OPINIÓN

Hacer desarrollo en la policrisis

por Yuen Yuen Ang / Project Syndicate Yuen Yuen Ang / Project Syndicate

El término “policrisis” se ha convertido en la palabra de moda de los años 2020. Hace referencia a la naturaleza interconectada de las amenazas a las que se enfrenta la humanidad hoy en día, desde el calentamiento global, las pandemias y la desigualdad extrema hasta la erosión democrática y los conflictos armados. Ante la escasez de soluciones, los expertos y los responsables de las políticas han reaccionado ante esta confluencia de crisis con temor y pesimismo.

Una respuesta típica es lamentarnos por nuestros numerosos problemas, trazar diagramas extravagantes que describen cómo el mundo podría venirse abajo y concluir vagamente que el objetivo no es presentar una perspectiva fatalista a pesar de las predicciones de un “futuro espantoso”.

Pocos dudan de que un mundo alterado necesita cambios sistémicos, pero, en la práctica, las instituciones de élite y los donantes premian las soluciones fragmentadas. En 2019, el premio Nobel de Economía fue otorgado a tres economistas por su método de desglosar la pobreza global en problemas “más pequeños y más manejables” que puedan abordarse de a una micro-intervención a la vez.

La razón por la que las conversaciones sobre la policrisis siempre parecen llegar a un callejón sin salida es sencilla: no reconocen el paradigma industrial-colonial que, en primer lugar, ha generado nuestras crisis.

En una advertencia sobre la policrisis, el Foro Económico Mundial enumeró los “Diez Principales Riesgos” que les quitan el sueño a las élites del mundo rico. Este encuadre refuerza la mentalidad industrial de “riesgo” (un potencial problema futuro) y control. Pero nos enfrentamos a la incertidumbre (posibilidades desconocidas, que pueden ser buenas o malas) –un concepto distinto del riesgo-, que debería motivar la adaptación y el aprendizaje.

De la misma manera, dada la naturaleza elitista y centrada en Occidente del saber convencional resultante de esta mentalidad, los partidarios no pueden imaginar soluciones que surjan de personas que no pertenecen a las élites y de lugares fuera de Europa y Norteamérica. China es líder mundial en energías renovables. Hay empresas africanas que “innovan por debajo del radar” con recursos limitados. Los activistas indígenas muestran maneras de sanear los sistemas ecológicos y sociales dañados, reemplazando la lógica del capitalismo extractivo por el valor de la reciprocidad

En el pensamiento ortodoxo sobre el desarrollo, el período que empezó con la Revolución Industrial en Inglaterra se considera la Era del Progreso -una era que ha elevado el estándar de vida de miles de millones de personas a niveles antes inimaginables-. Pero, a pesar de todos los logros loables de la ciencia y la tecnología modernas, el “progreso” se debe calificar. Después de todo, somos herederos de la Era de la Dominación, caracterizada tanto por la industrialización (la dominación humana sobre la naturaleza) como por el colonialismo (la dominación occidental sobre todos los demás).

La policrisis infunde temor en las élites globales porque expone los límites de ambas fuerzas, y los modelos mentales detrás de ellas. La industrialización promovió una visión mundial mecánica, o lo que Esther Duflo, una de las economistas ganadoras del Nobel en 2019, calificó de “pensamiento en modo máquina”. Visto de esta manera, incluso los sistemas naturales y sociales complejos y dinámicos se tratan como objetos mecánicos (como una tostadora), lo que implica que los resultados pueden determinarse simplemente encontrando “el botón que pondrá en marcha la máquina” -la causa original singular del problema-. Las cualidades adaptativas y multicausales inherentes a los sistemas complejos (como los bosques) se consideran complicaciones molestas que hay que eliminar. 

Cuando el pensamiento en modo máquina se aplicó a la agricultura, aumentó la producción gracias a la uniformidad y la eficiencia; pero, en el largo plazo, la pérdida de biodiversidad y el uso excesivo de productos químicos dañinos han resultado en daños ecológicos graves, incluida la “muerte generalizada de los bosques” que acelera el calentamiento global. De hecho, la crisis climática es el último recordatorio de que los seres humanos no pueden reducir la naturaleza a modelos mecánicos simplistas. 

La visión colonial del mundo acompaña a la mentalidad mecánica. Aunque ya no existen colonias formales, las instituciones mundiales surgieron en una época en la que sí existían. El siglo XX fue un período de dominación occidental, en el que los hombres estadounidenses y europeos ejercieron un poder monopolístico a la hora de diseñar las normas del orden mundial y dictar los cánones intelectuales. El supuesto que animaba los círculos de desarrollo era que las democracias capitalistas occidentales ejemplificaban el punto final de la evolución humana, y que el resto del mundo sólo tenía que “ponerse al día” y asimilarse.

Esa asimilación se orquestó mediante reformas de “buena gobernanza” de talla única promovidas por organizaciones internacionales lideradas por Occidente, como el Banco Mundial. Pero de la misma manera que la homogeneización de los bosques mediante la agricultura industrial ha destruido su diversidad y resiliencia, el economista Lant Pritchett y el sociólogo Michael Woolcock observan que “la mera imitación (y/o adopción por herencia colonial) de las formas organizativas de una determinada ‘Dinamarca’ ha sido, de hecho, una de las causas madre de los problemas profundos a los que se enfrentan los países en desarrollo”.

Veo tres oportunidades para una nueva forma de pensar, investigar y actuar. En primer lugar, deberíamos sustituir el pensamiento en modo máquina por el paradigma de una “economía política adaptativa”. Este enfoque reconoce un hecho básico: los mundos natural y social no son objetos complicados (como las tostadoras), sino sistemas complejos (como los bosques). Los sistemas complejos constan de muchas partes móviles que se adaptan, aprenden y conectan constantemente entre sí en el contexto de un orden emergente más amplio. Imponer modelos mecánicos a estos sistemas es engañoso, cuando no destructivo.

Estudiar cómo funcionan los sistemas complejos, especialmente en el Sur Global, puede ayudarnos a obtener nuevas ideas y soluciones en un mundo distorsionado por el fetichismo de las máquinas y las narrativas enrarecidas sobre el crecimiento occidental. Mi propio trabajo de estudio del desarrollo económico como proceso no lineal (coevolutivo) en China y Nigeria revela que las instituciones adecuadas para una fase temprana de desarrollo suelen tener un aspecto y un funcionamiento diferentes de las apropiadas para las economías maduras. La gente puede reutilizar instituciones normativamente “débiles” para construir nuevos mercados, pero solo si no se limitan a la plantilla de talla única celebrada en la economía predominante.

En segundo lugar, un paradigma adaptativo debe incorporar una dimensión inclusiva y moral. Esto implica reemplazar la lógica colonial de la asimilación por la máxima concisa: “usa lo que tienes”. Cada día, en los países en desarrollo, la gente improvisa y utiliza de manera creativa lo que tiene a su disposición para resolver problemas. El agricultor Aba Hawi inspiró un nuevo movimiento social en Etiopía cuando recuperó las técnicas tradicionales de conservación para regenerar la tierra. De la misma manera, el desarrollo de China desde los años 1980 fue el resultado de una “improvisación dirigida”, y no de una planificación verticalista (que fracasó estrepitosamente en el régimen de Mao).

En tercer lugar, en lugar de oscilar entre los dos extremos de mercados sin trabas y economías de ordeno y mando, los gobiernos del siglo XXI deberían dirigir procesos adaptativos. Esto implica coordinar y motivar una red descentralizada de actores, descubrir pero no predeterminar resultados exitosos y hacer un amplio uso de la experimentación y la retroalimentación ascendente -acciones que van más allá del alcance de las políticas industriales tradicionales.    

La policrisis solo paraliza a quienes están apegados al viejo orden. Para quienes no lo están, ofrece lo que yo llamaría una “politunidad” para dar paso a nuevos paradigmas que inviertan la manera en que pensamos sobre el proceso de desarrollo, las fuentes de soluciones y el papel del estado. 


Yuen Yuen Ang, profesora de Economía Política en la Universidad Johns Hopkins, es la autora de How China Escaped the Poverty Trap (Cornell University Press, 2016) y China’s Gilded Age (Cambridge University Press, 2020).

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