OPINIÓN

Guerra informativa

por Beatriz De Majo Beatriz De Majo

Un editorial del portal Analítica de hace pocos días titulado “¿Habrá guerra?” efectuaba un corto pero pormenorizado análisis de la situación de las tensiones en el seno de la OTAN, Rusia, Ucrania, Europa y Estados Unidos, para terminar sin inclinarse en favor de la tesis de que sí habrá una conflagración, ni en favor de la tesis que lo niega.

No es posible ir más lejos que ello para cualquiera que sea un analista de los escenarios de conflicto que se están dando en estos días en la palestra global. La razón es simple: ¿cómo aquilatar la avalancha de datos que es transmitida a diario por medios y redes y asignarle el valor justo a los elementos que la componen para sacar conclusiones, si la característica más resaltante de nuestros días es el ambiente de desinformación, información tendenciosa o falaz y manipulación mediática, no solo en torno a posibles conflagraciones sino en todo cuanto es de interés planetario?

¿Está poniendo Estados Unidos al alcance del planeta todos los elementos que permiten concluir que Vladimir Putin se encamina a un ataque frontal a Ucrania, o está simplemente aportando una fracción de lo que sabe para motivar el retroceso del Kremlin? ¿Está Rusia fabricando un irreal escenario de agresiones de parte de Kiev para justificar la espectacular y costosa movilización que está teniendo lugar de cara al planeta o es real su preocupación frente al fortalecimientos de la OTAN y la presencia de arsenales militares a kilómetros apenas de sus sensibles fronteras? ¿Cuál de las tres, Alemania, Francia o Inglaterra, está manejando hipótesis creíbles sobre los hechos de la preguerra o cual de las tres se siente más vulnerable que las otras ante las consecuencias anticipables para su gobierno o para sus ciudadanos de una declaratoria de hostilidades? ¿Quién, Macron, Johnson o Scholtz, ha contado toda la verdad de sus encuentros con Putin y quién no ha sazonado sus reportes con sus propios temores personales, los intereses de su partido, la simpatía hacia el gobernante ruso o la sindéresis ética que considera que debe imprimir a su propio análisis?

Pero es que además de lo que pueden ser las estratégicas políticas de los actores ―todas o casi todas ellas válidas en menos o mayor grado en épocas de guerra―, el observador desprevenido, tanto como el analista informado, tienen que hacer frente a una miríada de hechos de desinformación, mal-información o desinformación que se aloja y transmite a través de las redes sociales que hacen cuesta arriba la interpretación de lo que ocurre. Todo lo anterior tiene el poder de promover frente a la sociedad narrativas negativas o mentirosas sobre los hechos y desacreditar a las personas que intervienen sin que sea posible diferenciar lo cierto de lo falso. O por el contrario, tienen la facultad de edulcorar las actuaciones de los peores y más abyectos líderes del escenario actual y transformarlos en héroes del momento.

En definitiva, no es posible distinguir la verdad de lo falso por mucha sagacidad política con la que se cuente, ni por muy elaborada que sea la capacidad de análisis de la que se disponga sobre el desempeño de los individuos o las motivaciones de los gobiernos.

Lo que sí es posible afirmar es que todo este ambiente de informaciones tendenciosas, desinformación, información falaz o malsana es capaz de influir en el debate público, en los procesos democráticos y en la sociedad civil a la que le toca enfrentar los hechos. Y claro, estamos todos intoxicados.

Yo, por lo pronto y al igual que Analítica, tampoco sé hacia dónde se dirige este inquietante episodio de preguerra.