Presidente Duque, en una semana usted entregará su cargo pacífica, democrática y civilizadamente a Gustavo Petro, quien lo adversó a veces en forma leal y muchas otras de manera malévola. Gran ejemplo que da Colombia, digno de imitarse, tanto más en estos tiempos turbulentos en los que hasta en la gran democracia estadounidense se escenifican insólitas polémicas que pretenden desconocer el veredicto que el pueblo dio hace casi dos años.
Se va usted, presidente Duque, arropado en la menor popularidad que mandatario alguno haya tenido a la hora de entregar. ¿Por qué es esto? Porque usted ha sido un gran presidente que a lo largo de su cuatrienio hizo lo que había que hacer y también intentó llevar a cabo, sin éxito, otras cosas que también había que hacer y no se pudo.
Esa contradicción entre buena gestión y desfavorables cifras en las encuestas de opinión es el resultado de la política de hoy -y tal vez de siempre- en la que una buena administración, que requiere esfuerzos, consensos y decisiones a veces impopulares, se enfrenta con el escollo del populismo, para el cual resulta más fácil y rentable oponerse a todo lo que no sea popular ofreciendo discursos y alternativas que casi siempre son irrealizables. Ello es así no solo en Colombia sino casi en todas partes. El resultado es el que usted vive hoy: gran presidencia, baja popularidad. Aunque no sea un consuelo será la historia quien lo ponga a usted en el escalón que merece.
Vale la pena recordar aquí el caso del conservador Winston Churchill, quien en lo más cruel de los bombardeos alemanes a suelo inglés pronunció ante la Cámara de los Comunes de su Parlamento (13 de mayo de 1940) la célebre alocución en la que afirmó: “No puedo prometer sino trabajo, sangre, sudor y lágrimas”, lo que le permitió contar con el respaldo de un gabinete de coalición y también del pueblo hasta la victoria final sobre el nazismo en 1945, en cuyo momento, en nuevas elecciones, perdió el cargo ante el laborista Clement Attlee.
No es intención de este columnista incursionar hoy en la política colombiana sino tan solo en aquello en que la misma se relaciona con Venezuela y nuestros ciudadanos.
Hay que ver, apreciar y dar gracias por lo que fue para Colombia el paso por su territorio de los millones de migrantes que lo transitaron rumbo hacia Ecuador, Perú y Chile además de los casi 2 millones que permanecieron en él. La imprevista y gigantesca carga que ello significó -y significa- para los recursos colombianos fueron afrontados por su gobierno con la mayor generosidad que las circunstancias permitieron, con fuerte costo político para su gobierno y su persona. Afortunadamente, el pueblo colombiano mostró la mayor tolerancia y exhibió la menor dosis de xenofobia posible (a excepción de Claudia López, alcaldesa de Bogotá). Sus programas de regularización de la permanencia, documentación, inserción en los sistemas educativos y de salud son muestra palpable de la hidalguía del pueblo y de su gobierno.
Su política exterior incondicionalmente alineada con el restablecimiento de la democracia y los derechos humanos en Venezuela también es de agradecer. Ella se vio reflejada en su participación en el Grupo de Lima, el apoyo en la OEA, la buena voluntad al ayudar y permitir la organización de los esfuerzos para el ingreso de ayuda humanitaria, su reconocimiento al presidente Guaidó, haber acogido la representación legítima de los diplomáticos designados por él, las facilidades dadas al diputado Borges para ejercer su función de coordinador “ad-hoc”, más el asilo a muchos otros dirigentes, la denuncia, persecución y apoyo a la lucha contra irregulares y narcos , etc. etc. ¿Cuántos otros países que se definen como “hermanos” se la jugaron en esa medida?
En una semana Colombia enfrentará una disyuntiva histórica. Si Petro resulta consistente con su discurso anterior y sus tenebrosas ejecutorias no cabe sino rogar “que Dios los coja confesados”. Si por el contrario el nuevo mandatario, aprovechando también sus favorables apoyos parlamentarios y la moderación reflejada hasta ahora con la designación de sus principales colaboradores, resultara en un nuevo Ollanta Humala o Alan García (2), o Menem o Lula, que supieron separar el discurso populista de campaña de la responsabilidad de gobernar para todos, ¡enhorabuena! Pero si se decantara por aquellas consignas de la “patria grande”, “gringos go home”, empresarios enemigos y demás comodines que ya han demostrado su inutilidad y capacidad de dañar, pues entonces otra vez habrá que encomendar a Colombia para que Dios los coja confesados.
Solo queda ahora esperar y mientras tanto, otra vez, en nombre de los demócratas de Venezuela y seguramente también del continente, darle las gracias.
@apsalgueiro1