OPINIÓN

Grishka Holguín, la tríada inicial

por Carlos Paolillo Carlos Paolillo

Giros Negroides. Unearte

La modernidad en la danza escénica llegó a Venezuela en momentos en que esta disciplina había logrado entusiasmar lo suficiente como para generar una actividad apreciable dentro del campo de las manifestaciones tradicionales populares, y el ballet académico apenas intentaba sus primeros pasos profesionales. Hace sesenta años el bailarín mexicano Grishka Holguín creó tres obras que revelarían el inicio de un trayecto que llevaría a la entonces incipiente danza contemporánea venezolana hacia un lugar de liderazgo en América Latina: Giros negroides, Medea e Hiroshima.

Once años antes había llegado a Caracas Alberto Holguín de la Plaza, verdadero nombre del artista que generaría el movimiento de la danza contemporánea nacional. La ciudad lo cautivó por su vocación cosmopolita y universal que ya comenzaba a exhibir y que parecía coincidir perfectamente con sus ideales creativos, distantes de la danza moderna mexicana del realismo social.  Una gira musical por América Latina, a la que se enroló como productor por puro espíritu de aventura, lo llevó hasta allí donde permaneció para, seguramente sin buscarlo, generar el movimiento de la danza moderna venezolana.

Grishka Holguín nació en el  rural y posrevolucionario Coyoacán de los años veinte, pero su destino estaría por decisión familiar en Los Ángeles, Estados Unidos. Allí, muy cerca del cartelón que reza Hollywood y que anuncia la legendaria meca del cine, en las escuelas de ballet y de teatro y con el hallazgo de la danza de la mano de Lester Horton, solidificó su vocación artística.

Tal vez en la búsqueda de sus orígenes decidió volver a México, donde la danza moderna comenzaba a establecerse con decisión. De esas primeras y fundamentales experiencias participó como bailarín. Referencial es el registro fotográfico de su actuación en la legendaria obra En la boda de la pionera Waldeen, a mediados de los años cuarenta, al lado de las jóvenes intérpretes Guillermina Bravo y Ana Mérida.

Como precursor, a Grishka Holguín le correspondió la creación de los primeros proyectos artísticos alrededor de la danza moderna en Venezuela, expresión desconocida, que contaba apenas de dos lejanos antecedentes en el país: la presencia en Caracas en 1919 y 1922 de la bailarina española de danza libre Carmen Tórtola Valencia, entusiasta seguidora de los postulados de Isadora Duncan y Ruth Saint Denis, y las actuaciones en 1941 de los Ballets Kurt Jooss, padre de la danza expresionista alemana.

Medea. Taller de Danza de Caracas

 

Holguín en un principio logró seducir a estudiantes de artes escénicas y a algún joven sensible proveniente de las disciplinas deportivas. El Teatro de la Danza, al inicio de la década de los años cincuenta; la Escuela Venezolana de Danza Contemporánea, junto a la aguerrida actriz devenida bailarina Conchita Crededio, con quien formó una pareja artística fundamental en la historia de la danza del país; la Fundación de la Danza Contemporánea, al lado de Sonia Sanoja, primero su alumna y luego su codirectora en este proyecto que en los primeros años sesenta, que dio un paso decisivo hacia la profesionalización de esta disciplina; el Teatro de la Danza Contemporánea y, finalmente, la Compañía Nacional de Danza, dan cuenta del espíritu fundacional de este creador y sus aportes a la creación y consolidación del movimiento venezolano de la danza contemporánea.

Se reconoce en Holguín al maestro intuitivo que sabía adaptarse sin amarguras y con muy especial sentido del humor al medio y a las circunstancias que lo rodeaban. Creía, y así lo postulaba, que la vivencia del cuerpo podía ser una experiencia para todos. Así, sin prejuicios, formaba con igual compromiso bailarines profesionales en la Universidad Central de Venezuela e impartía clases de gimnasia en el exclusivo Hotel Tamanaco de Caracas.

Precisamente, la UCV fue su último reducto como docente al que llegó a mediados de los años setenta para asumir la dirección del Taller Experimental de Danza -creado por Graciela Henríquez, la bailarina venezolana que radicaría definitivamente en México, y continuado por José Ledezma y Juan Monzón, ejemplares discípulos de Holguín- al que convirtió en la hoy agrupación Pisorrojo.

Su obra creativa es por demás amplia y mantuvo su interés y vigencia en el tiempo a través de las muestras antológicas Grishka Holguín, retrospectiva coreográfica (1981), realizada por el Taller de Danza Contemporánea de Caracas, y Grishka Holguín, legado coreográfico (1998), presentada por el Instituto Universitario de Danza, así como por las reposiciones de algunas de sus obras emblemas por parte de Pisorrojo y la Compañía Nacional de Danza.

Las creaciones de Holguín son miniaturas coreográficas, pequeñas abstracciones con un revelador poder de síntesis, que hablan de lo esencial del ser humano y del movimiento en toda su sencillez y complejidad. Giros negroides (Antonio Lauro), Medea (Samuel Barber) e Hiroshima (Edgar Varese), también llamada Cuatro puntos sobre rojo, constituyen obras emblemas. La recreación de una anécdota costumbrista, simple y arquetípica, a través de un vocabulario en apariencia estéticamente disociado; la indagación de la mitología llevada al extremo de esencialidad; y la expresión simbólica de la violencia y la autodestrucción del ser humano, constituyen temáticas que marcaron el fondo y la forma de la danza de este creador que hizo de la abstracción y la concisión sus más apreciables características.

La herencia creativa de Grishka Holguín pertenece al quehacer de la danza escénica en Venezuela. Hace parte fundamental de su historia.

Hiroshima. Instituto Universitario de Danza