«Vamos a entrar en una nueva etapa, de integración en la Unión de Suramérica, sin dejar atrás, desdeñar, la experiencia que hemos obtenido en los últimos 15 años”. Estas fueron las declaraciones de Nicolás Maduro a la prensa luego de la Cumbre Suramericana, hablando en plural, intentando ser parte de ese grupo de presidentes, pero ni él mismo parece convencido.
Lula da Silva afirma que “todas son narrativas”, y con la historia de las narrativas sigue estrechando relaciones con Cuba y Venezuela, a quienes otorgó prestamos por 1.000 millones de dólares, imposibles de cobrar. Pero ese impasse económico es irrelevante ante el doble rasero del fundador del Foro de Sao Paulo, agrupación que avala a todas las dictaduras desde su fundación en 1990.
La CIDH informó en 2022 sobre la situación en Venezuela, “constató que el Poder Ejecutivo concentra el poder público después de haber cooptado instituciones como el Tribunal Supremo de Justicia, la Asamblea Nacional Constituyente y el Ministerio Público. […] registró el abuso de los estados de excepción con la aquiescencia del Tribunal Supremo de Justicia, la transferencia directa e indirecta de los poderes de la Asamblea Nacional hacia el Poder Ejecutivo mientras el parlamento tuvo mayorías opositoras”.
Pero existen más “narrativas” denunciadas por la CIDH: “En Venezuela continúan las graves violaciones de derechos humanos, ejecuciones extrajudiciales de jóvenes en situación de pobreza, desapariciones forzadas y torturas en contextos de privación de la libertad. Asimismo, persisten las detenciones arbitrarias de personas que hacen público su disenso con el gobierno, restricciones indebidas a la libertad de expresión y persecución contra personas y organizaciones de derechos humanos”.
Las “narrativas” cubanas son de larga data. En 1967, la CIDH denunció con una lista pormenorizada: “pena de muerte por fusilamiento, sin garantías procesales ni derecho de defensa, ametrallamiento de ciudadanos, asesinatos de presos, muertes y suicidios por maltratos y enfermedades, tratamiento vejaminoso contra presos políticos, inclusive contra menores y mujeres presas, extracción de sangre a condenados a muerte, campos de concentración, violaciones en el proceso judicial por parte de los tribunales populares o revolucionarios”.Estos casos, entre muchos otros, hoy no se ejercen con la misma brutalidad, pero las prácticas continúan con diferentes intensidades.
Esta es la realidad de una Latinoamérica dividida, con gobiernos autoritarios defendidos por el Foro de Sao Paulo y sus satélites, corruptos, prepotentes, avalándose unos a otros. Con la “narrativa de la inclusión” tenemos presidentes de todo tipo: un decrépito en México, terroristas en Colombia y Nicaragua, cocaleros en Bolivia, un secuaz en Cuba, un pelele en Argentina, un improvisado en Chile, un presidiario en Brasil y la lista continúa. Aunque tienen algo en común, sed de poder y propósito de implantar ese modelo político y económico que solo trae crisis, miseria y ausencia de libertades donde ha sido instaurado; pero a estas cúpulas poco les importa.
Millones de cubanos, nicaragüenses y venezolanos arriesgan sus vidas huyendo de su patria, buscando un futuro con libertad y dignidad; pero según afirman, son también “narrativas”. A los gobiernos autoritarios nada los detiene en su agenda para cooptar el poder a costa de las poblaciones vulnerables.
Las protestas de los presidentes de Uruguay y Chile, en esa cumbre, nos dejan una esperanza, pero el Foro sigue avanzando mientras la derecha no logra formar coaliciones. El problema es esa pobreza irresuelta que sirve de carne de cañón para los gobiernos nefastos.
Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú