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Golpe de Estado y democratización (II)

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“Debemos afrontar las severas limitaciones de nuestro propio poder. El verdadero poder reside en las propias fuerzas de represión de un dictador. Nuestra mejor esperanza —y la esperanza de los ciudadanos que sufren— es tornar esas mismas fuerzas en contra de los hombres que ahora protegen”.

Paul Collier, Let Us Now Praise Coups, 2008

“No hay transición cuyo comienzo no sea consecuencia —directa o indirecta— de importantes divisiones dentro del propio régimen autoritario, principalmente a lo largo de la división fluctuante entre partidarios de línea dura [radicales] y partidarios de línea blanda [moderados]”.

Guillermo O’Donnell y Philipe C. Schmitter, Transitions from Authoritarian Rule, 1986

El pasado domingo expuse brevemente la evidencia demostrando que los golpes de Estado contra regímenes autoritarios-hegemónicos pueden aumentar significativamente las probabilidades de democratización. Las dictaduras de esta índole caen generalmente por amenazas iniciadas dentro del régimen, no fuera de él. Es esa ventana de oportunidad la cual las fuerzas democráticas deben aprovechar para incentivar a los golpistas en avanzar hacia una transición democrática. Consecuentemente, las vías electorales usualmente tienen poco poder en si mismas para despojar y democratizar al régimen.

El presente artículo contextualiza esta evidencia para entender si en Venezuela existen las condiciones para un golpe militar y una subsecuente transición democrática. Es decir, ¿existen dentro de las FANB y el PSUV divisiones significativas como para orquestar un golpe de Estado? ¿Asimismo, existe una oposición democrática unida y preparada para movilizarse y organizarse con el fin de presionar a los golpistas a hacer la transición a una democracia?

La respuesta: todavía no.

La dictadura de Maduro se encuentra fortalecida y unida. Esta es una característica común de los autoritarismos hegemónicos porque, por definición, son sumamente estables y manifiestan una imagen de invencibilidad socializada en la población —haciendo a estas dictaduras tan difíciles de liberalizar—. El PSUV es un partido hegemónico y dominante.Su militancia es altamente disciplinada debido a las tácticas de “zanahorias” (repartos de cargos municipales, estadales, administrativos y ministeriales a distintas facciones y oportunidades económicas lucrativas) y “garrotes” (altos costos políticos, económicos y hasta físicos que significaría defeccionar a la oposición). Esta unidad política del régimen refuerza su estabilidad y minimiza divisiones que pongan en riesgo al gobierno.

El apoyo de los militares a Maduro surge principalmente por la práctica que, desde Chávez, entremezcla las funciones y responsabilidades militares con otras áreas del Estado para mantener la lealtad y unidad castrense por Maduro. Por ejemplo, la asignación de ministerios, gobernaciones o contratos y empresas para el enriquecimiento personal a cambio de lealtad al régimen. Para la FANB, conservar el status quo es mucho más beneficioso que desertar. Es decir, los intereses de los militares se han alineado y convergido con la estabilidad de Maduro y por ende del régimen dictatorial.

Entonces, si los golpes de Estado surgen dadas las divisiones dentro del régimen y el bajo costo de desertar de él, la situación actual notoriamente es poco favorable para un golpe militar y forjar una ventana de oportunidad para una transición democrática.

Desde la oposición tampoco existen factores de presión que impulsen divisiones y fracturas en la dictadura. La oposición misma está considerablemente fracturada, tanto por tácticas dictatoriales como por intereses partidistas, menoscabando la conglomeración de fuerzas democráticas que ofrezcan una alternativa creíble, unificada y seria para extender a los moderados del régimen una vía de escape poco costosa. A este conflicto intra e interpartidista opositor se le suma la recurrente polarización y poca capacidad de acercamiento y entendimiento con facciones menos radicales del PSUV y la FANB. Aunque a muchos oídos desentone, la oposición necesitará acercarse y trabajar con estas facciones moderadas, así también como cesar el antagonismo a los militares, bajar el tono de las persecuciones judiciales y, eventualmente, fomentar brechas que hagan costoso el apoyo a Maduro y más beneficioso abandonar el barco madurista. Parafraseando al líder de la transición democrática de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, la oposición debe convencer a las facciones moderadas del régimen a “separarse del gobierno y unirse a la oposición. No será solo la oposición” la que consiga la democracia.

Esta realidad dentro de las fuerzas democráticas venezolanas brinda pocas esperanzas para que, en caso de golpe de Estado, estas se organicen y movilicen masivamente para influir en el cálculo de los golpistas y para envalentonar a los moderados del régimen a democratizar. Las fracturas a raíz del interinato, los clivajes entre oposición “legítima vs alacrana”, y la incertidumbre de unidad opositora frente a las elecciones de 2024 fundamentalmente restan al golpe de Estado democratizador. Incluso si se diera un golpe, este luciría más como el de Zimbabue en 2018 —en el que se despojó a un dictador para coronar a otro— ya que la oposición democrática carecía organización y unidad, y la comunidad internacional prácticamente ignoró la ocurrencia del golpe, influyendo poco sobre militares.

¿Qué se puede hacer por parte de las fuerzas democráticas en Venezuela para generar divisiones que resulten en “golpes democratizadores”?

Primeramente, la unidad, organización, credibilidad y legitimación de los factores democráticos deben ser resueltas y las divisiones internas bajadas de tono. Esto con el objetivo de representar una alternativa viable y creíble para moderados del régimen. Asimismo, se debe dejar de antagonizar monolíticamente a los chavistas y la FANB. Ellos, nos guste o no, van a ser parte de la Venezuela democrática y hay que sincerarse con esa realidad.

Segundo, la unidad democrática debe tener un solo norte: la división del régimen. Para esa difícil tarea se requiere asumir seriamente todas las arenas políticas (elecciones, instituciones y negociaciones); no con el fin de que estas causen la democratización —lo cual sería fantasioso—, sino mediante las cuales estratégicamente se fracture al régimen, envalentone algunas facciones sobre otras y extiendan alianzas con grupos políticos y militares menos radicales. Por ejemplo, las elecciones de 2024 deben ser usadas para acercarse a facciones moderadas del PSUV y acentuar repetidamente las políticas judiciales, económicas y políticas que van a proteger a los militares de persecución y encarcelamiento. Nunca más hay que dejarle espacios políticos a la dictadura sin dar la pelea, ya que estos son arenas contenciosas para fomentar división chavista.

El factor internacional es clave. Estados Unidos debe revisar su estrategia hacia Venezuela para buscar un objetivo similar de división dentro del régimen. Por ejemplo, se deberían levantar sanciones a figuras clave dentro de la FANB y el PSUV, pero mantener aquellas contra aliados más cercanos a Maduro, fomentando algún grado de discordia interna entre maduristas y chavistas de otros matices. Estados Unidos también debe evaluar el levantamiento de sanciones financieras y petroleras para restablecer interdependencia económica, comercial y financiera con Venezuela —incrementando la influencia norteamericana y la dependencia venezolana de Washington que, según varios académicos, juega un factor importante para promover “golpes democratizadores”. Asimismo, este viraje contribuiría a contener la influencia china, rusa y cubana. Estas medidas en ninguna circunstancia implican una derrota o rendición, sino entender el arte de hacer menos (y mejor) para conseguir más.

Finalmente, las fuerzas democráticas necesitan seriamente tender alianzas y canales de comunicación con los militares y contar con expertos en esta área dentro de su estructura organizativa. Traer nuevamente el tema de amnistía es imprescindible para ello, con garantías negociadas, especificadas y pactadas dentro de la unidad democrática, con el PSUV y las FANB. Lo más probable es que se llegue también al punto de prometer garantías y acuerdos políticos y económicos a los militares previo a su regreso a los cuarteles y la vida castrense. La oposición democrática debe claramente entender y atender estos propósitos para fomentar mayores presiones y beneficios a la defección pro-democrática de los militares.

Concluyendo, si bien los golpes de Estado —generados por divisiones internas del régime— abren ventanas de oportunidad únicas para conseguir la democracia, la actual situación de unidad del régimen, el poco entendimiento entre las fuerzas democráticas y la desvinculación con la imperante evidencia y urgencia de la democratización “vía golpe” no ofrecen condiciones para garantizar ni un golpe ni una democracia posgolpe. Esta opinión y su evidencia debe ser tomada con seriedad por aquellos chavistas, militares y demócratas que sinceramente quieran alcanzar prosperidad económica, política y social en Venezuela.

No es ideal; muy pocas cosas en política lo son. Pero es lo más probable para alcanzar la democracia en Venezuela.

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