El Grupo Sardio, renovador de la literatura venezolana, se disolvió al aparecer la Revolución cubana que hipnotizó al mundo. Los socialdemócratas del grupo se separaron y los fervorosos adictos de la llamada izquierda se unieron para formar el Techo de la Ballena.
Yo pertenecí a los dos movimientos en la afirmación de que Sardio prefería la revolución del lenguaje antes que el lenguaje de la revolución y que en El Techo se manejaba un espíritu renovador, irreverente, dadaísta. Pero hoy descubro que se trataba en efecto de una disposición que sacudió al mundo cultural, pero más que un movimiento estremecedor aquel Techo era el brazo cultural de unas guerrillas de inspiración cubana. Tuvimos una invasión cubana en Machurucuto y aplaudimos. En las series de beisbol, cada vez que se enfrentaban Cuba y Venezuela, ¡íbamos a Cuba!
El Techo fue en verdad irreverente, y dos gestos suyos merecen aplauso: el poema «¿Duerme Ud. Señor Presidente?» de Caupolicán Ovalles que provocó la cólera de Rómulo Betancourt y la Exposición Homenaje a la Necrofilia, de Carlos Contramestre: ¡un escándalo apoteósico!
El dia 2 de noviembre de 1962 en la calle Villaflor de Sabana Grande se inauguró la exposición. Contramaestre, con huesos y restos de animales recién descuartizados, cubrió las paredes del garaje que alquilamos a una inocente viejecita.
Eran cuadros armados con vísceras que, mal tratadas por el artista no obstante ser médico, comenzaron a podrirse a dos días de haberse inaugurado la exposición provocando tumultuoso escándalo en la entonces apacible floresta cultural venezolana. Me tocó el privilegio de presenciar la aparición de gusanos en todas y en cada una de las obras expuestas porque yo estaba esa mañana custodiando la exposición, la más violenta de las que promovió El Techo de la Ballena. Vi asombrado cómo aquellos cuadros adquirían vida propia, se removían gusanos que obligaron al Ministerio de Sanidad a clausurar la exposición. “Eran tripas, mortajas, untos, cierres relámpagos, abestina o caucho en polvo, desparramados sobre cartones y trozos de madera”, escribió Adriano González León en el catálogo. “Todo ello configuraba un empaste violento y el cuadro dejaba de ser un bello objeto de coleccionistas o un orgullo de museo para transformarse en una persecución de la materia humana, justamente en el corazón mismo de la sordidez, porque se hace menester rescatar las tripas y las heces fecales, al lado de una dulce conjunción de pantaletas y resitex, en un intento por ganarle la partida a tanta finura acobardada, a tanta buena realización, que andan de brazo con el asesinato, sea producido por ametralladoras o con aparatos de tortura”.
El propósito del homenaje era señalar que todo estaba podrido en el país venezolano: el arte, la política, Miraflores, Rómulo Betancourt, la sociedad. Pero los gusanos que vi moverse en las obras expuestas eran gusanos del arte. Los verdaderos “gusanos” se movían rencorosos y opositores en la Revolución cubana que comenzaba a podrirse al nomás nacer.
Los gusanos son símbolos de una insólita vida desconcertante que renace de la muerte y de la corrupción. Son seres inferiores, a veces subterrános. Larvarios. Emergen de lo que comienza a podrirse y adquieren una energía que repta y suscita rechazo y repugnancia. Son muerte relativa porque sus vidas nacen de una vida que dejó de ser. Esta vida que renace de una ausencia de vida llega a ser realmente repugnante porque el gusano puede ser peludo; a veces negro, venenoso e invertebrado. Su cuerpo generalmente pequeño es blando, carece de extremidades; suele ser hermafrodita. Se arrastra. Platelmintos, Nematelmintos. Viven en las hojas, en los pantanos. ¡Allí donde alguna materia orgánica comienza a descomponerse! Los seres humanos preferimos ser cremados para evitar que la corrupción de nuestros cuerpos libere gusanos y anhelamos convertirnos en cenizas para que seamos esparcidos al viento; para volver a ser aire.
Los cubanos opositores, ofendidos por los líderes “revolucionarios”, fueron considerados gusanos, gente infeliz e inferior. Los verdaderos gusanos, por el contrario, eran los mandatarios en la isla, penosamente despóticos y asesinos crueles y desorbitados.
Lo que estaba podrido no era el país venezolano asediado por guerrillas de inspiración cubana; no era la democracia ni Betancourt elegido en elecciones universales y secretas. ¡Lo que comenzaba a podrirse era la propia Revolución cubana!
Éticamente, no era posible levantar un hombre nuevo con base en tres flagelos; el ron, el tabaco y el azúcar! Esta precisión ética no prosperó porque la mayoría de nosotros fuma, bebe ron y desafía la diabetes. ¡No era yo quien tenía razón! ¡Era Rómulo Betancourt! La República que no se logró por la vía de la violencia se convirtió en una República del Este de tardía bohemia que acabó con la esclarecida vida de mi generación, refugiada en un bar de la avenida Solano. Me crispo cada vez que escucho a alguien ponderar torcidamente al Techo de la Ballena. Un grupo de chavistas (Aray, Calzadilla, Daniel G.) ha intentado asociar el magma alimentado por Contramaestre, encauzado por la Ballena y dirigido contra gobierno malsanos, como el socialismo de Chávez, de Maduro, del boliviano Morales y del narcotráfico para convertir en “balleneros” a los mismos sátrapas que el magma persigue precisamente con furor.
Lo valioso del Techo consistió precisamente en su iracundia, su avasallamiento y su ruptura con la banalidad de lo establecido. Su error histórico fue atentar contra la democracia y servir de apoyo a unas guerrillas de errático objetivo que intentaron sembrar en los años sesenta lo que haría años más tarde el fascismo del ”¡Por ahora!”: !la negación cubana de la propia cultura y de nuestra dignidad!
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