La narrativa de que la economía china se acerca a su máximo crecimiento -o de que ya lo ha hecho- se ha asentado en los medios occidentales. Sin embargo, si se leen con atención estos análisis, se encontrará que muchas de las razones que utilizan para sus sombrías evaluaciones no tienen nada de nuevo. Por el contrario, tienden a destacar los mismos retos a los que han recurrido economistas y comentaristas por más de una década. Si China no estaba tropezando entonces, ¿por qué tendríamos que creer que lo está haciendo hoy?
No hay dudas de que el contexto global ha cambiado. Quizás lo más importante es que la narrativa predominante acerca de la China se ha vuelto negativa en gran medida, y Occidente es hoy mucho más hostil a ella que hace diez o, incluso, 5 años atrás. Puesto que Estados Unidos se está esforzando más que nunca para contener a China, las exportaciones directas chinas a esta potencia han disminuido.
Incluso así, probablemente se haya exagerado la “disociación” de las dos mayores economías del mundo. Un estudio reciente realizado por la economista de la Universidad de California en San Diego Caroline Freund y sus colegas mostró que, efectivamente, EE.UU. y China están reduciendo sus vínculos en algunas áreas. Por ejemplo, el crecimiento de las importaciones estadounidenses chinas a EE.UU. estuvo muy por detrás del de otros países para productos sujetos a aranceles estadounidenses.
Pero el mismo estudio encontró también que las cadenas de suministro estadounidenses y chinas se mantienen profundamente interconectadas, en especial para los “productos estratégicos”. Es más, los países en los cuales las importaciones estadounidenses están creciendo suelen estar profunda -y crecientemente- integrados en cadenas de suministro chinas. De hecho, los países que buscan desplazar a China en las cadenas de suministro estadounidenses han estado elevando sus propias importaciones desde China, especialmente en los sectores estratégicos de la industria.
Al mismo tiempo, las empresas globales parecen estar siguiendo una estrategia de “China+1”, invirtiendo en otros países de manera adicional a China, pero sin prescindir de esta. Por su parte, las compañías chinas han aumentado su inversión directa en los últimos años y desplegado sus propias cadenas de producción en países muy alejados de las fronteras chinas, especialmente en aquellos que pueden evitar las sanciones estadounidenses en forma de aranceles. Es muy posible que esta tendencia persista, asegurando que el capital chino siga fluyendo al resto del mundo.
Es probable que los fatalistas también señalen que China se enfrenta a desafíos internos. Más allá de una demografía poco favorable, China está viéndoselas con grandes endeudamientos, asignaciones de capital incorrectas, niveles de polución graves y un sector inmobiliario en problemas. Pero el gobierno de China ha estado muy consciente de ellos desde hace una década, y se ha comprometido con su solución.
Por ejemplo, el programa de “reforma estructural de la oferta”, emprendido por el gobierno chino, se adoptó en 2015 e incluye normativas financieras más estrictas y una mayor supervisión por parte del Estado, con intervenciones de ser necesario, de sectores altamente apalancados con un exceso de capacidad productiva. Si bien el programa ayudó a evitar una crisis de deuda o financiera, también limitó el crecimiento en sectores industriales muy apalancados, como el inmobiliario. Sin embargo, la visión de que un sector inmobiliario poco dinámico causaría un colapso económico en China es demasiado dramática.
Las autoridades chinas comprenden que es inevitable una transición en el sector inmobiliario, y están decididas a asegurarse de que ocurra de manera gradual. En términos más amplios, las reformas estructurales ya implementadas han mejorado la resiliencia económica del país cuyas exportaciones han seguido siendo robustas a pesar de los aranceles de EE.UU. Mientras tanto, otros sectores han crecido rápidamente, como los servicios, la economía digital y las industrias de alta tecnología.
Todo esto ayuda a explicar por qué China logró un promedio de crecimiento a tres años de un 6,6% en 2017-19. Si bien la pandemia de COVID-19 afectó el crecimiento en 2020, la economía se recuperó fuertemente en 2021, creciendo a un ritmo de un 8,1%. Y es probable que la tasa de crecimiento en 2023 esté ligeramente por sobre el 5%; ni siquiera una serie de cuarentenas en 2022 evitó el crecimiento.
Esto no significa que China haya salido indemne de la pandemia. Tres años de menores oportunidades de ingresos para los consumidores chinos limitaron su capacidad de impulsar una rápida recuperación pospandémica. Hoy el gobierno debe redoblar sus esfuerzos por apoyar la demanda local y la creación de empleos impulsando políticas fiscales y monetarias más expansionistas a lo largo de los dos próximos años.
Las autoridades chinas también deben trabajar por acelerar la liberalización de algunas industrias. Por ejemplo, los servicios productivos en cuya entrada está prohibido el capital privado y extranjero deben liberarse de estas restricciones tan pronto como sea posible. Afortunadamente, hay señales de que las autoridades están conscientes de este imperativo: las entidades de la regulación financiera acaban de otorgar una licencia de autorización a la emisión de tarjetas bancarias a la empresa estadounidense Mastercard. Además, el mes pasado China dejó de exigir visa para entrar al país a seis países, entre ellos, Francia, Alemania e Italia.
Nadie esperaba que China sostuviera un crecimiento de dos dígitos para siempre. La acumulación de capital tarde o temprano iba a ralentizarse, y lo mismo ocurriría con los dividendos tempranos generados por los impulsores estructurales del crecimiento. Ahora, el crecimiento económico precisará de mayores índices de consumo de los hogares, en lugar de más inversión.
Por estas razones se espera urgentemente que el gobierno chino reduzca la proporción del PIB destinada a inversión y apoye el consumo de los hogares a través de transferencias de ingresos y el fortalecimiento de los programas de bienestar (lo que permitiría que estos reduzcan los ahorros preventivos), creándose así un mercado interno próspero, el fomento de la expansión de la industria de los servicios y mejores condiciones para un crecimiento sostenible.
La economía china no ha agotado su potencial de desarrollo ni ha madurado hasta el punto de perder su vitalidad. Si bien el estado actual de la economía ha hecho posible un reequilibrio, también abre una ventana de tiempo para que los líderes chinos se comprometan a llevar a la realidad la reforma estructural. Es verdad que el crecimiento se ha ralentizado y que el contexto global ha cambiado, creando una sensación de urgencia, pero puede que eso apunte a favor de China, acelerando las reformas estructurales que necesita su modelo de crecimiento emergente.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Zhang Jun es Decano de la Escuela de Economía de la Universidad Fudan y Director del Centro Chino de Estudios Económicos, un centro de investigación con sede en Shanghái.
Copyright: Project Syndicate, 2024.
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