OPINIÓN

¡Gracias Shakira!

por Erika de la Vega Erika de la Vega

Shakira

Yo tenía 16 años cuando mi papá y mi mamá finalmente se separaron. Digo finalmente porque mi hermana y yo sabíamos que iba a suceder, pero no teníamos claro cuándo.

Mi mamá lloró mares. Lloró sin parar. Lloró un día tras otro. Lloró en vacaciones y trabajando.

Lloró en el baño, en la sala, en el carro.

Lloró por meses. Lloró por años.

Durante mucho tiempo la acompañé a cuanta terapia se inventaba para sentirse mejor.

En mi adolescencia aprendí sobre astrología, terapias de renacimiento y constelaciones familiares, todo gracias al despecho de mi mamá.

Citas con personas que se comunicaban con los ángeles, sesiones con alguien que se hacía llamar “el Niño Índigo”, cassettes con la voz de Louise Hay, reuniones con Carlos Fraga y libros de Lair Ribeiro por toda la casa.

Así transcurría mi adolescencia.

Confieso que entendía poco, pero no me perdía ninguna terapia grupal o aquelarre que me llevara.

El divorcio de mis padres me lo tomé personal.

Imagino que mi papá también vivió sus procesos. Yo no los viví tan cerca.

Durante años me distancié de él y por suerte el entendimiento llegó a mí con el tiempo, con la madurez y la experiencia. Hace rato que no estamos lejos.

Comprendí que tanto él como mi mamá hicieron lo mejor que pudieron con las herramientas que tenían.

No los juzgo.

En esa época empecé a tocar guitarra. Todos los martes venía César, mi querido profesor, a enseñarme teoría musical, a leer partituras, escalas, intervalos y notas sostenidas. Al final de la clase me enseñaba a tocar la canción que le pidiera.

«Te quiero» de Hombres G, «Cruz de navajas» de Mecano, «More Than Words» de Extreme, «Father and Son» de Cat Stevens, «Perla negra» de Yordano eran las canciones que engordaban mi repertorio y que cantaba en cuanta fiesta, reunión dominguera y fogatas en Morrocoy. Todas las noches mientras practicaba, mi mamá me escuchaba cantar desde su cuarto.

Sabía que hacía catarsis casi todas las noches. Sabía cuáles eran sus favoritas, cuáles cantaba con rabia y cuáles le hacían sentirse mejor. Mi guitarra era su terapia y mi voz su desahogo.

Cada vez que empezaba a cantar: “Sé que piensas marcharte ya lo sé y no te detendré, haz lo que tu quieras…”, mi mamá con puño en pecho y el orgullo herido, cantaba con los ojos cerrados para mayor inspiración.

Tenía muy claro que mi papel esos años era ayudarla a pasar ese trago amargo de la vida.

«Madrigal» de Danny Rivera le hacía recordar que lo que tenía en el pecho no era una herida mortal y cuando cantaba «Para vivir» de Pablo Milanés le podía ver el corazón en carne viva.

“Por mi parte esperaba que un día el tiempo se hiciera cargo del fin.

Si así no hubiera sido

yo habría seguido jugando a hacerte feliz».

Madre despecho vivió mi madre.

Hoy pienso que ojalá la canción de Shakira hubiera podido acompañarla hace 30 años, porque seguro la hubiera fortalecido. Le hubiera arrancado el dolor, la hubiera sacado del pozo de la vergüenza, se hubiera despojado de la amargura y le hubiera cantado sus cuatro vainas a mi papá.

Seguro se hubiera dado cuenta de que no había nada de qué avergonzarse. Que eso que le pasó no la define. Que aún tenía la vida por delante para ser feliz. Que la traición es algo que le pasa a muchas personas (hasta a Shakira) y que tenía todo el derecho a sublevarse, mal entonarse y defenderse.

Ayer la llamé para preguntarle qué pensaba sobre la canción de Shakira, sin dudar respondió:

«A mí me pareció estelar. Ojalá yo la hubiera cantado y mandado todo para el carajo. Se la hubiera metido por la frente a tu papá”.

Morí de risa.

Y siguió:

“Y ¿sabes qué? Las mujeres que aún no facturan, que lo empiecen a hacer para que no se tengan que calar nada de nadie y menos tener de vecina a la suegra».

Un año después del divorcio, a mi mamá la operaron para sacarle un fibroma no maligno del tamaño de una pelota de nueve centímetros con útero incluido.

En una entrevista que le hice hace poco a la Dra. Marianela Castés (inmunóloga y fundadora-presidente honoraria de la Sociedad Venezolana de Psiconeuroinmunología) para mi podcast En Defensa Propia, me contó que a ella le extrajeron no uno, sino tres fibromas no malignos en el mismo sitio y tenía la certeza de que habían aparecido como consecuencia del abandono de su segundo esposo, después de una relación feliz de 23 años. Como química, le urgía conseguir una explicación científica de lo ocurrido. Eso la llevó a la psiconeuroinmunología, convirtiéndose en pionera de esta rama de la medicina en Latinoamérica.

Marianela investigó y demostró la relación entre los eventos estresantes (separación, asaltos, muerte de un ser querido, emigrar) con la aparición de enfermedades de alto riesgo. Es decir, la calidad de tu sistema inmunológico va a depender de tus pensamientos y de cómo manejas tus emociones y el estrés, más que de tu carga genética.

Canciones como las de Shakira ayudan a exorcizar el dolor. Quién sabe cuántos fibromas nunca existirán por esta canción.

¡Gracias Shakira!