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Gran marcha hacia el abismo

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Es el título de la novela recientemente publicada por Kalathos Ediciones y cuya autoría corresponde a Carlos Blanco. Muchos le recordarán por su rol de moderador, conjuntamente con Aristóbulo Istúriz, del programa Blanco y Negro en Globovisión, pero él ha realizado para Venezuela actividades mucho más importantes que esa.  En su condición de secretario ejecutivo de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado –Copre–, fue propulsor, junto con otras personalidades, de la idea de introducir cambios necesarios para salvar a una democracia que, ya para el tiempo en el que fue estructurada la comisión (1984), mostraba signos de anquilosamiento y generaba creciente descontento popular. La mayoría de las transformaciones fueron gestadas en el período presidencial de Lusinchi, pero no fue sino hasta el segundo de CAP que se iniciaría la concreción de algunas, entre ellas, la más recordada: la elección directa de Gobernadores de Estado, un escalón clave hacia la descentralización del país.  Carlos acompañaría a Carlos Andrés como ministro para la Reforma del Estado y, como lo escuché en la sabrosa presentación de su novela en Madrid, por aquellos tiempos no se le conocía potencial ni inclinación alguna hacia el arduo trabajo de escribir ficción en formato novelesco. Ha sido autor de varios libros. Se dirá de ellos: más “serios”, para diferenciarlos de su única novela con lo cual ha sorprendido a tirios y troyanos.

Esta condición de “producto sorpresa” de alguien con mucho conocimiento sobre las dinámicas políticas que han movilizado la reciente historia de nuestra cuasi destruida Venezuela, me motivó a concurrir a la emotiva presentación –por su carácter de reencuentro patriótico–,  a comprarla y a recorrer sus 370 páginas con creciente interés. Debo reconocer que el título también ayudó a motivarnos. La mayoría de los venezolanos cargamos a “la revolución” en nuestros cerebros, aunque algunos lo nieguen o no tengan consciencia de ello, de manera tal  que un título tan sugerente de un proceso similar al que hemos llevado a cuesta: era esperable que entrase en resonancia perfecta con esas conexiones neuronales forjadas al calor de nuestra nefasta experiencia. En estas circunstancias, el título, Gran marcha hacia el abismo, es como una invitación a profundizar sobre algo que mucho nos duele y que, no obstante, no debemos desecharla.

En lo personal, debo admitir una razón adicional para adentrarme en el texto de Carlos, una interrogante: ¿Se podría establecer alguna relación entre la Gran marcha hacia el abismo y En las sombras del bien? Pero, sobre esto les hablaré hacia el final de esta reseña. Comienzo con ella expresándoles que su lectura no me defraudó, para nada, y recomendándoles que la lean. El autor nos entrega una historia original y  no una versión novelada entre ficción y crónica del estruendoso fracaso del proceso chavista. Por la razón que con anterioridad indiqué, ese carácter resonador del título con nuestra experiencia patriótica, resulta obvio que el lector sienta, desde las primeras páginas, la tentación de alinear personajes y hechos de la novela con los de la realidad.

Baldomero Perdigón llega a ser fiscal general de la República cuando la “revolución” triunfa. En su pasado fue atracador de bancos, ejecutor de “expropiaciones revolucionarias” para poder alimentar de los recursos necesarios al proceso  del cual era un militante soñador y, al mismo tiempo, desviar algunos para darse una relativa buena vida considerando su estatus de soldado de la “revolución”. La historia que nos presenta la novela se irá tejiendo a partir de la difícil relación entre este personaje, que todavía guarda en lo más íntimo algún resquicio de su sueño de Robin Hood revolucionario, con otro cuya pureza ideológica, si es que profesó alguna, ha sido totalmente devorada por el cinismo de la praxis política y económica del proceso. Se trata de José Virgilio Pérez Torrejas, con quien Baldomero ha sostenido una larga relación política en el tiempo y quien llegará a ser vicepresidente de la República. Ya para el momento, en el que a éste no le queda más remedio que impulsar a Baldomero para que ocupe el vital cargo de fiscal general de la República, habida cuenta de su “histórica” contribución en el pasado común, tiene plena consciencia de que el perdigón muy querido entre los viejos revolucionarios se le puede convertir en una molestosa “piedra en el zapato”.

Por supuesto que el lector va a encontrar similitudes entre novela y realidad. Ya lo he dicho, resulta inevitable que nos aproximemos al texto prejuiciados por ese resonante proceso “revolucionario”  que quisiésemos extraer de nuestras mentes y no podemos. Que veamos en Baldomero al fiscal Danilo Anderson y en el vice de la “Gran Marcha” a José Vicente Rangel, no debe generar extrañeza a nadie. Pero, en la medida que se va avanzando, nos vamos dando cuenta de que estos personajes tienen vida propia en una historia original que se diferencia en rasgos importantes del proceso chavista. Que Carlos Blanco, en esa etapa inicial de todo autor en cuanto a abocarse a esquematizar, al menos, un boceto de sus personajes, se haya inspirado en el fiscal asesinado y JVR es una posibilidad. Muy tentadora por lo demás, teniendo en cuenta la siniestra narrativa que entrelaza a ambos personajes reales, de conformidad a ese altisonante rumor de  corrillos que no ha sido silenciado en el tiempo. Pero, a partir de esa “coincidente inspiración”, el autor es lo suficientemente sabio como para no asumir el desafío que representaría intentar escribir una novela que se aproximase en demasía a una historia tan compleja como la que, recientemente, hemos vivido bajo la opresiva revolución.

Nuestra “esperpéntica realidad” es inabarcable y aquí hago mías las palabras de Sebastián de la Nuez, uno de los presentadores en Madrid de Gran marcha hacia el abismo –conjuntamente con Miguel Henrique Otero y el alcalde Ledezma–.  La ruta hacia el abismo que retrata el autor está más enfocada hacia solo una de las tantas facetas que tiene el abismo nacional. La “revolución” de la novela no se retrata precedida de intentonas militaristas. El líder de ella, el presidente Rogelio Sánchez, es civil y, en cierta forma, un personaje de ficción insuficientemente desarrollado en una trama donde lo militar no tiene tanta relevancia. No existe un Chávez como tal en la novela.

En este tránsito por los muy interesantes tiempos de la Inteligencia Artificial, imaginaba el otro día que Blanco le había suministrado al ChatGPT un dossier bien completo del perfil psicológico y ontológico de esta caterva de personajes revolucionarios que nos han dañado la vida y había dejado en manos de la novedosa herramienta tecnológica la ilación de una historia de ficción con el resultado que ahora estamos reseñando. Muy pocos como el autor, en Venezuela, con el conocimiento para preparar un dossier con la calidad requerida sobre estos personajes zurdos que le han dado sostén al sinsentido revolucionario del siglo XXI. Para escribir esta reseña leía material sobre él y pude enterarme de que, en sus primeros tiempos, también fue zurdo. Realizó activismo de barrio en Petare con su grupo denominado “Proceso Político”. Esperemos que no haya atracado bancos como Baldomero, aunque los describe muy bien en su novela. Incluso leí que había sido parte del comando de campaña de JVR en su tercer intento fallido de ser electo presidente. Con razón, me dije, construye a sus personajes de manera tan convincente: ¡Si es que les ha conocido de toda la vida! Y ha sido testigo, en primera línea,  del deterioro moral de todos ellos.

A Dios gracias, Carlos, en algún momento fue iluminado para abandonar ese camino de peligroso poseedor de la verdad sobre el “Bien Absoluto”. Por otra parte, qué duda puede caber sobre su maestría en el tema de cómo ha sido el manejo de los hilos de poder en Venezuela. Carlos Blanco ha tenido dos ventajas en su haber, el conocimiento íntimo de la tipología de sus personajes y de las peculiaridades de la lucha por el poder nacional, para poder afrontar de manera muy exitosa el reto de escribir una historia que es distinta a la nuestra reciente, pero cuyos personajes se comportan exactamente igual a estos destructores amorales que hemos venido soportando en los últimos 23 años.

Gran marcha hacia el abismo no es, como pudiera pensarse a primera vista, el relato de nuestra gran marcha hacia el abismo social, económico, institucional, sanitario, educativo, moral, etc., en el que se hunde Venezuela. Es el relato de cómo una aventura vivida con pasión por unos ilusos soñadores, inspirada por la convicción de sentirse poseedores de la verdad utópica sobre el “Bien Absoluto”, se convierte en una tragedia al tener que recurrir a métodos que les imposibilitan la conquista del objetivo proclamado. Lo que pueden es conquistar el poder, pero ya la revolución no puede triunfar sino continuar su marcha hacia el abismo de su degradación moral. Lo escribe uno de sus preclaros personajes: «Mi conclusión es que la Revolución solo es genuina mientras es un proyecto, mientras es el cuento de lo que vendrá, en tanto nos dice del advenimiento de la virtud y la abundancia». ¡Las últimas cien páginas –esto es un estimado– de la novela son fascinantes y las reflexiones contenidas en ellas espectaculares!

Sobre la relación con En las sombras del bien

De la Nuez, en su interesante presentación, sostuvo que, considerando lo inabarcable en una obra de las miles de aristas de nuestra complejidad, debería resultarnos impensable la aspiración a una magna obra venezolana que compendiara el “summun de la debacle”. En su argumentación alude al ensayista marabino Miguel Ángel Campos: «Si la realidad que nos toca en suerte resulta más desquiciante que cualquier ficción, debe abordarse desde los intentos parciales y, en consecuencia, fallidos; es la única posibilidad de reconocerla desde dentro».

En este sentido, Gran marcha hacia el abismo y En las sombras del bien son intentos fallidos, y creo que esto les confiere una relación de parentesco: son primas, quizás distantes pero primas al fin y al cabo. Ambas nacen a partir de la consciencia de la necesidad de intentar abarcar lo inabarcable desde el retrato parcial de esa complejidad en sus múltiples espejos quebrados. De allí que recurramos a la novela como mejor método de aproximación a tales parcialidades. La de Carlos es ficción más pura. La mía contiene una historia de ficción montada sobre un trasfondo más de crónica, por cuanto atinentes a él se relatan acontecimientos reales. En ambas hay un aliento ensayístico transversal, aunque en En las sombras del bien esté más intencionalmente marcada su ambición transgenérica.

También se relacionan las dos novelas en la temática del “Bien Absoluto”. De conformidad a una de las tesis principales de En las sombras del bien: éste es un objetivo inalcanzable para nosotros como raza humana, finita, vulnerable y contingente. Por ende: no existe y debemos sospechar, arduamente, de quienes creen haber accedido a él, el “Bien Absoluto”,  y tener el deber de imponérselo a los demás. Blanco, por otra parte, reflexiona en su obra usando la voz de uno de sus personajes: «El bien absoluto es esclavo del mal absoluto. La revolución es esclava del ancien regime y sus armas son las que aquel emplea. No puede admitir resquebradura en la represa que contiene al mundo y de la cual el bien es el custodio; por esto, se ve obligada a reprimir para instaurarse, a matar para evitar el enemigo. Por esa vía se transforma en el contraste». ¡Esa es la tragedia! Ojalá se continúen produciendo novelas como estas dos primas. La enseñanza sobre lo que ocurre en nuestra querida patria debe trascender, aunque los editores nos digan que ya cansamos con el tema; aunque todavía haya compatriotas deseando apagar en el fondo de sus corazones ese ruido mezclado de dolor, despecho, resentimiento y, por ende, no deseen leerlas. Ese ruido nunca podrá apagarse del todo. Tarde o temprano se deberá asumir la necesidad de procesar lo que nos ha pasado, y allí estarán, estas y otras novelas primas, cantando en un concierto de iluminación total de todas las aristas de nuestra “gran marcha nacional hacia el abismo”.

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