Decía Ludwig Wittgenstein que la filosofía era una continua interpretación del lenguaje, pasando por la propuesta de Fritz Mauther, quien le confiere a la filosofía una cualidad de critica consistente con el pensamiento, en cuanto para este autor, el hombre es un ser que utiliza el lenguaje para interpretar un sistema de simbolismos y trasladarlos fuera de su esfera común, encontrando como gozne o bisagra al pensamiento; estos filósofos alemanes le dan una importancia trascendental al lenguaje como vínculo entre el habla y el pensamiento, se aborda el concepto del lenguaje como casa de existencia del ser, es decir, el lenguaje es una producción meramente ontológica, ligada a lo humano, y hablar no solo supone formar parte activa o pasiva del proceso de comunicación, usando el metalenguaje como canal, es decir, hablar va mucho más allá que meramente comunicarnos a través de elementos fonéticos, hablar comporta comunicar, validar, racionalizar e influir, todas estas propiedades fueron observadas por John Austin en su obra de consulta diaria para quienes nos interesamos por la pragmática del lenguaje, How to do things with words, en español Cómo hacer cosas con las palabras. Los actos de la lengua permiten construir cosas concretas, reflejar conductas y disponer actos de la conducta en un entramado serio y sólido que supera las posturas vacuas de la autoayuda y el coaching, impuestos para repetir como mantras que la palabra tiene poder, sin conocer el soporte epistémico que conlleva tal afirmación.
Austin revaloriza el lenguaje corriente o cotidiano, concibiéndolo como un instrumento, una herramienta útil empleada por generaciones que lo han ido ajustando a las necesidades de cada época, el lenguaje es dinámico y se acopla a cada entorno de acción, el lenguaje presenta un gran poder para hacer cosas, es por ende absolutamente más progresivo que el mero hecho comunicativo, en “Los hechos del habla” Austin define dos grandes conjuntos que a continuación graficaré a los fines de ser más didáctico:
Actos del Habla | Actos del Habla |
Hechos constructivos descriptivos | Performativos o realizativos |
Indican como son las cosas | Hacer las cosas, inaugurar, expulsar, invitar |
Pueden ser verdaderos o falsos | Adecuados o inadecuados. |
Podemos advertir como de los hechos descriptivos que indican las cosas, los resultados pueden ser verdaderos o falsos y en los hechos del habla performativos o realizativos los resultados pueden ser adecuados o inadecuados, estos últimos se realizan en acciones más o menos ritualizadas, obedecen a un patrón de conducta, los enunciados performativos según Austin van gramaticalmente en primera persona, son declarativos, tienen sentido, no son verdaderos o falsos y adolecen de valor veritativo, en su lugar son adecuados o inadecuados, justo de esa característica, el habla y sus hechos pueden caer en infortunios, fallos en la correcta aplicación de las reglas del uso del lenguaje en la comunicación; la pobreza del lenguaje es en sí misma un hecho infortunado de la lengua, estos infortunios de la lengua presentan una escala de gravedad que a continuación siguiendo a John Austin enunciaré en:
- Mala aplicación del habla como procedimiento.
- Mala apelación al procedimiento.
- Actos huecos, los cuales son actos de aparente validez, pero en esencia vaciado de contenido, los actos de infortunio se pueden conjuntar, dando paso a los abusos de la lengua.
El lenguaje cumple para Austin una triada fundacional y estructural, constituida por actos locutivos, ilocutivos y perlocutivos. En los actos locutivos solo nos limitamos al mero hecho de decir algo, son construcciones fónicas a las que se les confiere carácter de elucidad desde el metalenguaje. Actos ilocutivos son aquellos que embridan razonamientos que deben ser evaluados para analizar su validez, imprimiéndole valor veritativo al hablar correctamente para pensar de manera válida. Finalmente, nos encontramos con los actos perlocutivos, asociados a los efectos que desde el habla se producen en terceras personas, es menester indicar que el equilibrio de carácter perlocutivo, se logra cuando se consigue condicionar la conducta de los terceros desde la palabra, y esta influencia puede ser plausible o deleznable. Pues todo enunciado lleva consigo una carga o fuerza ilocutiva, que indica la forma en la cual debe ser interpretada, dependiendo del contexto en el cual es emitido, citando a Austin en su obra Cómo hacer cosas con las palabras, encontramos:
“Además de la cuestión que ha sido muy estudiada en el pasado, respecto de lo que es la fuerza, como dimos en llamar de la expresión. Podemos estar muy seguros de lo que significa, pero no estamos seguros sobre ese punto más profundo que dicha en un momento determinado, sea una orden, un instar a hacer… Se necesita una nueva doctrina respecto a todas las fuerzas posibles de la expresión.
Hablar pues tiene formas claras que confieren acción, así lo afirma John Searle, el uso del lenguaje en la comunicación es un tipo particular de acción. El acto del habla es el centro de la teoría de Searle, quien lo define como la emisión de una oración hecha en condiciones apropiadas, tomando a la oración como unidad mínima de la comunicación lingüística. En tal sentido, John Searle complementa a Austin, definiendo que en el estudio de los actos ilocutivos, debe considerarse que en el aspecto lingüístico reside la fuerza ilocucionaria, es decir, la validez del razonamiento en el habla; el lenguaje es un dispositivo indicador de la función y las reglas de los actos del habla, en el acto ilocutivo el hablante busca producir cierta intención en el oyente, es decir, intenta crear un efecto perlocutivo, logrando el equilibrio de perlocución que causa efectos en el tercero, resultando en que ese efecto no es otro que el condicionamiento y la aceptación de lo éticamente censurable.
En John Searle el hablante usa la oración para producir efectos, de tal manera que se yuxtapone al efecto ilocutivo de John Austin y se observa una carga proposicional. Searle distingue en el lenguaje los actos asertivos, que suponen decir las cosas tal cual son, los actos directivos, aquellos que buscan conseguir que se hagan las cosas y los actos expresivos, por medio de los cuales externamos sentimientos, el lenguaje como acto de catarsis, siempre produciendo a través del lenguaje cambios en los terceros. Los actos directos son la interpretación literal de lo que se expresa y los indirectos, suponen fuerza ilocutiva o carácter inferencial dependiendo de la competencia del oyente en la interpretación y validez de lo que se dice, en tal sentido, si existe pobreza del lenguaje, será obvia la incapacidad para comprender aquello que se pretende expresar, y lo más grave aún, se construye una imagen gnoseológica espuria.
En nuestro país el lenguaje ha sido deliberadamente intoxicado, suprimiendo palabras, cambiando insultos por elogios y logrando que el receptor asuma todo esto como normal, como leve; en muchos casos es tal el grado de daño infligido, que el receptor es incapaz de comprender cuándo se le suprimen los derechos, en qué medida es sometido al escarnio y la posterior depauperación. Al despersonalizar al contrario se hace leve cualquier acto de atropello o vejación, pues desde la lengua se deconstruye el carácter óntico del individuo y se cosifica, siendo objeto de cualquier tropelía.
El discurso en nuestro país se ha convertido en un lodazal pegajoso, en el cual campean los insultos y adjetivos descalificativos, no solo entre los opuestos, sino entre la misma heredad perversa, que emplea conductas propias de una gansterilidad que ajusta cuentas, sobre las fechorías cometidas en torno al erario público hecho botín; sin embargo, a pesar de la gravísima afectación antropológica, el hambre, las carencias y la obscena desigualdad han llevado al vapuleado ciudadano de a pie a protestar; cada vez es más complejo lograr actos perlocutivos desde un habla caída en el infortunio y de allí al abuso, pero el daño ya está hecho, y luego de sembrar la neolengua de la dominación, esta heredad perversa cosecha los frutos de la confusión y el extravío, para seguir perpetrando actos en contra de la sociedad.
Finalmente, y tal vez como hálito de expiración de la esperanza, la vapuleada sociedad venezolana ha comenzado a reconocer al responsable de sus desgracias, identifica aun con torpeza que las tesis de la guerra económica y las sanciones no cuadran frente a un estruendoso escándalo de corrupción generado en las entrañas del chavismo; desde esas pestilentes entrañas, se le escapó como justificación a Nicolás Maduro frente a la imposibilidad de aumentar el salario y en su lugar bonificarlo perniciosamente, que tal decisión era causada por la corrupción, he allí un infortunio en su lengua ululante y felona, infortunio que ya constituye un abuso de una lengua intoxicada en mentiras, abyecciones, coprolalias y atropellos a la dignidad. Insisto, el reto reside en considerar e identificar a los infortunios de la lengua del opresor y reconocer el mal, la incompatibilidad con el ser y asumir la lengua para la libertad y la libertad para la lengua.
“No puede pensar con claridad si no se escribe y se habla con claridad”.
John Searle