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Guayana Esequiba: mucho más que una raya en la frontera

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Mientras los Estados con los cuales hacemos costado fronterizo adelantan audaces políticas para el fortalecimiento de su infraestructura social y de todo tipo, nosotros seguimos exhibiendo, lamentablemente, una muy débil pared demográfica.

Nos consta, luego del recorrido que hicimos por la poligonal fronteriza venezolana, que nos encontramos en condiciones de aislamiento y pobreza; cuya inmediata consecuencia es un marcado desequilibrio geopolítico; casi que sin la menor posibilidad de asegurar geoestrategias. Vale decir: contextualizar los problemas allí confrontados y sus perspectivas de soluciones.

Me atreveré a señalar que pareciera que esos espacios geográficos fronterizos no fueran nuestros; no obstante, llegar a equipararse esa inmensidad de territorio con un sesenta por ciento de la geografía nacional y estar habitado por una quinta parte de la población.

Históricamente, las sensibilidades y padecimientos en nuestras regiones colindantes y sus asuntos álgidos no constituyen agenda prioritaria para la acción administrativa del Estado venezolano. Sólo hay, de vez en cuando, reacciones torpes y espasmódicas. Se actúa impelido por algún cruento evento circunstancial. Muy pocas o nulas respuestas sistemáticas.

Nos preocupa además el poco interés que nuestra reclamación centenaria por la Guayana Esequiba despierta a lo interno de la opinión pública nacional. El trabajo de concienciación de nuestra parte seguirá, una y muchas veces, incansablemente por todo el país.

Insistimos en reconocer que los nexos vecinales de carácter humano no son ni serán nunca territoriales para que impliquen diferenciaciones sociales.

Nos atrevemos a señalar que la compenetración y solidaridades que fluye de los constantes intercambios entre  los habitantes de las zonas fronterizas conforman extraordinarios sistemas abiertos de aproximación y complementación de las necesidades humanas;  por lo que a los habitantes de las fronteras  les resulta indiferentes la ubicación geográfica que ocupan (de un lado o de otro de la raya, que intenta dividirlos), o las imposiciones jurídicas desde el centralismo. Determinaciones tomadas por funcionarios burócratas, desconocedores en su mayoría de las realidades fronterizas.

Mi invitación, sigue en pie, para que analicemos también este otro elemento, no menos importante: ha habido un uso impropio de los vocablos, límite y frontera, que poseen sus propias connotaciones.

Confundir en las altas esferas del Estado venezolano los términos límite y frontera, por parte de quienes suponemos conducen la “política fronteriza” ya nos dice el talante de improvisación e ignorancia para arreglos mayores en esta materia.

Somos conscientes de que no será tarea fácil que el lenguaje cotidiano se ciña a darle a cada categoría el uso adecuado y preciso. Sin embargo, nunca es demasiado tarde para comenzar, para saber de qué hablamos cuando nos referimos al límite: ente jurídico, abstracto de origen político, convenido y visualizado en forma lineal; mientras que la frontera comporta el espacio de anchura variable donde convergen seres humanos con potencial de integración, que crea un modo de vida común, con sentido dinámico y vital.

Hemos estudiado, permanentemente, que los fenómenos fronterizos son realidades jurídicas porque la condición limítrofe así lo impone, ciertamente. Sí, pero se hace obligante considerar y añadir la dimensión humana, socio-económica, cultural, ética, estética, generada a partir de la interactividad que mantienen los habitantes de esos espacios.

Debemos decirles que la gente que allí convive –nos consta de muchas maneras– poca o ninguna importancia le da a la línea, a la raya imaginaria que como figura geodésica del Estado intenta separarlos. En los espacios fronterizos –podemos testimoniarlo– hay otro modo de valorar y vivir. No basta que se diga “si un centímetro de territorio venezolano es la soberanía, una gota de sangre nuestra también lo es”.

No estamos inventando nada si denunciamos que el Estado venezolano, y todo cuanto representa, ha mantenido un comportamiento errático y desacertado en el tratamiento que debe dársele a los asuntos fronterizos.

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