OPINIÓN

Guaidó, el pueblo y los políticos

por Elías Pino Iturrieta Elías Pino Iturrieta

A partir de las recriminaciones de Pompeo, el tema de la desunión de los opositores frente a la usurpación ha cobrado relieve. El incremento de la idea relacionada con los debates internos de los líderes de los partidos parte del conocimiento que el secretario de Estado de Estados Unidos debe tener de la política venezolana, pues la viene trajinando sin cesar. Por consiguiente, se  supone que su afirmación tiene fundamento. De allí que hayan corrido las pareceres adversos en torno a los jefes de los partidos de nuestra orilla, hasta crear una tenencia digna de atención que los muestra como sujetos solamente interesados en sus propósitos particulares, por los cuales juegan sin freno en detrimento de la causa común de derrotar al usurpador lo más pronto posible.

Pompeo es una fuente digna de atención, no faltaba más, pero los hechos no lo acompañan del todo porque, por lo menos a simple vista, por lo que vemos en la superficie, permanece entre los jefes opositores el cometido de permanecer juntos, o de que no se vea a vuelo de pájaro el descosido de su indumentaria. Es lo menos que pueden hacer porque no les conviene mostrar las troneras de su techo, dirán ustedes, pero hay elementos que permiten sentir cómo es más lo que los junta que lo que los disgrega; y que se aferran a la pasta de una amalgama dispuesta a resistir muchos embates.

El fundamento de la amalgama es Juan Guaidó, quien ha logrado un respaldo popular que lo convierte en pilar del proyecto que se está desarrollando para salir de la usurpación. Las giras que lleva a cabo en el interior de la república lo demuestran a cabalidad. Las comunidades colman las calles para aclamarlo. En las poblaciones grandes y pequeñas lo ven como la encarnación de una esperanza próxima, como la cercanía de una regeneración que no debe esperar para convertirse en hecho concreto. Su discurso es aplaudido por las multitudes, independientemente de lo que diga, o sin detenerse a cogerle las goteras que algunos analistas han advertido en su contenido, sus palabras son recibidas con señales de apoyo y regocijo. Si así sucede, si no se exagera en estas líneas ante el calor popular que abrasa al joven líder, parece imposible que existan, en el seno de los factores de la oposición, elementos que se le opongan o que pretendan formar tienda aparte sin su cobijo.

Una piedra se atravesó en el camino, los deplorables hechos del 30 de abril, la irresponsabilidad y la locura que significaron, pero, pese a su trascendencia, no logró disminuir la potencia de su liderazgo. Fue un episodio con el cual estuvo Guaidó vinculado por acción y por omisión, según parece cada vez más, pero que no se tradujo en el advenimiento de una debilidad realmente peligrosa. Pese a sus negativos corolarios, el líder pudo superar un bache de ardua salida, o los espectadores terminaron por sentirlo como un fenómeno transitorio que no debía conducir a buscar otra cabeza en medio de la lucha. Se mantuvo el nexo entre el líder y la ciudadanía, por lo tanto, lo más evidente cuando observamos cómo el joven sigue su marcha viento en popa con el apoyo de la ciudadanía. De una ciudadanía desesperada,  de un gentío que no encuentra otro palo para ahorcarse, se podrá decir, pero lo cierto es que lo que pudo ser un valladar insuperable se volvió escollo menor y pasajero gracias a una estrella personal que brilla en el centro del firmamento.

La superación del serio problema, de la indiscutible torpeza, no solo se logró gracias al respaldo popular que los hechos no disiparon, sino también porque, se supone, los líderes de los partidos se sacaron los trapitos en privado y llegaron a la conclusión de evitar una mudanza de domicilio y un cambio de jefe en el condominio. Se estaba ante un capítulo de precariedad que pudo alimentar fraccionalismos partidistas e intereses personales, pero que no tuvo un desenlace explosivo. Era el momento de pasar facturas cargosas y tal vez definitivas, pero los cobradores frenaron el impulso y guardaron los recibos  en el maletín. Quizá no los quemaron, pero los metieron en el archivo. Si se buscaba una ocasión para que se manifestaran del todo las distancias proclamadas por Pompeo, los intereses individuales, las ansias candidaturales que estaban en cuarentena, la sangre no llegó al río.

Se habla aquí de los dirigentes más reconocidos por la sociedad y de los partidos arraigados a escala nacional, a los cuales debe atribuirse el destino de la unidad. No entran en el cuadro los dirigentes sin respuesta positiva en las encuestas, ni los que van cuesta abajo por sus flagrantes errores del pasado reciente, que han  labrado a pulso su soledad o que no han sabido cambiar su desierto por un vergel. Lo cual no significa que no estemos ante una abundancia de zancadillas, ante ataques arteros contra Guaidó y contra las organizaciones que lo respaldan. Seguramente se fijó en ellos Pompeo cuando comunicó su sombrío diagnóstico. De ser así, es cuestión de que la ciudadanía haga lo mismo para no perder la oportunidad que ofrece un liderazgo que merece permanencia.

epinoiturrieta@el-nacional.com