El cisne de Maya Plisetskaya, siempre se dijo, era particular. Una interpretación respetuosa de la herencia de Anna Pavlova a la que, sin embargo, ofreció reveladoras aportaciones. Tradicional y contemporáneo a la vez, a su sino trágico opuso su rebeldía. Al lirismo de sus brazos unió las convulsiones de su torso. Su agonía no era un acto de entrega, sino un gesto de total negación.
La muerte del cisne, llamada también El cisne, universal obra de Mikhail Fokine sobre música de Camille Saint Saëns, creada en 1907 para Pavlova, estrenada en San Petersburgo, trajo por primera y única vez al mito de Plisétskaya a Venezuela. Llegó a Caracas no en su época de esplendor artístico, sino en momentos de su madurez plena y su inextinguible gloria. El 20 de mayo de 1993 – día que marcó una crisis institucional en el país debido a la destitución en esa fecha del Carlos Andrés Pérez como presidente de la república – bailó en la Sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño el referencial acto solista que le otorgó inmortalidad, en medio de general incertidumbre y expectación, como invitada del Ballet Nacional de Caracas, dirigido por Vicente Nebrada.
Al final de un programa integrado también por las obras La mer y Una celebración de Haendel, de Nebrada, además de Motivos eternos, de William Alcalá, apareció Maya Plisetskaya tan solo cinco minutos sobre el escenario, acompañada en el cello por Armando Ortega y Clara Mejías en el arpa, profesores de la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas. Sin embargo, la ovación brindada por el nutrido público el día del estreno sobrepasó con creces ese tiempo.
Sucesora de la estirpe Messerer, por demás legendaria en el ballet ruso, y vinculada desde siempre a los sucesos y las contingencias de las artes escénicas, Plisetskaya superó épocas, sistemas, moldes y patrones establecidos, convirtiéndose en auténtico paradigma de la bailarina clásica, no sin dejarse tentar por las libertades que el ballet contemporáneo ha concedido a la academia.
De Plisetskaya intérprete, formada dentro de la gloria y el rigor del Teatro Bolshoi de Moscú, se destacó la elevación de su salto, la plasticidad de sus brazos, asombrosamente versátiles y elocuentes en su lirismo y también dramatismo, así como su proverbial capacidad expresiva. Su legado lleva consigo los ideales estéticos de Pavlova y Galina Ulanova, emblemáticas figuras que la precedieron. Cumplió dentro de niveles de excelencia con todos los cánones académicos, hasta convertirse en una de las primeras bailarinas absolutas de la historia.
Como referencia ineludible quedó su individualizada interpretación del cisne doloroso de Fokine, que rindió tributo a un símbolo escénico imperecedero y anunció el advenimiento de un tiempo de modernidad para el arte del ballet. Igualmente, su representación del doble rol de Odette-Odile de El lago de los cisnes, que establecía sutilmente, aunque sin dudas, la dialéctica existente entre ambos personajes arquetipos de la bondad y la maldad, e igualmente la de Kitri, la bella en Don Quijote, trascendente por su alborozo y bravura, además de Raymonda, rol al que dotó de un renovado alcance interpretativo.
Pero Plisetskaya, siempre libre, buscó pertenecer al mundo y a su tiempo, asumiendo la ejecución de obras de coreógrafos contemporáneos occidentales de relevancia. Vivió entonces momentos de experimentación como bailarina al lado de Roland Petit y Maurice Béjart. La rosa malade, Isadora, Bolero y Leda, son obras que adquirieron a través de su desempeño una renovada significación. Carmen, de Alberto Alonso, tuvo en ella a su intérprete originaría. En su autobiografía titulada Yo, Maya Plisetskaya, la prima bellerina exaltó sus deseos de libertad: “Lo que me resultó más difícil de conseguir fue la independencia. Todo un lujo. Lo digo bien claro: fui independiente. Intenté con todas mis fuerzas conseguirlo”.
Su inquietud la llevó también hacia la creación coreográfica. Anna Karenina, a partir del Tolstoi, su primera experiencia creativa, se unió una polémica versión de La gaviota, de la obra de Chejov y La dama del perrito, también inspirada en un texto del dramaturgo ruso. En estas tres coreografías, el movimiento corporal es abordado por Plisetskaya desde una perspectiva fuertemente teatral. En ella, además de la bailarina vivía la actriz. Fue también directora artística del Ballet de la Ópera de Roma y del Ballet Lírico Nacional de España.
Maya Plisetskaya actuó en Caracas al final de carrera como bailarina en momentos de convulsión política. La acompañó la leyenda. Su cisne pertenece a la historia de la danza escénica venezolana.