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Álvaro Leyva

Fue el ratificado canciller Álvaro Leyva quien pronunció la descolocada  frase de que su tarea al frente del despacho de Exteriores es “seguir agigantando a Colombia” usando, como punta de lanza, el liderazgo de Gustavo Petro a escala planetaria. Ello hace pensar que el mandatario nacional es de los que cree, o le han hecho creer sus cercanos asesores, que sus recientes gestiones internacionales no solo han sido acertadas, sino que lo colocan con ventaja en la escena internacional.

No se llegó a enterar, pues, el presidente de Colombia de la “gaffe” diplomática de gran tamaño que protagonizó en la pasada “cumbre de cancilleres” – solo acudieron 3 de 20 participantes- convocada en Bogotá para apoyar a Nicolás Maduro en su propósito por conseguir que se levanten las sanciones estadounidenses para, a partir de allí, ubicarse en disposición de avanzar hacia elecciones libres y verificables en Venezuela. No le ha dicho Leyva a su jefe que, en la arena internacional, hace falta más que declaraciones unilaterales sosas para exhibir éxitos y además es preciso que estos se reconozcan.

Porque ese fue, al final, el resultado de la mentada Cumbre de Bogotá y de todos sus prolegómenos: el viaje de Petro a Washington y los varios encuentros con su par venezolano: un fiasco monumental… Todo lo que allí surgió fue una pírrica declaración del Ministerio de Exteriores de cuyo contenido se infiere claramente que no se avanzó ni un centímetro en aquello de revivir la democracia en Venezuela a través de un proceso negociador entre el régimen madurista y la oposición que los lleve al puerto seguro de una contienda electoral justa y creíble.

Peor que nada, ha quedado claro ante los observadores que Gustavo Petro sigue haciendo causa común con Miraflores en aquello de criticar y promover el desmontaje de las sanciones norteamericanas antes de dar un solo paso en favor de desentrabar las conversaciones de México. Petro se aprendió bien la cartilla de Maduro y repite una cantidad de cifras provistas desde Caracas de acuerdo con las cuales Venezuela habría caído en un foso económico por culpa de la paralización del comercio de hidrocarburos provocado por Estados Unidos.

La parte que Petro no consigue ver con claridad —y su canciller y colaborador inmediato tampoco se la evidencia— es que lo único que persigue el régimen venezolano es el desmonte de aquellas sanciones que lo afectan en lo personal, al igual que su entorno cercano, por grotescas y criminales violaciones de derechos humanos, por una corrupción grosera y rampante en el ejercicio de sus cargos, por su connivencia con el narcoterrorismo que afecta la seguridad de Washington. Petro se hace solidario, ante el planeta entero, del dictador venezolano obviando una serie de elementos que resultan ser valores irrenunciables del conjunto de la comunidad internacional. Por ejemplo, Petro haría bien en seguir de cerca las investigaciones y enjuiciamiento de la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad cometidos por el régimen vecino, antes de proclamarse en favor del retorno de la Venezuela de Maduro al Sistema Interamericano de Derechos Humanos.

Petro sigue sin dar pie con bola al frente del Ejecutivo de su país. Su empeño en provocar reformas y la falta de resultados en los pasados 9 meses lo ha hecho prescindir de parte de su equipo ministerial de un plumazo. En el terreno internacional ocurre otro tanto. Ni sus “cantinfléricas” declaraciones sobre los temas ambientales, ni su destinada política energética que penalizará a su país en un momento de enorme fragilidad económica, ni sus aspiraciones por la legalización de la droga sin que exista un proyecto para desestimular el consumo, son demostraciones de un liderazgo respetable ni de un gigantismo diplomático. Leyva seguirá, pues, arando en el mar…


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