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Guerra avisada no mata soldado

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Jake Sullivan

Hay un señor que se llama Jake Sullivan. Actualmente se desempeña como asesor de seguridad nacional del presidente de Estados Unidos, Joe Biden. Fue ese que dijo unas semanas atrás que, si a Rusia se le ocurría enviar tropas al Caribe, especialmente a Cuba y Venezuela, Washington actuaría decisivamente.

Nadie sabe en realidad lo que quiso decir este alto funcionario con eso de decisivo, pero lo cierto es que, además, y para tranquilizarnos un poco, agregó que esas amenazas del Kremlin eran puras bravuconadas. Bueno, ¡si tú lo dices, Jake!, vamos a creerte. Sólo, y por si acaso, no estaría demás que te echaras un paseo por los lados de la frontera colombo-venezolana, allí donde se han visto varios catires de ojos claros con sus uniformes de campaña, en medio del jaleo que han armado a sus anchas, el ELN y las disidencias de las FARC-EP.

Este mismo señor informó el pasado fin de semana, aparentemente muy alarmado, que Rusia podría invadir Ucrania “en cualquier momento”, agregando: “queremos ser claros, cualquier estadounidense debe dejar territorio ucraniano lo antes posible”.

No es por nada, pero la impresión que uno se forma observando al señor Sullivan en la rueda de prensa de ese viernes 11 de febrero, es la de un vocero gubernamental que, lejos de representar a la Casa Blanca, pareciera más bien ser un enviado directo del Kremlin, avisándonos que muy pronto sus fuerzas militares traspasarán las líneas fronterizas que lo separan de su angustiado vecino. Algo así como la estocada final que le dice a la opinión pública mundial que ya no hay nada más que hacer y que la invasión es inminente.

Pero Jake no fue el único que lo dijo. Horas antes, por allá bien lejos en Australia, el secretario de Estado, Antony Blinken –cumpliendo con un mandado urgente que le asignó Biden para que se reuniera con sus socios del Quad (Japón, Australia e India)y recordarle a China que no se han olvidado de la región Indo-Pacífico como objetivo de máxima prioridad– señaló que su gobierno “…seguía viendo signos muy preocupantes de la escalada rusa, incluyendo la llegada de nuevas fuerzas a la frontera ucraniana”.

Lo que quisieron decir Sullivan y Blinken es que un ataque ruso podría producirse mucho antes de lo esperado, incluso previo a la conclusión de los Juegos Olímpicos de Invierno de Beijing, el 20 de febrero. Es posible que el mismo Putin le haya dicho a Xi Jinping que lo sentía mucho, pero que la oportunidad era ahora o nunca.

Pero, lo que más llama la atención de las declaraciones del señor Jake Sullivan, fue la triste sentencia de que: “Estamos listos de cualquier manera (…) pase lo que pase después, Occidente está más unido de lo que ha estado en años”.

¿Pase lo que pase?

Cualquier observador preocupado por la paz y la seguridad del planeta, lo primero que infiere de las declaraciones de los altos funcionarios estadounidenses es, primero, la ausencia de una tranquilizadora previsibilidad, y, segundo, que en el escenario de una flagrante y masiva invasión rusa, se daría un desenlace muy parecido al de la península de Crimea en 2014, con unas fuerzas armadas ucranianas sin poder hacer mucho ante tal arremetida y la impotente mirada de Occidente.

Los episodios siguientes de esta trama revelarán seguramente un estado de guerra de carácter asimétrico entre la resistencia ucraniana – con el apoyo logístico y material de Occidente – y las fuerzas de ocupación rusa, que siempre tendrán la opción de instalar un nuevo gobierno títere, al estilo de la Bielorrusia de Aleksandr Lukashenko.

Al margen de este posible escenario que el sentido común quisiera descartar, la última palabra la sigue teniendo Vladimir Putin, quien yahabrá evaluado una y otra vez las consecuencias a corto y mediano plazos de una acción bélica. Europa, Canadá y otros aliados, liderados por Estados Unidos, volverán a recurrir al expediente de las sanciones, en esta ocasión llevadas tal vez a los máximos extremos.

No es fácil imaginar una suerte de “desacoplamiento” de Rusia respecto a Occidente, y, en especial, de sus pares europeos, sobre todo si pensamos en el grado de interdependencia económica y comercial existente entre los dos bloques, los cuales se verían incuestionablemente afectados. La relación de dependencia mutua en el campo energético entre Rusia y Alemania ilustra perfectamente, y es sólo un ejemplo, de los tantos escenarios a presentarse en el marco de las sanciones previstas.

Viendo un poco los toros detrás de la barrera, quizás sea China uno de los mayores beneficiarios del conflicto que hoy mantiene en vilo a Europa y el mundo. Y esto es así por cuanto la crisis generada en la frontera entre Rusia y Ucrania, y la consecuente inversión de recursos estratégicos y esfuerzos en la solución del conflicto, desvía la atención de Estados Unidos y sus socios estratégicos europeos de la región Indo-Pacífico, tan vital para los intereses de la China comunista.

También es lógico pensar que Rusia, una vez que invada Ucrania, se hará muy dependiente de su asociación con China, ya que necesitará el soporte económico de esta última para contrarrestar el impacto de las sanciones que Occidente impondrá.

Por último, el éxito de una operación militar de Rusia en Ucrania y la consecuente y segura prolongación del conflicto, alimentaría las apetencias y ambiciones del Gobierno chino respecto a Taiwán, un nuevo frente que, junto a Ucrania, pondría a prueba y en evidencia la capacidad real de Estados Unidos de confrontar la arremetida autoritaria mundial.

Entre tanto, el gobierno de Estados Unidos está trabajando para sacar apresuradamente al personal no indispensable de su embajada en Kiev, y es de esperar que seguirá alentado a los compatriotas que todavía están en Ucrania a que salgan de allí lo más pronto posible.

Guerra avisada no mata soldado.

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