Ayer se conmemoró un triste y doloroso aniversario. El del ataque de Hamás contra Israel que le costó la vida a 1.200 judíos, causó miles más de heridos y el secuestro de otros 250, de los cuales un centenar sigue prisionero en la Franja de Gaza.
La respuesta inicial de Israel, justificada en el legítimo derecho a la defensa, que tuvo la aceptación de buena parte de la comunidad internacional, incurrió, sin embargo, en excesos que han minado ese apoyo porque se está frente a una tragedia sin reparo y sin solución. Doce meses después de aquellos sangrientos hechos, de la destrucción causada por la guerra, y de las miles y miles de muertes, el conflicto amenaza con convertirse en una confrontación total en el Medio Oriente, de por sí una zona de alta explosividad.
Más de 1.500 israelíes han muerto desde el 7 de octubre del año pasado, la mayoría el propio día del ataque, y más de 41.000 palestinos han perdido la vida. Se calcula, además, que más de diez mil cadáveres puedan estar bajo los escombros en la Franja de Gaza. Es la guerra más larga entre israelíes y árabes desde el final del conflicto que estableció los límites del estado de Estado de Israel en 1949, recuerda The New York Times. Y “con mucho, la más mortífera”, agrega.
“Esta guerra no terminará porque nadie está dispuesto a ceder”, dijo Thomas R. Nides, embajador de Estados Unidos en Israel hasta poco antes de los terribles sucesos de hace un año. “Mientras tanto todos están perdiendo», afirmó. También una triste realidad, ante el fracaso de los intentos de llegar a un alto al fuego.
El aniversario coincide con la escalada militar de la guerra y el temor a una confrontación de una magnitud que se desconoce y da miedo. Analistas y medios internacionales observan esta nueva fase —en la que Israel ha desplazado su ataque al Líbano para destruir el engranaje de Hezbolá, a lo que Irán respondió lanzando centenares de misiles sobre territorio israelí—, como el fracaso de las vías diplomáticas para encauzar el conflicto y, a la vez, la confirmación de que la estrategia del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, de lograr la paz a toda costa, sigue adelante sin importar la debacle humanitaria que supone.
No, no es un buen lugar el mundo para vivir, cómo se cantaba en la década de los sesenta en plena era de la paz y el amor ante la eventualidad de una explosión nuclear. Es tan hondo el horror de lo que ocurre en el Medio Oriente, y de lo que pueda causar a su alrededor, que la guerra desatada por Rusia contra Ucrania ya es como un periódico de ayer.
Las Naciones Unidas y la Unión Europea insisten en los llamados al alto al fuego pero se resiente, con cada vez más preocupación, la incapacidad, o el tibio interés, de Estados Unidos en presionar en favor de una salida, que contemple como punto de partida la seguridad de Israel y el derecho a su existencia, como lo acaba de recordar Joe Biden en una llamada a Netanyahu, pero ponga fin a una guerra cuya meta de victoria total luce inalcanzable.
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