La filosofía de Platón tiene sus orígenes en el esfuerzo continuo de buscar una respuesta adecuada para una pregunta fundamental: ¿cómo es posible que, en nombre de la justicia, Sócrates, el pensador más justo de los griegos, haya sido acusado de impiedad y condenado a muerte? Uno de los diálogos más sugestivos y apasionados escritos por Platón lleva por título Gorgias. En él su autor da cuenta, más que de su inusitado dolor por la condena de su Maestro -dolor que, en cambio, se refleja nítidamente en otros diálogos-, de su indignación frente a una democracia sin Ethos, que había perdido sus principios fundamentales a medida que marchaba aceleradamente al encuentro de formas jurídicas y políticas vaciadas de contenido, y cuya mayor evidencia había sido, precisamente, aquella espantosa condena dictada contra Sócrates, marcada por la mayor injusticia. La Grecia clásica, fundadora de la cultura occidental, daba pasos firmes -y entusiastas- hacia el encuentro con la tiranía, que terminaría por herirla de muerte. Gorgias es, en este sentido, uno de sus trabajos más completos y mejor logrados, no solo desde el punto de vista crítico-filosófico en sentido estricto sino, además, desde el punto de vista estético-literario y ético-político. Claro que, por lo general, la techné philosophica lo ha intentado encasillar como un discurso dedicado, en lo esencial, a la crítica de la retórica, como si Platón fuese Descartes. Precisamente, lo que indigna a Platón -a diferencia de Monsieur Cartesius– es la progresiva pérdida del significado del contenido retórico y, por eso mismo, la decisiva importancia de su formación histórica y cultural.
No merece ser digno de estima un poder cuyo sustento es la injusticia, y, lo que resulta aún más indigno, en nombre de la justicia, mediante la manipulación de la opinión de las mayorías. El problema de Sócrates -y de su discípulo Platón- con Gorgias -el más admirado maestro de la sofística- consiste precisamente en haber hecho de la retórica un “arte de la oratoria”, una técnica de la persuasión a partir de la cual se puede afirmar o negar cualquier cosa, con absoluta independencia de que sea -o no- verdadero, justo o pulcro. Y, en efecto, con Gorgias lo verdadero es sustituido por lo verosímil, lo creíble, lo cual condujo a la Polis directamente a graves consecuencias de orden político y social, dado que, como acertadamente ha indicado López Eire: “Toda la oratoria griega de la época clásica es política, incluso la de los discursos ficticios”. Cuando el saber es sustituido por la creencia ciega y el prejuicio, los tiranos encuentran un terreno fértil para sus propósitos. Es así como el Logos -el Verbo- pierde toda consistencia. Las palabras pomposas, grandilocuentes, ampulosas, con las que se construyen los discursos de la demagogia, se transmutan en entidades separadas de lo real, en ficciones aptas para la manipulación, adaptables a cualquier situación. Como señala el adagio, las apariencias engañan. No pocas veces la “Rebelión de los ángeles” termina en la sumisión ante los demonios. Podría decirse que Gorgias es, en tal sentido, el auténtico fundador no solo del concepto de mass media o de la gran industria cultural sino, además, el padre putativo de los modelos populistas que han conducido directamente a las siempre infames tiranías a través de la historia.
En el diálogo con Sócrates, después de reconocer que el orador tiene conciencia de la diferencia entre lo justo y lo injusto, Gorgias, “maestro del arte de la oratoria”, se queda sin argumentos. No hay forma de ejercer la política propiamente dicha abstrayéndose de la ética, porque la política es, de hecho, la vía efectiva del ejercicio ético. “Quien tiene conciencia de lo justo tiene que asumir la justicia y quien asume la justicia no puede actuar injustamente”. El mayor de los males -afirma Sócrates- es la injusticia. Si las técnicas de la persuasión permiten que el orador elogie lo injusto como si fuese lo justo, entonces dichas técnicas tienen que ser rechazadas. Al quedar silenciado, y después de la pobre intervención hecha por Polo -quien llega a afirmar que el injusto es feliz-, Calicles expone la necesidad racional de la injusticia: “Sólo los esclavos y los débiles -afirma- pueden alabar la justicia, pero el hombre fuerte no puede por menos de ser injusto”, porque -en su opinión- “lo verdaderamente justo para el fuerte es cometer injusticia”. Ante semejante declaración, digna de un fascista, Sócrates pregunta por el significado que tiene para su interlocutor ser “el más fuerte”. Calicles responde que el más fuerte es aquel que es capaz de alimentar el mayor placer. Y es entonces cuando Sócrates establece la diferencia entre placer y bien. Hay, sin duda, placeres que matan.
El orden, la moderación y la justicia están muy por encima de los desenfrenos que intenta vindicar Calicles. Por esa misma razón, el arte de una “oratoria” que vale para todo y que los sofistas pretenden elogiar, es puesta en evidencia: se trata de un discurso carente de autenticidad, abstracto, ajeno a todo contenido, elástico, ajustable, adaptable a cualquier circunstancia. Un discurso hecho de astucias que pretende adular a los oyentes con el objetivo de ganar sus simpatías por una “causa” carente de causa. Ese es el discurso característico de las filotiranías gansteriles. Calicles se niega a continuar la discusión y, a solicitud de Gorgias, Sócrates presenta las conclusiones del diálogo: los ciudadanos que actúan con moderación son justos y los justos son felices. Una república efectivamente democrática es aquella que educa a sus ciudadanos a vivir con moderación y justicia, que huye de los desenfrenos. Los injustos tarde o temprano terminan pagando el castigo por sus culpas, y cuanto más larga es la vida del injusto mayores son sus desgracias. Es tan absurdo que los gobernantes que han sido injustos se quejen del maltrato de los gobernados como que los sofistas, quienes aseguran enseñar la virtud, se quejen de las malas acciones de sus discípulos. En fin, para Sócrates la política no consiste en agradar al populacho sino en procurar el bienestar de la ciudadanía.
@jrherreraucv