Chile vota en unos días para aprobar o rechazar el proyecto de Constitución que durante un año elaboró una convención constituyente. Si las encuestas aciertan, va a ganar el no.
El documento de 388 artículos y 57 disposiciones transitorias ―América Latina es generosa en tinta al poner derechos sobre papel― es el propuesto para sustituir la Constitución de 1980 heredada de la cruel y fea dictadura del general Pinochet.
Mientras armaban ese abrumador catálogo de reivindicaciones que nadie sabe cómo se va a financiar, los bolsillos de las chilenas y chilenos, así habla el proyecto, se iban vaciando al ritmo de una inflación que se guía por otras leyes.
Hasta el presidente Gabriel Boric, 6 meses apenas en La Moneda, ha visto caer su aprobación. El de Boric, dicen sus críticos más blandos, es un gobierno cargado de tan buenas intenciones como malos resultados.
Lo que pudiera endosarse también al proyecto a votar. Hay gente de peso entre los partidarios del sí que planteaban y de inmediato reformar. Es como comprar un auto nuevo con un motor que tose.
Lo que infló el rechazo, igual que una torta en el horno, fue el texto del proyecto. Le falta calidad y sensatez política y sobran peligros: uno, la fragmentación del Estado al definirse plurinacional, siguiendo la ruta boliviana. Una hostilidad muy cercana.
Y hay más: desequilibro en el parlamento, debilitamiento del Ejecutivo, omisión de normas electorales y ni pío sobre unos partidos en los huesos.
Andrés Velasco, ministro de Hacienda en el primer gobierno de Bachelet, dice que una constitución raya la cancha para el ejercicio político. Y el proyecto a votar ―¿o botar?― obvia cuántos juegan y las reglas. Y vienen estos goles en propia puerta.
Artículo publicado en el diario El Progreso de Lugo