Los triunfos de Bukele, su segura reelección; el de Eduardo Noboa en Ecuador y recientemente el de Javier Milei en Argentina confirman que en territorio latinoamericano están soplando vientos de cambio ciudadano.
Esto puede interpretarse como el fin de los gobiernos populistas y un regreso a los valores y principios, además de la muerte de dos ridículos conceptos ideológicos surgidos de la Francia revolucionaria y que tuvieron que ver con el lado de los asientos que ocuparon los que se sentaron a la derecha del presidente de la Asamblea y los que se ubicaron a la izquierda.
Nació así una cultura política que equivocadamente atribuyó a la derecha ideas contrarias a la libertad, la solidaridad, el respeto ciudadano, y que por efecto contrario atribuyó a la izquierda los valores que se identificaban con las necesidades y derechos de la clase trabajadora, de los humildes y de los asalariados.
Por supuesto que si usted lograba algunas condiciones que le permitieran tener bienes y propiedades, usted era calificado como de derecha; lo contrario suponía que usted era de izquierda.
Sin embargo, la vida diaria y el tiempo se encargarían de separar esos conceptos de las condiciones de los ciudadanos, resultando que «los buenos» serían los de izquierda y «los malos» los avaros y codiciosos de la derecha.
Ahora, en pleno siglo XX, la tortilla se ha volteado y los de izquierda han pasado a ser los malos de la película y los de derecha están ahora colocados con políticas realistas en el lado correcto de la historia.
Así comienzan a verse liderazgos que saben distinguir lo que le interesa a la gente, calificados de derecha pero que en realidad son los que defienden la propiedad, el trabajo, la libre empresa, la libertad y el respeto a los derechos de los demás. En este lote se encuentran Milei, Noboa y por supuesto Nayib Bukele, mientras que en la acera del frente ubicamos a todos aquellos que defienden valores contrarios a la sociedad y a la ética política. En este grupo están Maduro, Diaz-Canel, Daniel Ortega, Lula Da Silva, Xiomara Castro y Gabriel Boric
Así que está viva la esperanza de hacer gobiernos honestos, comprometidos con la gente, con la propiedad privada y con la democracia.