Una inmensa mácula sigue gravitando sobre los propiciadores de la decisión alevosa y vil que nos perpetró el arrebato de una séptima parte de nuestra geografía.
Apreciemos lo siguiente para que tengamos una idea del daño que nos causaron con el Laudo Arbitral de París: la extensión de los 159.500 km2 que nos quitaron es mucho más grande que los estados Zulia, Táchira, Mérida, Trujillo, Lara, Falcón y queda todavía una considerable porción territorial donde caben las entidades Carabobo y Aragua. No es poca cosa.
Nótese que nos estamos refiriendo únicamente a lo territorial. Hacemos abstracción de los incuantificables recursos de todo tipo. Tampoco hemos aludido a la proyección atlántica que se genera, consecuencialmente. Porque a todo territorio ubicado en la costa, le corresponde un espacio marítimo a partir de una línea base, conforme a la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar.
Se acaban de cumplir (121) años de esa añagaza política-diplomática (3 de octubre de 1899), cuando las potencias inglesas, rusas y estadounidenses se complotaron para cercenarle a Venezuela lo que siempre ha sido nuestro: la Guayana Esequiba.
Se compuso, de forma amañada, un tribunal de arbitraje donde no participó ningún representante de Venezuela. Estructurado este órgano sentenciador por cinco miembros: dos estadounidenses que fungieron como delegados de nuestro país, dos ingleses por el Reino Unido y el quinto miembro como elemento imparcial, que sería el presidente. Precisamente, este último fue quien más tuvo un comportamiento dañoso hacia nosotros.
Veamos: la Corte Suprema de Estados Unidos de América designó a Melville Weston Fuller y a David Josiah Brewer, ambos miembros de la citada institución jurisdiccional, para que fueran los voceros legales, plenipotenciarios, por Venezuela.
Así, además, integraron el jurado arbitral por el Reino Unido, Sir Richard Henn Collins (inglés), Barón Herschell (inglés), sustituido al fallecer por Charles Barón Russel de Killowen (miembro del Consejo Privado de la Reina); y el presidente del Tribunal, seleccionado por los cuatro miembros anteriores. Cuya responsabilidad recayó en Federik de Martens (ruso), quien para entonces cumplía funciones de catedrático de las universidades británicas de Cambridge y Edimburgo y por añadidura miembro permanente del Consejo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia, entonces Imperio ruso. De tal manera que así se armó toda una tratativa, cuyo resultado sentencial ha sido patentizado a lo largo de la historia de los arbitrajes en el mundo como una vergüenza.
Hoy, recordamos tal fecha con consternación, pero no rendidos. Contrariamente, elevamos, de modo permanente y clara, nuestras voces de protesta por tal ignominia.
Las labores de latrocinio y rapiña por parte de los ingleses se enarbolaron al oeste del río Esequibo, espacios geográficos que siempre han sido nuestros y sobre los cuales poseemos Justos Títulos. La conformación de ese tribunal llevaba la predeterminación de conferirle a los ingleses lo que jamás habían descubierto; lo que nunca poblaron y mucho menos civilizaron.
Vamos a decirlo, apropiadamente, en las claves narrativas del insigne Rafael María Baralt: “antes de que brillara la aurora de nuestra independencia, Inglaterra no cesó de promover en nuestra tierra un sistema tan cínico como maquiavélico de contrabando”
Hemos estado reclamando para nuestra Nación venezolana la devolución de la Guayana Esequiba; algunas veces con ímpetu, otras con flaquezas y debilidades.
Reconocemos, innegablemente, que hemos cometido errores, desaciertos e impropiedades; sin embargo, nuestra lucha reivindicativa cada vez se vuelve más inmarcesible. Se crean fundaciones, organizaciones no gubernamentales, nos enorgullecemos de la indeclinable posición de las Academias y la Asamblea Nacional, el Instituto Venezolano de Estudios Fronterizos, el COVRI; en fin, hay actividades permanentes de esta hermosa amalgama de entidades y personalidades que no desmayaremos en esta noble causa.
Los reclamos que hemos intentado por vías diplomáticas, políticas y jurídicas no están sustentados en caprichos chauvinistas, reacciones intemperantes, desproporcionadas o injustas. Hemos explicado en las instancias internacionales correspondientes las razones y argumentos sociohistóricos y jurídicos que nos asisten. Que no son empecinamientos o malcriadez diplomática.
Lo hacemos convencidos de que la Corte Internacional de Justicia, donde ha sido referida la contención – por cuanto la excolonia británica interpuso un recurso en nuestra contra–, no tiene la jurisdicción ni la competencia para conocer forma y fondo de este asunto litigioso.
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