Jamás imaginaría Gramsci que a casi un siglo de su muerte y en la capital del imperio se le estaría culpando por los graves desajustes políticos que horadan la estabilidad del sistema liberal de dominación norteamericano. Incluso del descalabro que sufren los demócratas y del fracaso de los republicanos en impedir los aires insurreccionales que sacuden a las más pobladas ciudades de Estados Unidos. Poniendo en jaque incluso la reelección de Donald Trump, que parecía causa juzgada hace apenas algunas semanas. ¿Qué tiene que ver el sardo Antonio Gramsci, autor de los famosos Cuadernos de la cárcel, con la insurrección racista y bolivariana que sacude a Washington?
Tenía una hermosa cabeza llena de hermosas ideas. Pero era pequeño y, debido a un accidente en su sufrida infancia –su padre fue recluido en la cárcel de Turín acusado de estafa–, jorobado. ¿Usted es Gramsci, el gigante?, le preguntó un compañero de cárcel, sin el más mínimo atisbo de burla: era admirado como el gran intelectual a quien se debía la fundación del Partido Comunista italiano, enemigo público número 1 del monstruo fascista.
Lo suyo era la cultura. Y un compromiso a muerte con la verdad: “Solo la verdad es revolucionaria” fue la frase que lo haría famoso más allá de los despachos de la criminalidad estalinista, montada sobre la mentira, la falsedad y la estafa. En lucha permanente junto a Rosa Luxemburgo, la polaca, y Karl Liebknecht, el alemán, contra el fascismo soviético. El gran aporte del comunista turinés al marxismo fue relevar la importancia del mundo de las ideas, del pensamiento, de la cultura, el pensamiento y la imaginación en la transformación revolucionaria de la sociedad. Rechazando el pragmatismo mecanicista del economicismo marxista. Y el radicalismo gansteril de la lucha armada.
Llegó muy joven a la conclusión que el Estado moderno, con su poderoso sistema de casamatas culturales e ideológicas, podía ser conquistado mediante un rápido y violento movimiento de asalto, como lo hicieran los bolcheviques con el Estado zarista, destruido por la fuerza y desde afuera, sino por el desmoronamiento interno de su hegemonía, atacada en su esencia por la crisis de sus convicciones. Conquistar la cultura dominante, primero, para recoger el fruto del poder del Estado, después. Ello suponía la necesidad de cambiar las ideas dominantes para hacer posible el cambio del mundo dominante mismo. Fue su aporte, si se quiere, invertir el dominio de las ideas de Marx, del terreno estrictamente económico, infraestructural, al terreno de las ideas y las creencias. Cambiar las ideas del mundo, para transformar el mundo de las ideas.
No fue el suyo un pensamiento sistemático. Y sus mejores y más importantes ideas no formaron parte de trabajos intelectualmente elaborados, sino del análisis crítico de sus circunstancias. Fundó el Partido Comunista Italiano junto con Amadeo Bordiga y Palmiro Togliatti. Y se hizo cargo de la representación de su partido ante la Tercera Internacional Socialista en el momento mismo de su fundación en Moscú por Lenin. Preso y aherrojado en una cárcel por Mussolini, se extinguió como una gota de luz en prisión. Sus compañeros de cárcel no podían creer que ese personaje pequeño y jorobado fuera el gigante intelectual que admiraban. Fue allí, en la cárcel, donde escribió gran parte de su obra, publicada bajo el nombre de Cuadernos de la cárcel.
Al parecer sus ideas, más que repercutir en el universo académico o político norteamericano, lo han hecho sobre la intelectualidad hollywoodense. Ya Netflix se ha convertido en la vidriera del castro comunismo, y un actor venezolano, Edgar Ramírez, en promotor de la criminalidad habanera. Hollywood comienza a apreciar la devastación marxista como tema cinematográfico y a llevar su odio a Donald Trump al coqueteo con la revolución socialista. No es descabellado. La modernidad del pensamiento gramsciano está en las antípodas de una práctica de dominio tan troglodita y cavernaria como la chavomadurista, que ha tratado inútilmente de importar pensadores gramscianos para sacarle partido a un pensador esencial, medularmente antifascista. Esencial, medularmente antichavista. Como si Gramsci y Nicolás Maduro tuvieran la más mínima relación intelectual.
Le debo a Gramsci mi venida a Venezuela. Fue el tema de la disertación que debí presentar en Caracas en junio de 1977, durante la celebración del XX Congreso Latinoamericano de Filosofía. Es mi deuda con el gran pensador italiano. Jamás podré saldarla.
@sangarccs