«Soy o fui Ulises, alguna vez todos lo somos» (EUGENIO MONTEJO)
Se dice que dijo en una ocasión el emperador que susurraba a los caballos que lo hacía, susurrar a su caballo, en alemán. Siguió proclamando que él hablaba francés con los hombres y que dejaba la lengua italiana para entenderse con las mujeres. No sé si uno debería estar de acuerdo con tal afirmación. De ningún modo me atrevería a desechar el meloso acento de la lengua gala para tratar al género femenino. Pero, vaya usted a saber, ¿quién entiende a las mujeres?
El caso es que estando yo de guardia en una clase el jueves pasado, un estudiante se acercó a hablar conmigo. Quiso saber cuántos idiomas hablaba su profesor de inglés. Conviene aclarar que este chico es extranjero, sabe varias lenguas extranjeras y es esa clase de alumno que uno no olvida porque no quiere olvidarlo. Es un chico noble y educado. En fin, supuse que sentía curiosidad y le respondí que solo hablaba español e inglés. Me preguntó entonces si había algún idioma que quisiese hablar. Pensé en voz alta. Cité el esperanto como sueño de lengua universal. Me di cuenta de que sí había un idioma que me gustaría saber bien, el francés más que ninguna otra lengua extranjera.
Ya me estoy oyendo a mí mismo pronunciar las erres como ges suaves, arrastrando palabras al gabacho modo. Me imagino a mí mismo esperando a la elegante camarera sentado en el rincón más selecto del lugar que nos sonríe a mi pareja y a mí mientras me atrevo a pedir un plato en francés con envidiable acento mestizo -medio provenzal, medio gallego,- y siento el toque discreto de un pie femenino en el tobillo. Quien firma esta columna semanal para El Nacional se queda con las ganas de demostrar su dominio absoluto de la lengua de Rimbaud y Baudelaire.
Se dice que dijo en una ocasión Carlos I de España y V de Alemania que hablaba es español con Dios. Y pensé que hoy podría haber dicho casi lo mismo. Bueno, mejor platicar en argentino. No sé si se me entiende o no se me entiende, pibe.
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