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Gloria y leyenda

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Ballet Bolshoi. Natalia Bessmertnova

Mencionar a Rusia es remitirse a una danza escénica virtuosa y tradicional. El ballet francés, sobreviviente de la decadencia del Romanticismo, encontró entre los rusos un campo fértil para su exclusivo y proteccionista cultivo en el seno de los teatros imperiales durante la segunda mitad del siglo XIX.

El nombre de Marius Petipa fue factor fundamental de su sus momentos de apogeo y esplendor del ballet ruso, aunque la justicia exige no disociar de su origen y crecimiento a las figuras de Charles Didelot, Jules Perrot y Arthur Saint León.  A partir de allí, la danza académica en Rusia adquiriría notable prestigio y proyección aportando una estética y una  técnica convertidas en referencias ineludibles.

En medio de este movimiento promovido durante la época zarista, el Ballet del Teatro Bolshoi de Moscú, de cuyas históricas actuaciones en Caracas se cumplen este mes 30 años, fue centro de glorias y leyendas, cuyos orígenes se ubican en el siglo XVIII. La fecha más precisa del nacimiento del Bolshoi fue 1776, según el investigador Víctor Vanslov, año en el que el príncipe Urusov, patrón de las artes, obtuvo la licencia oficial para la promoción del ballet en Rusia.

A finales del siglo XIX, luego de la impronta que representó la presencia de Carlos Blasis, ocurre el gran florecimiento del ballet ruso. Fueron los años en los que Marius Petipa y Lev Ivanov tomaron el control de las artes en los teatros, y Alexander Gorsky inició sus actividades como coreógrafo del Ballet Bolshoi, siendo su director hasta 1924.  Durante la era soviética, junto a su apego a la tradición, la institución buscó el desarrollo de una expresión contemporánea dentro de su particular contexto social.

Ballet Bolshoi. Natalia Bessmertnova

La compañía moscovita en su primera y única visita a Venezuela presentando un elenco completo, causó el revuelo calculado y satisfizo lo que de ella se esperaba: rigurosa escuela, tradición profunda e intérpretes destacados. Llegó al país justo en los momentos de la muy reciente crisis política en el seno de la Unión Soviética. Arribó junto a figuras de renombre: la mítica Galina Ulanova, ya en ese momento una figura honoraria, Yuri Grigorovich, por muchos años al frente de la dirección artística del celebrado conjunto y, entre otras encumbradas figuras, la primera bailarina Natalia Bessmertnova. Al lado de ellos, apareció la generación emergente del Bolshoi, representada por solistas sobresalientes y un cuerpo de ballet rigurosamente acoplado, dúctil y eficiente.

Los tres programas ofrecidos por la compañía del 23 al 27 de agosto de 1991 en el Teatro Teresa Carreño y el Poliedro de Caracas, reafirmaron las aludidas características estilísticas que han hecho proverbial la escuela rusa de ballet. Giselle, la trascendente obra del romanticismo francés, mostró adecuación a sus particulares modos expresivos. Tuvo en Natalia Bessmertnova a una intérprete de excepción, quien exhibió una comprensión integral de este personaje emblema, terrenal y fantástico.

Con el Festival Petipa, el Bolshoi aproximó a la obra del fundamental coreógrafo del academicismo en el ballet, a través de la escenificación de los momentos más elevados de La bella durmiente (Tchaikovsky), La bayadera (Minkus) y Raymonda (Glazunov). Veneración a la tradición, rigor extremo y dominio pleno del estilo quedaron evidentes en Sala Ríos Reyna.

La tercera convocatoria fue para apreciar al Bolshoi en una suerte de muestrario de algo de lo más relevante de su vasto y diverso repertorio: desde Espartaco (segundo acto), según la coreografía de Grigorovich, hasta los más reconocidos pas de deux de Petipa. Fue un auténtico final de fiesta, en el ambiente popular y distendido del Poliedro caraqueño.

Ballet Bolshoi

La visita del Ballet Bolshoi a Caracas significó un verdadero acontecimiento en la vida artística de la ciudad. Galina Ulanova se condujo en su noble y discreto rol de maestra de honor, mientras que Yuri Grigorovich, en su desempeño como director, fue explícito en temas artísticos, y esquivo en relación con la situación por la que atravesaba  la Unión Soviética.

El Bolshoi fue y sigue siendo un alto referente. Al lado del Mariinsky de San Petersburgo, ha sido agente de la transformación y el nuevo auge del ballet ruso experimentado en la transición entre los siglos XX y XXI.

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