Desde hace algún tiempo, me distraigo dando de comer a los pájaros que vienen en horas muy puntuales a desayunar, almorzar y merendar conmigo. Juan Ramón Jiménez, que escribió un libro muy bonito pero tonto llamado Platero y yo, me enseñó que si en la conversación podía evitar la palabra “ave” dijera “pájaro”. Es lo que hago al referirme a mis amigos emplumados
Les lanzo un puñito de arroz, cocido o no, y no vienen en bandada sino en pareja. ¡No sé cómo se llaman! Tampoco son atractivos en el sentido de que no ostentan colores vivos en sus plumas. Son muy diminutos y marrones, de aspecto más bien triste. Imagino, sin ofender, que deben vivir en una pajarera marginal como la gente que malvive en algún lugar como Barrio Zulia, en Guarenas.
A las 8:00 de la mañana, estando yo en la cocina con mi primera taza de café, llega la primera pareja. Antes, ya han sobrevolado en torno a la ventana que da luz a la biblioteca de “abajo” (en la parte superior de la casa hay otra que recibe el nombre de “biblioteca de arriba”) y dan vueltas escudriñando y observando que la ración de arroz aún no está servida.
Es lo que también ocurre a la hora del almuerzo. Se suceden las parejas y a veces coinciden una o dos. Entonces sobreviene lo más desagradable. Un pájaro no invitado al festín aparece de pronto y se comporta de manera aviesa y grosera persiguiendo a los otros, impidiéndoles comer el arroz: un pájaro vil, egoísta y prepotente. Y me digo a mí mismo que en el mundo de los pájaros existe una variante socialista similar a la que entorpece mi propia vida; siempre habrá en el reino animal que me vio nacer un caudillo pájaro que se cree superior a los demás y cree que su destino no es otro que humillar, torturar, dominar y de ser necesario, ajusticiar a quienes se interpongan en su camino.
Ayer, dos pajaritos dando brinquitos se acercaron al umbral de la cocina y allí permanecieron inmóviles mirándome fijamente. “Hemos sido comisionados, dijo el que parecía mas decidido, para agradecer las atenciones que usted, generosamente nos ofrece a diario desde hace algún tiempo. Sin embargo, nos apena pedirle que cambie el menú porque estamos hartos de comer arroz”.
Esto dijeron, y al terminar permanecieron en el mismo sitio: ¡en el umbral! Me levanté de la silla para responderles y se alteraron creyendo que iba a comportarme como el pájaro prepotente. Volaron y se instalaron en el brocal de la jardinera que se encuentra al pie del ventanal de la biblioteca de abajo.
Respiré hondo y con voz suave les dije que el actual gobernante de este país convirtió hace años a su maestro Hugo Chávez en un pájaro cantor. Lo hizo en un acto mágico de desconcertante amor y poesía política. Ese pájaro debe estar por allí merodeando. ¡Búsquenlo y díganle lo que les está ocurriendo! Siendo pájaro como ustedes seguro que les hará algún caso. Y, ¡por favor, no me nombren porque pueden provocar motivos suficientes para convertirme en víctima de los estallidos de cólera de los armados rufianes que se mantienen a las órdenes de ese tirano que convirtió a su jefe en ave canora!
Traté de no parecer tan amilanado y les dije: ¡Personalmente, habría querido que me explicara (¡si es que puede!), cómo es que un dólar americano vale ¡1 millón de bolívares! Y me diga por qué esa cifra no me alcanza para comprar azúcar y cebollas con el agravante de que la cajera del supermercado o de la bodeguita de la esquina se niega a darme vuelto por no tener dólares sencillos cuando le pago en billetes de 20 dólares y decido, entonces, no comprar nada.
Miré a los enmudecidos pajaritos y los apremié para que preguntaran al comandante pájaro si se siente triunfante, perdedor o fracasado político. Que dijera ¿cuánto más va a durar esta pesadilla socialista? Es seguro que dirá que la culpa la tiene la oposición y se escudará culpando a las sanciones que sus enemigos políticos han impuesto a su revolución, como le ocurrió a Cuba durante los años del embargo. Evitará, por supuesto, mencionar el narcotráfico, la Tumba, los vejámenes y robos descarados y alarmantes.
Los tristes pajaritos seguían allí, rígidos, bajo un aplastante silencio. Entonces, súbitamente, dejaron de mirarme y decepcionados alzaron vuelo y desaparecieron. ¡No han vuelto! Me siento abrumado, cubierto de vergüenza al reconocer que debía haber sido yo quien decidiera hablar directamente con el tirano que convirtió en pájaro al comandante del socialismo venezolano mientras un conocido escritor oriundo de Carora lo proclamaba como el mejor poeta venezolano siendo el propio caroreño un aplaudido poeta. ¡No fui yo! ¡Soy un cobarde! Envié a unos humildes pajaritos arroceros a desahogarse con el pájaro belicoso que cuando con dificultad le tocó ser humano ensució los pasillos, salones y alfombras de Miraflores con su vulgar iracundia y disparatadas teorías políticas y económicas a la vez que convertía en tierra arrasada la cultura no oficial, ponía rodilla en tierra, aseguraba tener en la mira a los colombianos y gritaba: “Te odio pueblo de Israel desde lo más hondo de mis entrañas» ¡y fue por allí por donde lo asaltó el cáncer!
Sigo tan avergonzado por mi cobardía que a mis tristes amigos ya no los llamo pájaros sino aves y, desde luego, si llego a ver un retrato de Juan Ramón Jiménez no le mencionaré mi cobarde comportamiento con los pájaros, pero le diré con estudiada hipocresía que siempre he anhelado parecerme a su acariciable Platero bobalicón.