El reciente encuentro de Jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad Iberoamericana ha sido visto por los optimistas como un paso para la consolidación del grupo. La realidad es que esta reunión de guayaberas bien almidonadas no ha pasado de ser una cumbre más, con floridos discursos y buenas intenciones, pero pobre en resultados concretos.
Los acuerdos firmados no han sido suficientes para evitar la conclusión sobre la lentitud o la incapacidad para avanzar hacia una verdadera y provechosa integración económica de la región. La falta de consenso, por la oposición de Cuba, ha impedido, por ejemplo, aprobar el documento relativo al diseño de una nueva arquitectura financiera internacional, anunciado con entusiasmo por el secretario general iberoamericano, Andrés Allamand. Reducida a un solo párrafo, la declaración consigna “la necesidad de una reforma estructural de la arquitectura financiera internacional, más inclusiva, flexible y justa”. El esquema propuesto abriría nuevas opciones de financiamiento más equitativas para la región, que permitirían ampliar las posibilidades de un verdadero desarrollo sostenible y hacer frente a los retos del hambre, la pobreza, la crisis climática y la desigualdad.
“Nuestra unión es más retórica que otra cosa. La de Europa es concreta, la nuestra discursiva. Hablamos mucho pero poco hacemos por la integración verdadera”, ha reconocido el presidente colombiano. Como resultado, nos estamos quedando en una condición de estancamiento, de acumulación de problemas y escasa percepción de salidas. Resentimos el bajo nivel de compromiso de las élites y su incapacidad para profundizar en las ventajas de la integración y para aprovecharlas con visión de grandeza y realismo.
Contrasta esta condición con los resultados de otras asociaciones que han entendido mejor la naturaleza de los acuerdos económicos y han obtenido las ventajas que ofrecen o potencian. Es el caso, por ejemplo, de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático, ASEAN, formada en 1967, originalmente bajo los auspicios de los Estados Unidos y ahora abierta a las opciones de un mundo cada vez más urgido de acuerdos y cada vez menos unipolar.
Kishore Mahbubani, autor de The Asian 21st Century y representante permanente de Singapur ante la ONU por más de 10 años, se refiere a ASEAN como la “tercera vía asiática” y demuestra cómo prospera en medio de la competencia de las grandes economías mundiales. En la actualidad, cada uno de los miembros es una economía emergente de corte democrático, concluye Mahbubani en un reciente artículo. “Situado en el centro geográfico de la lucha por la influencia entre Estados Unidos y China, el sudeste asiático no solo ha logrado mantener buenas relaciones con Beijing y Washington, sino que también ha permitido que China y Estados Unidos contribuyan significativamente a su crecimiento y desarrollo. Durante las últimas dos décadas han logrado ganancias dramáticas en el desarrollo económico y social y en su contribución al crecimiento económico mundial”. La explicación la encuentra en buena medida en que ASEAN ha ayudado a forjar un orden regional cooperativo basado en una cultura de pragmatismo y acomodación. Se trata de un enfoque matizado y pragmático para gestionar la competencia geopolítica entre China y Estados Unidos, un enfoque que mira más allá de las diferencias políticas y está abierto a la cooperación con todos.
Cabría añadir más ejemplos. Lo importante, sin embargo, es enfatizar en el potencial y la calidad de los acuerdos comerciales, en la voluntad de cumplirlos, en la conveniencia de manejarlos con pragmatismo, de desvincularlos de posiciones o afinidades ideológicas. Los fracasos se explican menos por los términos de la negociación que por la voluntad o capacidad de los liderazgos. Incluso bien concebidos, los acuerdos se debilitan o desvirtúan en la política pequeña, en la intromisión de las afinidades ideológicas en desmedro de los grandes propósitos, en la desconfianza entre los sectores público y privado, en el desconocimiento de las obligaciones de uno u otro, en la falta de operatividad, en las inconsistencias generadas con cada cambio de gobierno o de autoridades, en la debilidad interna de los propios gobiernos a la hora de tomar decisiones.
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