Ha muerto Luis Beltrán Mago. En la madrugada del miércoles 20 marzo de 2024, un sueño profundo lo transportó a la región más transparente del iris. La Casa del Padre le abrió sus puertas y se hizo al unísono un silencio reverente y una algarabía de encuentros, esencia no paradoja. El soleado día preparaba una noche de luna creciente. La plenitud empieza y la luna, como cada noche desde que hay lunas y noches, ha de lavar su rostro en las aguas del mar, de los lagos, de las fuentes, de los ríos que finalmente han de ofrecer al mar el ímpetu de sus trayectos.
Dicen que los ríos son la vida y el mar la muerte, pero la muerte puede ser vida y el mar no ser muerte. Eso lo plasmó Luis Beltrán Mago en su poesía: el mar es la vida, su vida, el festín de cada día. El mar perfumaba el lar nativo y lo hacía aún más vivo y colorido. Mar de peces grandes y playas, mar de sal en abundancia y azules por doquier, mar de verdes en la montaña y de bajeles de vida pura y prístina.
Ha muerto Luis Beltrán Mago y su vida se transparenta en sus palabras. La poesía es una voz de gran potencia que, al nombrarla, aniquila la muerte y vivifica aún más la vida. Los poetas no pueden morir sino de olvido, porque su legado fundamental es la palabra, palabra en el tiempo, como quería un poeta, palabra hermoseada por el ímpetu del yo que ve y va más allá de lo aparente, otorgándole así trascendencia incluso a lo que pudiera parecer anodino.
Ha muerto Luis Beltrán Mago y sus 102 años cuentan un existir dedicado a la escritura, a la palabra poética, al cultivo de sentimientos hermosos y de valores que lo enraízan a una tradición familiar y regional de grandes poetas, como el José Antonio Ramos Sucre de cincelada expresión y atinadas imágenes, el Cruz María Salmerón Acosta de trágicos azules y el festivo y sonoro Andrés Eloy Blanco.
Nacido en Cumaná el 15 de enero de 1922, la niñez de Luis Beltrán Mago será de abrazos, pero también de ausencias. A corta edad el poeta pierde a su madre, pero fue criado por su tía y madrina, quien lo acompañó luego, junto al grupo familiar que constituían los tres hermanos, en su traslado a Caracas. En la capital estudió en la Universidad Central de Venezuela, de donde egresó como Abogado de la República y doctor en Ciencias Políticas y Sociales.
Atraído, como tantos jóvenes de su época que con razón se emocionaban por las posibilidades de cambio en una Venezuela que dejaba de ser rural y agroexportadora para convertirse en urbana y petrolera, Luis Beltrán Mago sintió la vocación de la política. Supo, sin embargo, sobreponer a las eventualidades y vaivenes republicanos la suprema dedicación a la escritura. Fue poeta y no político, fue poeta y no un oscuro funcionario, fue poeta por gracia de Dios y no ministro por tentación de inciertos demonios.
Diversas empresas culturales lo embargaron. Fundó y presidió, no solo por primera vez sino en varias ocasiones, el Círculo de Escritores de Venezuela. Fue miembro correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua por su nativo estado Sucre. Cultivó la amistad de intelectuales, de hombres y mujeres de pro, de escritores y poetas, y deja en su hijo Frank no solo la impronta jurídica sino la ternura de la poesía.
Luis Beltrán Mago nos lega una extraordinaria estela de bonhomía y de palabra pulida como diamantes por la tierra y el agua, de palabra poética. Será una tarea de envergadura compilar sus escritos inéditos y reunir toda su obra, publicada o no. Se trata, en efecto, de una labor grande, pero que no debe dejarse al garete o a la casualidad.
La poesía de Luis Beltrán Mago, salpicada de continuos cabalgamientos y pausas obligadas por el corte a veces abrupto del verso o línea, encierra no obstante un ritmo propio, una fuerza a veces telúrica, a veces cósmica, otras de pasiones y sentimientos humanos, tan humanos como el amor, la duda, la alegría, el juego, la amistad, los sueños, las evocaciones, el dolor, las certezas y también las incertidumbres. Ese ritmo intenso como la vida misma, imparable, incluso en las celdas de los ermitaños sacudidos por los reclamos de la consciencia y la contemplación, debe ser apropiado por el lector para erizarse ante las palabras del poeta.
Ay, Luis Beltrán, como diría Martí sobre Cecilio Acosta, “¡qué desconsuelo ver morir, en lo más recio de la faena, a tan gran trabajador!”. Empero, el mismo poeta antillano dice “estudiar sus virtudes e imitarlas es el único homenaje grato a las grandes naturalezas y digno de ellas”. Ese debe ser, pues, el recuerdo y el homenaje que te debemos, oh maestro del soneto, oh amigo de gratas conversaciones, oh pensador de acertadas ideas, oh señor de los recovecos de la vida, habitador eterno del mar cumanés y de sus barcazas plenas de redes y también de la sultana avileña, poblada de tantos árboles como de continuo evocabas. Brindemos con vino dulce y delicado por tu poesía, Luis Beltrán.
Quiso irse la víspera del equinoccio de primavera, cuando se celebra el Día de la Poesía. Quiso celebrarlo en su región más pura y luminosa. Que su palabra también pura y luminosa nos brinde una procesión de equinoccios y una nueva aurora del pensamiento, de la palabra y de la vida en Venezuela.
Descansa en paz, Luis Beltrán, y deja que leamos con brío y candor tu poesía.
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