‘Fiat iustitia et pereat mundus’ (GAYO CASIO LONGINO)
Manuel Vicent enumeraba en su columna semanal de El País las cosas que uno no tiene que decir para seguir siendo uno mismo (“Lo que no hay que decir”.-EL PAIS; 27/10/2024). El escritor valenciano nos alertaba en su escrito de los clichés más usados por la gente de nuestro país. Según la RAE un clisé [sic] o cliché -término de origen francés- es una plancha de imprenta, un negativo de fotografía y, ahora cito textualmente –ad pedem litterae-, ‘un lugar común, idea o expresión demasiado repetida o formularia’. Es cierto que estamos expuestos a ser salpicados por oleadas de vocablos nuevos que, a veces, resultan curiosamente graciosos. Y, si no, ¿quién no se ha mojado nunca con la frase: “eso no, lo siguiente” o la odiosa: “como no podía ser de otra manera” que también cita Vicent. La sensación de hartazgo que uno siente al oír un cliché se parece mucho a la sufrida cuando alguien opta por el uso de lenguaje inclusivo y comienza a duplicar los sustantivos -y sustantivas- dando lugar a una versión femenina de todo o casi todo.
Es posible que hace unos meses no nos hubiéramos dado cuenta del lenguaje sui generis empleado por ciertos políticos del país. Sin embargo, yo ya me he dado cuenta de este fenómeno lingüístico. No es que yo sea más listo que nadie, sino que me he vuelto desconfiado con lo que dicen determinados dirigentes del mundo de la política. Mire que yo soy un tipo raro-rara avis. Soy el que suele sentarse al fondo de la sala, el profesor que pregunta en voz alta cosas que nadie se atreve a preguntar. Soy tan raro que me tomo en serio las viñetas de los cómics, por poner un ejemplo. Y es que cuando no entiendo una cosa que me interesa, intento entenderla sin temor a cuestionarla y sin miedo a hacer el ridículo. El otro día al surcar los mares internetianos descubrí una viñeta de Daniella Martí en la que un adolescente le preguntaba a una chavala que sostenía un libro abierto entre sus manos ‘¿lees para aprender?’ a lo que la lectora le responde ‘leo para ser libre’. Pues bien, yo leo para aprender y leo para ser libre, entre otras cosas. Ser libre significa hacer lo que quiera, pensar lo que quiera, preguntar lo que quiera. Ser libre significa seguir a quien yo quiera, obedecer o desobedecer a quien quiera, como quiera y cuando me dé la gana. Ser libre, no obstante, también quiere decir no dejarse engañar. Y quienes falsean la verdad acostumbran a utilizar un lenguaje confuso y retorcido. Esa clase de lenguaje trata de significar algo diferente a lo que significa realmente. No se apure, querido lector, porque me he tomado la molestia de recopilar los clichés más populares empleados entre ellos. Escuchamos discursos de líderes -y lideresas- que se dirigen a nosotros de esta manera: “Queridos amigos -y amigas-,hoy estamos aquí para declarar que queremos un país igualitario para todos los españoles -y españolas-“, etcétera.
Cada vez que hacen declaraciones a los medios de comunicación hacen uso de expresiones rotundas como: ‘hemos actuado con contundencia’, ‘nuestra respuesta siempre ha sido la misma: firmeza y tolerancia cero con …’ . A menudo un cargo importante del equipo de dirigentes se ve empujado a hablar y se lanza a la defensa de una persona íntimamente relacionada con una figura del equipo de Gobierno, a pesar de que no pertenezca al Gobierno. A estos hombres -y mujeres- de la política no les importa opinar de todo. Un señor de cuyo nombre no consigo acordarme ahora mismo llega a afirmar lo siguiente: ‘total respeto al auto del Supremo’. Esta afirmación no tendría mayor importancia cuando la formula una persona ajena al Ministerio de Justicia. El caso es que esta persona sí pertenece a esa misma cartera. En el deporte se conoce a los miembros del equipo porque visten idéntica indumentaria. Lo mismo ocurre con quienes emplean idénticas expresiones: ‘no hay nada de nada’, ‘se trata de un no-caso’, ‘la máquina del fango’, ‘la actuación del ministro ha sido impecable’.
Conviene recordar este glosario –glossarium, ii-para poder separar el trigo de la paja (y que Dios me perdone por los clichés que se suben a estas líneas). Además, conviene aprender a señalar a quién miente y a quién dice la verdad. Me viene a la cabeza una columna maravillosa que empezaba así: ‘No depende de la posición social, ni de la educación recibida en un colegio elitista, ni del éxito que se haya alcanzado en la vida.’ Esta pequeña joya que guardo entre mis columnas favoritas está firmada por Manuel Vicent en El País, el 7 de marzo de 2010 bajo el título “Tener clase”. Léala. Si quiere.
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