbolo tan respetable de la patria moderna  que se está plasmando, un símbolo tan respetable como el caballo del Escudo Nacional y que ya ha hecho historia». (6)

Las magnitud de las inversiones urbanizaron al país en un tris. El dinero fue hábilmente empleado por la dictadura en la expansión urbana para llevar agua al molino de su idea del progreso:

«Satisface ver cómo el tractor -apuntaba Vallenilla- prepara tierras aptas en Portuguesa y Guárico, cómo borra de nosotros el recuerdo romántico pero triste del populoso barrio de San Juan, el de Catia, del más nuevo y absurdo de El Conde, con su estilo indefinido y cursi, de las casitas encaramadas en los cerros donde la desesperación engendra adecos y otras clases de resentidos». (7)

El dinamismo económico era de elevadas proporciones «el Producto Territorial Bruto, es decir el valor de toda la producción del país, subió más del doble entre 1950 y 1959”. (8)

Un dato revelador de aquel inmenso crecimiento económico – y que explicaba la amplia satisfacción del empresariado – es la cantidad de bancos creados: entre 1946 y 1958 se fundaron un total de 20 bancos privados en el país. (9)

Estaba cambiando la faz de Venezuela, el canto de Vallenilla al impacto de la maquinaria era por demás de elocuente de las modificaciones ocurridas en el espacio:

«El tractor, ese símbolo de la patria y del gobierno, destruye muchas cosas. Hasta los clubs políticos llamados partidos y sus representantes caracterizados han sufrido su impacto y se mezclan para perderse con la caña amarga, la pared de bahareque y los ‘corotos’ inútiles que el camión transporta para rellenar un hoyo. Se está cerrando un capítulo de nuestra historia. El líder de la plaza aérea del Centro Bolívar, el conferencista del Aula Magna no pueden ser los mismos de la plaza de Capuchinos! Ni de El Silencio, ni del Teatro Olimpia. El escenario y el decorado reclaman nuevos actores y el público también. En la era del tractor no tienen cabida ni la peínala ni la chancletas, que simbolizaron sucesivamente etapas de barbarie y mediocridad». (10)

El «Nuevo Ideal Nacional» cobraba forma concreta en obras que estaban a la vista para asegurar la estabilidad del régimen y acentuar el pesimismo en quienes luchaban en la resistencia.

«Enyugamiento» al carro triunfal

Se vivían tiempos de prosperidad económica gracias al maná petrolero y una creciente demanda de hidrocarburos como consecuencia de la nacionalización del petróleo iraní, de la guerra de Corea y la reconstrucción de Europa.

La entrega de nuevas concesiones a las empresas petroleras le metieron un chorro de dinero adicional a la dictadura por lo que el crecimiento económico se hizo sorprendente: aumentó el gasto público y la capacidad de inversión tanto como la de compra.

Los venezolanos veían con asombro la multiplicación de inmensas obras públicas, la mayoría de las cuales – justo es decirlo frente al mito del Pérez Jiménez como el gran y único modernizador de nuestra historia – se habían iniciado o al menos proyectado en el trienio 45-48 del gobierno adeco y aún en el anterior gobierno del general Isaías Medina Angarita.

Proceso que evidencia una tendencia modernizadora por parte del Estado venezolano, apoyada en la fabulosa renta petrolera e indistinta a la forma de gobierno – democrática o dictatorial – asumida.

El plan de electrificación del Caroní, la explotación del hierro en Guayana, la petroquímica, el ferrocarril Barquisimeto-Puerto Cabello, los sistemas de riego del Guárico, la construcción de urbanismos como el «2 de diciembre» (actual «23 de Enero»), Lomas de Propatria y de Urdaneta, la Universidad Central de Venezuela, las Torres del Centro Simón Bolívar, la autopista Caracas-La Guaira eran ejemplos de un esfuerzo recibido por el país como signos de modernización y progreso.

Los patrones modernizadores ponían su acento en las vías de comunicación y en las obras de infraestructura de salud y educación, en la vivienda.

Tenían su impulso en el llamado «Plan Truman», definido como un «Programa para que los beneficios de nuestros avances científicos y progreso industrial estén disponibles para la mejoría y crecimiento de las áreas subdesarrolladas». (11)

El empresariado venezolano se hacía eco con entera satisfacción de aquella expansión económica.

La Cámara de la Construcción señalaba, en 1950, que:

«La industria de la construcción ha alcanzado un desarrollo tal en los últimos años, que no puede compararse al de ninguna otra industria en el país, viniéndose a colocar, por el inmenso capital que utiliza y por el número considerable de mano de obra que emplea, al lado de la industria petrolera, en el segundo puesto de nuestra actividad industrial» (12)

En 1955, el presidente de la Cámara de Comercio del estado Zulia decía que:

«En el año de 1952 el coronel Marcos Pérez Jiménez asciende a la Presidencia de la República. El Gobierno de su rectoría actúa enérgicamente. Todos los ramos de la Administración Pública, todas las actividades de la vida de la Nación sienten su influjo vigoroso»  (13)

Valmore Rodríguez, periodista, figura legendaria y vicepresidente de Acción Democrática, desde el exilio describía aquellos días con desgarradora crudeza:

«Situación próspera, aceptación del régimen, entusiasmo por las inauguraciones y desvanecimiento gradual de la influencia pública, moralízante del Partido. Enyugamiento en masa al carro triunfal de la clase media, de los antiguos discretos, pendulares. Corrupción universal (…) danza de millones de los contratos y de la venalidad general a las orgías universales, da una idea exacta de lo que se nos ha venido encima. Grandes inversiones de capital, especialmente norteamericano, pero también portugués, cuya inmigración está ahora reforzada por talentos técnicos y gran copia de actividades económicas nuevas italiano, francés, belga, etc. Jauja. El medio está decididamente transformado (…) Los héroes son los artistas de la radio y la televisión nacionales, en sus papeles románticos de la familia del derecho de nacer, o como se llame el culebrón de marras (…) Tengo la sensación de que nos ha dejado el autobús. No para siempre, desde luego, porque todo esto que te reseño lleva las aguas a nuestro molino, pero está prosperidad … esas arcas desbordadas, dan para rato”. (14)

Como bien lo dijera Valmore, en aquellos días Venezuela vivía en jauja, la abundancia le había dado estabilidad a la dictadura e  imponía a la oposición la preparación para un mejor momento político con una forma distinta de enfrentarlo.

Era menester esperar el tiempo en el cual -finalmente- se abriera la coyuntura electoral y volcarse a la preparación para entrarle a la misma en forma unitaria, lo que significaba poner de lado los legítimos intereses de cada partido político involucrado en mayor o menor medida contra la dictadura, para lo cual cada quien tenía una visión que entrañaba unos determinados límites.


(1) Rómulo Betancourt, Antología Política, T. VI, p. 176

(2) Ibidem p. 183

(3) Ibidem p. 244

(4) Ibidem p. 253

(5) Manuel González Abreu, Auge y caída del perezjimenismo, p. 92

(6) R. H., Editoriales de El Heraldo, p.14

(7) Ibidem pp. 14-15

(8) María Elena González, Los comerciantes de Caracas, p. 488

(9) Manuel González Abreu, Op. cit, p. 103

(10) R. H., Op. cit. p.15

(11) Manuel González Abreu, Op. cit. p. 90

(12) Ibidem p. 89

(13) Ibidem p. 100

(14) Rómulo Betancourt, Antología Política, T. VI, p.175

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