OPINIÓN

Gorbachov: su legado

por Carlos Canache Mata Carlos Canache Mata

La reciente muerte de Mijaíl Gorbachov (30 de agosto de 2022) ha dado pie para que, a nivel mundial, retornen los análisis de su rol en la caída de la Unión Soviética y el alcance y resultados de su actuación desde que asumió, el 11 de marzo de 1985, la Secretaría General del Partido Comunista (PCUS) y luego la presidencia de ese país en mayo de 1989.

Al morir Stalin en 1953, se pasó de la dictadura personal al gobierno de la nomenklatura, encabezada por burócratas escudados en un aparato partidista totalitario y corrupto, en un país como la Unión Soviética, con atraso en el desarrollo económico, “aunque con armas atómicas y vehículos espaciales”. Gorbachov sucede a Chernenko tras la muerte de este, y, poco después, en el XXVII Congreso (febrero de 1986), anuncia que, a los fines de la “perfección del socialismo”, es necesaria una reestructuración (perestroika) radical de la economía y una transparencia informativa (glásnost), aunadas con la democratización del PCUS y de los Soviets. En lo que respecta a la política exterior, no está de acuerdo con la confrontación y sí con la interdependencia y el policentrismo.

En su libro Perestroika (1ª edición, noviembre 1987, pág. 77), Gorbachov explica cómo se había desarrollado la perestroika en el terreno económico: “Yo diría que el concepto de reforma económica… es de naturaleza global y exhaustiva, puesto que prevé cambios tan fundamentales en todos los sectores como puedan ser el paso de las empresas a una plena contabilidad de costos, la transformación radical de la dirección centralizada de la economía, modificaciones básicas de la planificación, una reforma del sistema de fijación de precios y del mecanismo financiero y crediticio y, finalmente, una reestructuración de las relaciones económicas extranjeras. Asimismo, prevé también la creación de nuevas estructuras organizativas en la Administración, el desarrollo en profundidad de los fundamentos democráticos de la dirección y la introducción generalizada de los principios de autogestión”. Esos puntos de vista los ratificó, ya despidiéndose, en su discurso del 25 de diciembre de 1991, al expresar: “El destino quiso que cuando me vi al frente del Estado fuera ya patente que nuestro país no marchaba bien… La causa estaba clara: la sociedad se ahogaba en las garras de un sistema autoritario burocratizado. Condenada a servir a la ideología y a soportar el terrible peso de la carrera armamentista, había llegado al límite de lo soportable. Todos los intentos de reformas parciales y hubo muchos, habían fracasado uno tras otro. El país perdía la perspectiva. Así no se podía vivir. Había que cambiarlo todo radicalmente”. Se puede decir que la perestroika tenía, como objetivo más importante y final, pasar, en la Unión Soviética, de una economía de planificación central a una economía de mercado. Para ese cambio de tanta monta, sobre todo si se toman en cuenta los apuros de la economía soviética, se necesitaban ingentes recursos en la cada vez más exigente carrera armamentista con Washington, por lo que era reiterativo (Gorbachov) en plantear sus objeciones a la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) o “Guerra de las Galaxias” del presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, que si la Unión Soviética intentara emularla, requeriría recursos que se restarían al financiamiento de la perestroika.

En cuanto a la glásnost, esta tiene en los medios de comunicación “la tribuna más generalizada y representativa”. En su ya citado libro Perestroika, Gorbachov apunta que “el desarrollo de la glásnost es una forma de acumular las diversas ideas y opiniones que reflejan los intereses de todos los estratos, de todas las profesiones y oficios de la sociedad soviética”.

Bajo el gobierno de Gorbachov cesó la ocupación soviética de Afganistán, hubo apoyo a la democratización de los países comunistas satélites, que culminó con la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989. El papa Juan Pablo II recibió en el Vaticano a Gorbachov el 1° de diciembre de 1989, quien promovió la libertad religiosa en la URSS y  era “un ateo no practicante”.  Nos dice Macky Arenas ―en artículo publicado recientemente en Reporte Católico Laico― que el cardenal venezolano Rosalio Castillo Lara, que permaneció 40 años en el Vaticano, le contó la anécdota de que en la entrevista mencionada, el presidente Gorbachov le había confesado al papa lo siguiente: “Le reconozco que hemos  pasado 70 años intentando sacar a Dios del corazón de nuestro pueblo y no hemos podido”.

Por su valioso aporte a la paz mundial, Gorbachov recibió en 1990 el premio Nobel de la Paz. Y António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, con motivo del fallecimiento del líder soviético, ha declarado que fue “un hombre de Estado que cambió el rumbo de la historia y que hizo más que cualquier individuo para terminar la Guerra Fría”.

Ese es el legado, el gran legado, que nos deja Mijaíl Gorbachov.