OPINIÓN

¿Habrá elecciones en 2024?

por Humberto González Briceño Humberto González Briceño

Los fraudes electorales organizados por el chavismo generalmente son muy bien coreografiados. Hay una autoridad electoral que casi siempre cuenta con dos representantes de la falsa oposición para dar una imagen de aparente neutralidad, sin tenerla. Se permite una campaña electoral donde unos candidatos supuestamente de oposición intentan disputarle el poder al presidente de turno (ayer Chávez, hoy Maduro) con discursos muy bien calculados que atacan al mal gobierno pero dejan salvan al Estado chavista.

Luego del colorido carnaval electoral el día de las “elecciones”, con fotos de gente en los Centros de Votación, antecede a la gran noche de gala cuando finalmente en medio de un ambiente aparente de expectativa y tensión ante alguna “sorpresa” se anuncia que, una vez más, el candidato oficialista ha ganado. Al candidato de la falsa oposición le corresponde reconocer la derrota y el triunfo del chavismo con un discurso que aunque parezca a regañadientes también está fríamente calculado.

Para lograr ese efecto legitimador y de aceptación que se espera de otros países y de las propias clientelas chavistas la campaña electoral previa al fraude electoral chavista necesita de un ambiente que ayude a presentar el resultado final como verosímil. El Estado chavista tiene el poder para fabricar resultados electorales y adjudicarse victorias a sí mismo. En las elecciones de gobernadores, alcaldes y diputados incluso le asignan cuotas a la falsa oposición para reforzar la idea que dentro del sistema electoral chavista es posible, algún día, ganarle elecciones con votos. Pero ese poder absoluto para controlar la caja negra electoral de la cual salen resultados inapelables sería absolutamente inútil a los propósitos del chavismo si no hay un escenario apropiado que refuerce la narrativa.

Es clave la distinción entre escenario y entorno porque lo que siempre busca el chavismo es precisamente montar un escenario que soporte su discurso aun al costo de negar la realidad del entorno la cual, por ser real, no se puede manipular. La puesta en escena del chavismo necesita mostrar gente haciendo cola para ir a votar. Esa ficción electoral requiere de otros candidatos que validen al suyo. En general se trata de anclar la idea que a pesar de los problemas y el malestar social solo por la vía electoral podremos “dirimir nuestras diferencias”.

La profunda crisis económica y social que vive Venezuela condena a casi 90% de su población a vivir en un estado de extrema pobreza. Este es el resultado directo del modelo chavista que destruyó las industrias, la economía y hasta pulverizar el bolívar como signo monetario. Esta realidad siempre es objeto de un tratamiento cosmético en los meses previos a cualquier fraude electoral chavista justamente para dar la sensación de una supuesta milagrosa recuperación de la economía.

Con miras a preparar el ambiente para el fraude electoral del 2024 el régimen chavista tomó medidas para posicionar la idea de una presunta recuperación económica que al no poder explicarla sus economistas solo pueden atribuirla a un milagro. La realidad inocultable es que Venezuela es un país semidestruido, sin instituciones, ni economía, donde la mayor parte de su población carece de los medios materiales para vivir dignamente. En esa misma Venezuela han florecido los bodegones, los centros comerciales y las ventas de carros importados. Estos son presentados como evidencias de una supuesta recuperación económica que en el lenguaje chavista se entiende como la libre circulación de masas de dinero las cuales no pueden ser atribuidas a la creación de nuevas industrias sino más bien el resultado de una política de incentivos a actividades de narcolavado a escala masiva.

La dolarización de la economía por vía de facto es algo que el régimen chavista estaba obligado a hacer para mantener inflada la burbuja de una supuesta recuperación económica. Los diseñadores de esta política de parches resolvieron inventar un dólar oficial cuyo valor no es determinado por el libre mercado sino controlado por el gobierno. Mantener el valor ficticio del dólar oficial le cuesta al régimen cientos de millones de dólares que debe sacar semanalmente de las reservas al no contar con recursos significativos del petróleo o de ninguna otra industria.

Algunos economistas como José Guerra y Asdrúbal Oliveros han venido advirtiendo desde hace tiempo que el modelo económico chavista no es viable y en algún momento eventualmente podría estallar. En los últimos días han surgido poderosas evidencias de que el gobierno carece de los recursos para mantener el valor artificial de su dólar oficial y la presión del mercado obligará a sucesivas devaluaciones del bolívar y a inevitables aumentos de precio.

Muy malas noticias para los tahúres chavistas acostumbrados a jugar con cartas marcadas y resultados previamente convenidos. En estas condiciones no solo es imposible hablar de recuperación económica sino que además el clima en la calle se calentara lo suficiente para echarle a perder la calculada coreografía al chavismo. Como ya se vio hace unas semanas los primeros en pedir la salida de Nicolás Maduro serán los asalariados del régimen que, aun siendo chavistas, tienen que reconciliarse con la realidad y aceptar que su modelo no sirve y fracaso.

La recuperación económica no existe en la realidad y la crisis se profundizará hasta desbordar al Estado chavista. En esas condiciones Nicolás Maduro se arriesga a que le lancen tomates y otras cosas cuando salga a arengar a la enardecida clientela chavista. Y hacer una campaña electoral escondiendo a Maduro y usando el muñeco de plástico que llevan a los desfiles militares le quita el colorido que tanto necesita la puesta en escena chavista. Por eso no es aventurado especular sobre la hipótesis de suspender las elecciones presidenciales de 2024. No sería la primera vez que el chavismo se salta su propia constitución y sus normas. Desde la óptica chavista suspender las elecciones de 2024, con cualquier excusa,  tiene un precio relativamente menor que ponerse en evidencia como un régimen débil que no es capaz de controlar a sus propias bases clientelares.

@humbertotweets