La vocación natural de cualquier región del mundo que viva bajo la condición de colonia viene signada para alcanzar su emancipación. Algunas veces se logra rápido y de manera determinante quitarse tales yugos. En otros casos, las circunstancias para gloriar la grandeza de la libertad se vuelven enrevesadas, escabrosas y cuesto mucho dolor patrio.
Todos conocemos que para alcanzar la independencia de Venezuela hubo que librar cruentos combates; sufrir vilezas y traiciones; padecer rigores, penurias y necesidades hasta que se produjo la Batalla de Carabobo (1821) y el combate Naval del Lago de Maracaibo (1823); sin embargo, en verdad, no fue sino hasta el 30 de enero de 1845 cuando el reino de España -mediante tratado- confiere el reconocimiento a Venezuela como Estado independiente; no obstante, reafirmamos como tantas veces ha invocado, el insigne jurista carupanero Cesáreo Espinal Vásquez, que nuestra independencia la logramos en las campañas militares con durísimos enfrentamientos y no mediante arreglos, convenios o tratados de descolonización. Peleamos por nuestra libertad.
Me ha honrado el doctor Espinal, al encomendarme la misión de abrir el pórtico y dar entrada a su nuevo libro. Me cabe la satisfacción y honor de haberme dado la oportunidad de inspirarme para redactar un merecido prólogo.
La valiosa entrega escritural en esta ocasión, denominada Esequibo: estado Manuel Carlos Piar (ediciones Espinal. Caracas 2020), comporta un enjundioso estudio, exigentemente documentado y muy digno de su ya proverbial inteligencia.
Recibe el público lector un aporte reciente, generado de su fértil dedicación –digamos, un trabajo indagatorio— como ha sido la distinguida característica de sus entregas académicas: abnegadas, serias y admirables; en cuyo contenido apreciamos, luego de un denso y provechoso recorrido sociohistórico hecho por el autor en estricto sentido didáctico, un ferviente entusiasmo con su objetiva propuesta para la creación del estado Manuel Carlos Piar, en la extensión territorial de nuestra Guayana Esequiba.
Completamente asimilable, en perspectiva, el Esequibo como el estado Manuel Carlos Piar. Una idea elogiable para reivindicar, por una parte, al insigne prócer de la Batalla de San Félix y, por la otra, sabiéndonos poseedores del Justo Título que atesoramos, por ser causahabientes de España.
Espinal Vásquez, en su condición de jurista reconocido e incansable investigador social de nuestra geografía humana, nos ha enseñado permanentemente que los fenómenos fronterizos son realidades jurídicas, porque la condición limítrofe así lo impone, ciertamente; no obstante, deja en claro la severa advertencia: “Debe ser obligante considerar y añadir la dimensión de la gente, las realidades socio-económicas, culturales, éticas, estéticas; generado, todo ello, a partir de la interactividad que mantienen los habitantes de los citados espacios que siempre han sido venezolanos”.
El admirado doctor Cesáreo Espinal Vásquez, con su otra tesis inmarcesible y ya famosa del Bien Común, ha marcado la ruta—eo ipso—de lo que más conviene a nuestros espacios societales. Muestra de lo dicho, con idéntica motivación, nos la presenta en un texto anterior, en el cual, apenas con un extracto, nos hace la referencia a partir de la siguiente aseveración: “La justocracia no es la búsqueda de una tercera vía, sino por el contrario es la única vía para vivir en una sociedad justa. La justocracia aboga como fundamentos de sus fines, la conciliación, que es la mediación entre personas, organizaciones, sistemas políticos y ente la nación para la solución pacífica de conflictos…”. (Justocracia, poder de lo justo. Ediciones Espinal. Caracas 2011)
El doctor Espinal Vásquez nos pide que insistamos -en nuestras conferencias por las universidades del país- en dar a conocer la diferencia conceptual estructural entre lo que es límite y frontera. Precisamente, ha sido nuestra prédica. Exponer que el límite debe entenderse como una entidad jurídica abstracta y de origen político, convenido y visualizado en forma lineal; mientras que la frontera se comprende y asimila al espacio de anchura variable donde convergen seres humanos con potencial de integración, que crea un modo de vida común con sentido dinámico y vital.
Justamente la esencia de su texto; vale decir, su reconocida propuesta del estado Manuel Carlos Piar: la reconfiguración política-administrativa, para la incorporación de la naciente entidad en el concierto de los demás estados federalizados de Venezuela. Dicho ad litteram: “Para que el estado Manuel Carlos Piar sea y asuma pronto esa séptima parte de nuestra extensión territorial, de la que nos despojaron y que hemos estado reclamando, hace más de cien años, con suficiente fortaleza y asidero jurídico”.
Ante algunos escenarios académicos me he permitido argumentar, a propósito del centenario litigio, en que no basta lo declarativo atinente al marco geográfico que con certeza recuperaremos en la Corte Internacional de Justicia; también debemos darle consistencia a la vinculación solidaria venezolanista para trenzarnos en familiaridad con los esequibanos.
En esta contención por la Guayana Esequiba, estamos munidos de razones y justos títulos para exhibir en el ámbito internacional. Además, resultan valederos todos los enjundiosos aportes que ha hecho –como su particular legado al país- el doctor Espinal Vásquez, fuentes documentativas que en sí mismas constituyen elementos probatorios.
Es posible que nos declaremos voceros legítimos ante el mundo que pronto veremos nacer el estado Manuel Carlos Piar; no solo en lo que corresponde al espacio territorial y su proyección atlántica, como ha sido recogida jurídicamente expletiva en su propuesta; sino también por su demografía y por su riquísimo mestizaje.
Venezuela se sentirá supremamente orgullosa cuando alcancemos la materialización de la idea recogida en este texto; que hace su aparición para quien desee disfrutar de una lectura pedagógica.
Ha expuesto el doctor Espinal Vásquez, como autocrítica, que siempre nos ha parecido que caen en una seria contradicción quienes se dicen defensores de la Guayana Esequiba, pero nunca hablan de la considerable población que ocupa ese territorio.
En mi caso -por propia experiencia- particularmente puedo testimoniar que en la Guayana Esequiba existen ciudades, pueblos, comunidades y otros asentamientos humanos, donde se aprecian interesantísimos cruces étnicos y de clases sociales, cuyo registro censal más reciente arroja una cifra que sobrepasa las 200.000 personas, que incluye a los waiwai, makushi, arawakos, akawayos, saraos, patamonas, caribes, wapashi. Una población considerable de afro e indodescendientes, amerindios, asiáticos, portugueses, etc. Una importante etnicidad amalgamada.
La mencionada geografía humana, que convive en ese territorio, debe llamar la atención y la preocupación de quienes ejecutan políticas públicas, por parte del Estado venezolano, con la finalidad de corresponderles debidamente y como se merecen, en todas las áreas pertinentes para su subsistencia: cedulación, salud, educación, servicios públicos, turismo, deportes, cultura, apoyo a la producción; en fin, todo cuanto sea necesario para vincularlos con nuestra venezolanidad, que igualitariamente les corresponde a ellos.
A propósito de la situación actual de la controversia internacional que sostenemos con la excolonia británica, la posición enfática del autor de este texto no se hace esperar: ”Si bien la Corte Internacional de Justicia tiene jurisdicción lo contencioso de la reclamación de Venezuela, no tiene competencia para conocer de mediaciones sino es por consenso previo de las partes y es así, igualmente, que nuestro país, no tiene que ir a ‘litis’ contra la República Cooperativa de Guyana, en aplicación del principio jurídico internacional iuris et de iure de plena prueba y no de presunciones en virtud de que el derecho nace del mismo derecho, no admite prueba en contrario, es decir, no tengo que probar lo que es de Venezuela, sino Guyana probar que es suyo ese territorio, del que no tiene asidero histórico ni jurídico”.
Con fundamentación en todo lo expuesto, el citado autor de esta obra –para la cual con satisfacción he escrito el prólogo– nos señala que: “Le corresponderá a Venezuela, más temprano que tarde, crear el estado General en Jefe Manuel Carlos Piar; decretar otra estrella de la República, otorgar nacionalidad a los habitantes en ese territorio, impedir y solicitar el cese de las concesiones, todo ello, dentro del ámbito de derecho internacional y de la Carta de las Naciones Unidas”.
Digamos, entonces, que tenemos una tarea prioritaria -para ir echando las bases idóneas al venidero estado Manuel Carlos Piar- el hecho de comenzar a enlazarnos emocionalmente como compatriotas con esos grupos humanos, tan venezolanos como cualquiera de nosotros.