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Grishka Holguín en México (en el centenario de su nacimiento)

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Grishka Holguín en La boda, de Waldeen. México

Todavía Grishka Holguín pensaba en desarrollar una importante carrera actoral, cuando decidió reencontrarse con México y sus raíces familiares. Así lo hizo en 1945 el precursor de la danza contemporánea en Venezuela. Dos atrayentes personalidades, la del actor japonés Seki Sano, y la de la bailarina norteamericana Waldeen, serían para él determinantes en la nueva etapa de su vida que se iniciaba:

“Cuando llegué a México  -recordó- lo primero que hice fue tomar clases de teatro con Seki Sano, un japonés muy famoso y reconocido, que enseñaba el método Stanislavsky. Tuve algunos problemas con el idioma. Yo, por supuesto, hablaba español, el necesario para comunicarme en mi casa, pero jamás para representar una obra de teatro. Entre los problemas con el idioma, el apoyo que me brindaron Waldeen y los integrantes de su compañía y mi gusto por el movimiento, poco a poco dejé el teatro y me dediqué por completo a la danza”.

En el México de mediados de los años cuarenta del siglo XX, las artes se habían convertido en factor de exaltación de sus valores como sociedad y como cultura. La ideología y la expresión subyacentes en el movimiento del realismo social de los músicos y los pintores muralistas, se convirtieron en una clara referencia para la incipiente actividad de danza moderna que comenzaba a desarrollarse a partir del trabajo precursor de Waldeen y sus principales discípulas, Ana Mérida y Guillermina Bravo, para Holguín claramente inspirador.

El Ballet Moderno de México, fundado por Waldeen y considerado como un importante punto inicial de la danza moderna mexicana, acogió a Grishka como bailarín. Poco después, Mérida y Bravo crearon el Ballet Waldeen, dando continuidad a esta labor pionera. También Holguín se enroló en este.

Seki Sano

“En ese momento había un gran apoyo a las artes y la cultura mexicana vivía su gran eclosión. Eso estuvo bien, porque pasaron cosas interesantes, como el estreno de la obra Cuatro soles, de José Limón, un trabajo basado en el Popol-Vuh que fue todo un acontecimiento. Además, tuve la oportunidad de tomar clases con el propio Limón, con seguidores de Martha Graham, con Ana Sokolov y Catherine Dunham, entre otros maestros y personalidades. En medio de este auge cultural se imponía el tema de la mexicanidad. Waldeen y sobre todo Ana Mérida y Guillermina Bravo rescataban elementos de la cultura indígena nacional, así como sus valores tradicionales e ideológicos para incorporarlos a la danza que realizaban. Lo mismo sucedía con la literatura, el muralismo y las artes plásticas en general, en las que el mensaje social era muy importante. Yo tenía una visión del mundo más abierta, pensaba que estaba en el siglo XX y que quería hacer algo más universal”.

 

Falkestein Brooke de Zatz, Waldeen, nacida en Dallas, Texas, hija de padre grabador y madre pianista, llegó por primera vez a México como integrante del elenco del bailarín japonés Michio-Ito. El investigador mexicano César Delgado Martínez en su libro Waldeen, la Coronela de la danza mexicana (2000, Escenología), la caracterizó a partir de las propias palabras de la creadora: “Buscaba un movimiento corporal libre, atrevido, sensual un movimiento capaz de expresar el mundo interior de la bailarina, así como la realidad externa de la vida y la sociedad. Para mí esto no implicaba un movimiento con el sello forzoso de los últimos artefactos tecnológicos con su antihumanismo y automatización de hombres y mujeres”.

En el libro Danza y poder (1991 Cenidi Danza Inba), de Margarita Tortajada, se encuentra una somera referencia acerca de la participación de Grishka Holguín en los momentos iniciadores de la danza moderna mexicana:

“El Ballet Waldeen se presentó del 22 de noviembre al 15 de diciembre de 1945 en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, con estrenos y la reposición de Danza de los desheredados de La coronela (1940, música de Silvestre Revueltas), obra cimera de Waldeen. Entre los créditos de las funciones aparecían junto a la propia Waldeen: Guillermina Bravo, Ana Mérida, Evelia Beristain, Ricardo Silva, José Silva, Juan Ruíz y Alberto Holguín. El éxito que alcanzó el Ballet de Waldeen fue enorme y el público llenó el Bellas Arte”.

Waldeen

 

También en 1945, Holguín fue intérprete de la célebre obra de Waldeen En la boda, basada en las ceremonias nupciales indígenas de Jalisco, con música de mariachis de Blas Galindo. Su trabajo con la notable coreógrafa fue abordado por la bailarina venezolana Andreína Womutt en su investigación Movimiento perpetuo (1991, Fundarte): “Grishka Holguín tiene -y así lo reconoce- gran influencia de sus maestros. De Waldeen le impresionó la utilización de las grandes músicas, así como el sentido expresivo de sus montajes”.

Después de esta significativa experiencia mexicana, Grishka Holguín se estableció y permaneció en Caracas para hacer la danza contemporánea venezolana.

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