“Lo que yo propongo es universalizar lo que hoy es exclusivo de una minoría privilegiada. Globalicemos a nuestra gente. Brindémosles no solo el acceso, sino también las herramientas necesarias para unirse al mundo globalizado, al comercio internacional y, por lo tanto, al proceso de desarrollo económico”.
Cada época tiene su tema de moda. Así como en los noventa se hablaba del supuesto fin del comunismo y de cómo la caída del Muro de Berlín traería consigo años de paz y progreso, hoy en día está de moda el hablar de los efectos desglobalizadores de la pandemia. Es decir, de cómo supuestamente la pandemia terminará socavando el orden internacional actual, un orden que busca profundizar la interdependencia de nuestros pueblos, en lo económico, cultural y político.
En esta “teoría de la desglobalización”, el argumento principal es que la pandemia ha cambiado las preferencias políticas de una gran cantidad de países, así como la relación que estos países tienen con el sistema internacional. Por ejemplo, se tiende a argumentar que la pandemia terminará fortaleciendo la popularidad de líderes deseosos por cerrar fronteras, de gobiernos renuentes a cooperar con organismos internacionales y de grupos electorales escépticos del comercio internacional.
De considerarse como cierto tal escenario, nuestro futuro como sociedad no sería particularmente alentador. La globalización, tal como la conocemos, ha sido una verdadera bendición para millones de personas. En especial, para los centenares de millones de asiáticos que han salido de la pobreza gracias al comercio internacional entre Occidente y sus respectivos países.
Afortunadamente, creo que los defensores de la desglobalización tienden a ser prisioneros del momento. Creo que estos tienden a no solo sobreestimar el deseo aislacionista de ciertos países, sino también a desestimar la fuerza con que viene el proceso globalizador en el mundo.
Por ejemplo, más allá de cualquier impulso por cerrar fronteras, hoy en día el mundo está más interconectado que nunca. Con esto no solo me refiero a las redes sociales y a la mensajería instantánea, sino también a la gran cantidad de personas que trabajan por Internet para compañías que residen a miles de kilómetros de distancia.
En este sentido, la pandemia no nos está dejando un mundo menos globalizado, sino todo lo contrario, nos está dejando un mundo en el cual el teletrabajo será la norma, no la excepción. Lo mismo ocurrirá con la educación y hasta con la salud. La tecnología terminará consiguiendo lo que la diplomacia nunca pudo lograr: el borrar nuestras fronteras, aquellas que no han hecho más que dividirnos los unos a los otros, condenándonos a incontables guerras, evitando la integración de nuestros pueblos.
La globalización del trabajo; ese el verdadero futuro nuestro. Un futuro en el cual los mercados laborales no tendrán fronteras, aumentando así la productividad de nuestros trabajadores. Un futuro en el cual podremos trabajar desde casa, finalmente logrando ese tan deseado balance entre el trabajo y el bienestar familiar. Un futuro en donde podremos reducir nuestra emisión de CO2, dándole un respiro a nuestro tan maltratado planeta.
Por ello, mi invitación es a democratizar la globalización, a dedicar todos nuestros esfuerzos en cerciorarnos de que la globalización llegue a aquellos que más la necesitan en nuestro todavía subdesarrollado continente, un continente americano tristemente aún lleno de xenofobia, demagogia y neomarxismo.
Es a finalmente integrar a los pueblos de nuestra América, pueblos que en su gran mayoría comparten la misma religión, lengua y cultura. Pueblos que solo unidos podrán salir del tercermundismo y el subdesarrollo.
Es a comprometernos con hacer universal aquello que hoy es de una minoría privilegiada, desde el acceso a un Internet de calidad hasta la posibilidad de aprender un segundo idioma. Ya que estos no son lujos (como comúnmente se cree), estos son derechos fundamentales para la autorrealización de nuestros pueblos. Por ejemplo, no es posible que en nuestros países solo los niños con buen wifi puedan estudiar y que solo los trabajadores con buen Internet puedan trabajar. Todos tenemos ese derecho. De lo contrario, terminará haciendo más daño el coronahambre que el coronavirus.
Para muchos, el democratizar la globalización les podrá sonar como un eslogan utópico, idealista, hasta un tanto demagógico. Pero la verdad es que no hay acto más demagógico que creer que América Latina saldrá adelante sin globalizar a su gente, sin hacerla competitiva a nivel internacional y sin mostrarle que un futuro sin pobreza extrema sí es posible.
Por ello, lo que yo propongo es mucho más efectivo que las típicas propuestas electorales que se vienen escuchando en América Latina por décadas (tanto por la derecha socialmente desinteresada, como por la izquierda económicamente acomplejada). Mi objetivo es enfocar todos nuestros esfuerzos en empoderar a nuestra gente, dándoles no solo el acceso, sino también las herramientas necesarias para incorporarse al mundo globalizado y, por ende, al proceso de desarrollo económico.
@JraissatiJorge
Articulo originalmente publicado por Jorge Jraissati, en inglés, para el medio de comunicación europeo FTN.