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Guzmán Blanco, el legado de un progreso incompleto

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Antonio Guzmán Blanco fue mucho más que un político del siglo XIX: fue el arquitecto de una transformación profunda, admirada y condenada. Tras la devastadora Guerra Federal, Guzmán Blanco se erige como líder en 1870 con la promesa de modernizar un país en ruinas. El «Guzmancismo» comenzó con un proyecto de cambio, pero ¿a qué costo?

Imagina Caracas, devastada por el conflicto, con calles polvorientas y edificios en ruinas. En medio de esa devastación, Guzmán Blanco levantó monumentos, ferrocarriles y nuevas instituciones para dar un rostro moderno al país. Este contraste brutal entre la guerra y la modernización define su legado: avances materiales en un contexto de profundas desigualdades sociales.

Guzmán Blanco llegó al poder ofreciendo estabilidad y unidad, desplegando un ambicioso plan de centralización que desmanteló las autonomías locales, transformando al país en un engranaje donde Caracas era el centro. Aunque la teoría era federalista, la práctica reveló un sistema autoritario, donde Guzmán se convirtió en una figura omnipotente.

La modernización fue uno de sus ejes, con obras emblemáticas como el ferrocarril Caracas-La Guaira y el Teatro Municipal, que simbolizaban progreso. Sin embargo, el beneficio fue casi exclusivo de Caracas, mientras que el resto del país permaneció olvidado, sumido en la desigualdad.

Enfrentó a la Iglesia Católica, despojándola de poder con el Decreto de Garantías y la expulsión del arzobispo de Caracas, lo que reflejaba su visión de un Estado fuerte, pero también su actitud autoritaria. En educación, promovió escuelas y programas de alfabetización, pero la mayoría rural quedó excluida, mientras las élites urbanas se beneficiaban.

El culto a la personalidad fue otro aspecto central de su gobierno. Caracas se llenó de estatuas y monumentos en su honor, pero detrás de esa modernidad se ocultaba un régimen autoritario que usaba la represión para silenciar cualquier oposición. La economía siguió dependiendo de la exportación de productos primarios, consolidando las desigualdades sociales.

El legado de Guzmán Blanco es una mezcla compleja de modernización e infraestructura, pero también de autoritarismo que consolidó una élite terrateniente y marginó a la mayoría de la población. La Venezuela que soñó no se concretó para muchos, y su promesa de progreso se quedó corta, sobre todo en términos de justicia social.

Hoy, mirando al pasado de Guzmán Blanco, es imposible no pensar en el presente. ¿Cuántos líderes actuales usan el progreso como una fachada para disimular el despotismo? La historia nos enseña que el verdadero progreso no se mide solo en kilómetros de ferrocarril o en palacios grandiosos, sino en la capacidad de un Estado para garantizar que todos sus ciudadanos se beneficien de ese desarrollo. Venezuela sigue enfrentando ese reto de construir un futuro donde el progreso no sea privilegio de unos pocos, sino un derecho compartido por todos.


Pedro Adolfo Morales Vera es economista, jurista, criminólogo y politólogo.

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